—No tiene objeto sentarse aquí —proclamó Renner.
—Sí. —Rod abría la marcha hacia la oficina-suite de la Comisión en Palacio. Sally le seguía silenciosa.
—Kelley, creo que sería mejor traer una ronda de copas —dijo Rod cuando se sentaron a la mesa de conferencias—. Para mí, doble.
—De acuerdo, señor.
Kelley dirigió una mirada de desconcierto a Rod. ¿Estaba ya creándole problemas Lady Sally? ¡Pero si aún no se habían casado!
—¡Veinticinco años! —exclamó Sally.
Había amargura y cólera en su voz. Lo repitió, dirigiéndose esta vez al capellán Hardy:
—¿Veinticinco años? —Y esperó a que él explicara un universo en el que había tanta injusticia.
—Quizás sea el precio que pagan por poseer una inteligencia superior a la humana —dijo Renner—. Es un precio muy elevado.
—Hay compensaciones —dijo pensativo Hardy—. Su inteligencia. Y su amor a la vida. Probablemente hablen tan deprisa porque piensan a la misma velocidad. Supongo que los pajeños se aprovechan cumplidamente de sus pocos años de vida.
Hubo más silencio. Volvió Kelley con una bandeja. Distribuyó los vasos y se fue, con una expresión de desconcierto y desaprobación.
Renner miró a Rod, que estaba en posición de pensador: el codo sobre el brazo de la silla, la barbilla sobre el puño cerrado, cavilando ceñudo. Kevin alzó su vaso.
—Brindemos.
Nadie contestó. Rod no tocó su vaso. Un hombre podía vivir una vida feliz y útil en un cuarto de siglo, pensó ¿No vivían aproximadamente eso en la época preatómica? Pero no podía ser una vida completa. Yo tengo ahora, pensaba, veinticinco años, y no he creado una familia, ni he vivido con la mujer a la que amo, ni siquiera he iniciado mi carrera política…
Observó a Sally, que se había levantado y paseaba. ¿Qué querrá hacer? ¿Querrá resolverles ese problema? Si no pueden ellos, ¿cómo vamos a poder nosotros?
—Esto no nos lleva a ninguna parte —dijo Renner. Alzó de nuevo el vaso—. Bueno, si a los Mediadores no les preocupa ser híbridos estériles de vida tan corta, por qué ha de importarnos a nosotros… —se detuvo a media frase—. ¿Estériles? ¿Híbridos? Entonces las crías de Mediadores de la nave embajadora… tenían que ser hijas de los dos Marrones y del Blanco oculto.
Todos le miraron. Sally dejó de pasear y se sentó de nuevo.
—Había cuatro crías cuando regresamos a Paja Uno —dijo—. ¿No es cierto?
—Así es —dijo Hardy; hizo girar el coñac en el vaso—. Es una tasa de natalidad muy elevada.
—Pero viven tan poco tiempo —alegó Sally.
—Uno sería una tasa de natalidad muy alta en aquella nave. En aquella misión. —Renner parecía seguro—. Capellán, ¿consideraría usted eso una situación ética? Salían al encuentro de una raza extraña muy bien armada. Eran frágiles piezas de una nave desarmada. La solución era sembrar de hijos el lugar y…
—Ya entiendo por dónde va —dijo Hardy—. Pero quiero pensarlo con calma. Quizás…
Le interrumpieron unos puños que aporreaban la mesa. Dos puños. Los de Sally.
—¡Demonios! —cogió el estilete y garrapateó símbolos en la placa de su computadora; la máquina ronroneó y parpadeó—. Estábamos esperando el vehículo de transferencia. Yo sé que no lo interpreté mal. No podría haberlo hecho.
Hardy miró desconcertado a Sally. Renner hizo una pregunta a Rod. Rod se encogió de hombros y miró a Sally.
—Su pajeña nunca le dijo que fuesen híbridos estériles —explicó a los demás.
La computadora ronroneó de nuevo. Sally asintió y activó el indicador de instrucciones. Se iluminó una pantalla en la pared del fondo y apareció en ella Sally Fowler, ocho meses más joven, hablando con una Marrón-y-blanca. Las voces eran extrañamente idénticas.
Pajeña: Pero ustedes se casan para tener hijos. ¿Y quién se encarga de los hijos nacidos sin matrimonio?
Sally: Hay centros de caridad.
Pajeña: Supongo que usted nunca…
Sally: No, por supuesto que no.
La Sally real estaba a punto de ruborizarse, pero su expresión seguía siendo agria.
Pajeña: ¿Cómo no? No quiero decir por qué no, quiero decir cómo no.
Sally: Bueno… Ya sabe que los hombres y las mujeres tienen que tener relaciones sexuales para hacer un niño, lo mismo que ustedes… les he examinado con bastante detenimiento…
—Quizás no con el suficiente —comentó Hardy.
—Al parecer no —dijo Sally—. Chisss.
Pajeña: ¿Pildoras? ¿Cómo actúan? ¿Hormonas?
Sally: Exactamente.
Pajeña: Pero una mujer honrada no las usa.
Sally: No.
Pajeña: ¿Y cuándo piensa casarse?
Sally: Cuando encuentre el hombre adecuado… quizás lo haya encontrado ya.
Hubo una risa apagada. Sally miró a su alrededor, y vio que Rod miraba beatífica y despreocupadamente, Hardy sonreía y Renner reía. Maldijo al piloto, pero éste se negó obstinadamente a desvanecerse en negro humo.
Pajeña: Entonces, ¿por qué no se casa?
Sally: No quiero hacer nada precipitadamente. «Quien pronto se casa, pronto se arrepiente.» Puedo casarme cuando quiera. Bueno, cuando quiera dentro de los próximos cinco años. Si no me he casado entonces, seré una solterona.
Pajeña: ¿Solterona?
Sally: La gente lo consideraría extraño. ¿Qué pasa si una pajeña no quiere hijos?
Pajeña: No tenemos relaciones sexuales.
Hubo varios clics, y la pantalla quedó en blanco.
—La verdad literal —musitó Sally—. «No tenemos relaciones sexuales.» No las tienen, pero no por elección.
—¿De veras? —David Hardy parecía confuso—. La afirmación considerada junto a la pregunta resulta bastante equívoca…
—No quiso hablar más del tema —insistió Sally—. No tiene nada de extraño. Fue simplemente un malentendido mío, eso es todo.
—Yo nunca tuve ningún malentendido con mi pajeña —dijo Renner— A veces ella me entendía demasiado bien…
—Bueno. Suéltelo de una vez.
—El día que bajamos a Paja Uno. Ustedes hacía meses que se conocían —dijo Renner—. Capellán, ¿qué piensa usted?
—Si no entiendo mal, lo mismo que usted.
—¿Qué es lo que quiere insinuar, señor Renner? Repito que lo diga.
Sally estaba furiosa. Rod se preparó para lo que parecía anunciarse: hielo o explosión, o ambas cosas.
—No estoy insinuándolo, Sally —dijo Renner con súbita decisión—. Lo afirmo. Su pajeña le mintió. Deliberadamente y con un propósito.
—Eso es absurdo. Se puso muy nerviosa.
Hardy movió ligeramente la cabeza. Fue un movimiento muy leve, pero detuvo a Sally. Ésta miró al sacerdote.
—Yo creo —dijo David— que sólo puedo recordar una ocasión en que un pajeño se puso nervioso. Fue en el museo. Y todos actuaron allí del mismo modo… de forma muy distinta a como acaba de hacer ahora su Fyunch(click), Sally. Me temo que es muy probable que Kevin tenga razón.
—¿Y por qué motivo? —insistió Sally—. ¿Por qué iba a mentirme mi… mi casi hermana? ¿Por qué?
Hubo un silencio. Sally cabeceó satisfecha. No podía responder con dureza al capellán Hardy; no tanto por respeto a su oficio como por él mismo. Pero Renner era otro asunto.
—Si encuentra usted una respuesta a esta pregunta dígamelo, señor Renner.
—Desde luego. Así lo haré. —La expresión de Renner le hacía parecerse extrañamente a Buckman: Bury habría identificado la expresión inmediatamente. Apenas si la había oído.
Dejaron la resplandeciente sala de baile en cuanto pudieron. Tras ellos una elegante orquesta tocaba valses, mientras los pajeños eran presentados a una fila de invitados que parecía interminable. Había barones provinciales, dirigentes del Parlamento, comerciantes, individuos con amigos en la oficina de protocolo y diversas personas más. Todos querían ver de cerca a los pajeños.
Rod cogió a Sally de la mano mientras caminaban por los desiertos pasillos de Palacio hacia sus habitaciones. Tras ellos sonaba desmayadamente un viejo vals.
—Hay tan poco tiempo para vivir, y estamos desperdiciándolo con… eso —murmuró Sally—. ¡Rod, no es justo!
—Es parte de nuestra misión, querida. ¿De qué serviría que ellos estuviesen de acuerdo con nosotros si no pudiésemos mantener la baronía? Incluso respaldados por el Trono estamos más seguros si participamos en el juego político. Lo mismo ellos.
—Supongo que sí. —Le hizo detenerse y se apoyó en su hombro.
El Hombre Encapuchado había salido, negro frente a las estrellas, y les observaba a través de los arcos de piedra. Abajo, en el patio, canturreaba una fuente. Permanecieron así largo rato en el desierto pasillo.
—Te amo —susurró ella—. ¿Cómo puedes soportarlo?
—Eso es muy fácil. —Se inclinó para besarla, y desistió al ver que no obtenía respuesta.
—Rod, estoy tan fastidiada… ¿crees que debo pedirle disculpas a Kevin?
—¿Kevin? No digas tonterías. ¿Has visto alguna vez que Renner se disculpase ante nadie? No te preocupes por eso. La próxima vez que le veas habla con él como si no hubiera pasado nada.
—Pero él tenía razón… Te diste cuenta, ¿verdad? ¡Te diste cuenta entonces!
La hizo andar de nuevo. Sus pisadas retumbaban en los pasillos. Aun con aquellas luces difusas, las paredes de roca reflejaban tonos iridiscentes a su paso. Luego una pared bloqueó la ardiente mirada del Hombre Encapuchado, y se encontraron en las escaleras.
—Lo sospeché entonces. Sólo por los informes y por la breve relación que tuve con mi pajeña. Después de que te fuiste esta tarde estuve comprobando. Te mintieron.
—Pero ¿por qué, Rod? No lo entiendo… —subieron otro tramo en silencio.
—La respuesta no va a gustarte —dijo Rod cuando llegaron a su planta—. Ella era una Mediadora. Los Mediadores representan a los Amos. Recibió orden de mentirte.
—Pero ¿por qué? ¿Qué motivos podían tener para ocultarnos que eran híbridos estériles?
—Me gustaría saberlo. —O no saberlo, pensó; pero no tenía sentido explicárselo a Sally mientras no estuviese seguro—. No te lo tomes tan a pecho, querida. También nosotros les mentimos a ellos.
Llegaron a su puerta y él posó la mano en la placa identificadora. La puerta se abrió y apareció Kelley, con la túnica desabrochada, espatarrado en un sillón. El soldado se puso en pie de un salto.
—¡Dios mío, Kelley! Le dije que no me esperara. Vayase a la cama.
—Hay un mensaje importante, señor. El senador Fowler vendrá aquí más tarde. Le pide que le espere. Quería asegurarme de que recibiría usted el mensaje, señor.
—Ya —la voz de Rod era de limón amargo—. Está bien. Ya me ha dado el mensaje. Gracias.
—Me quedaré para servirle.
—No, no hay por qué. No tiene sentido que todo el mundo esté despierto toda la noche. Vayase.
Rod vio al soldado desaparecer en el pasillo. Luego Sally se echó a reír sonoramente.
—No veo que sea tan divertido —dijo Rod.
—Estaba protegiendo mi reputación —dijo Sally sin dejar de reírse—. ¿Y si no recibías el mensaje y aparecía aquí el tío Ben y nos encontraba…?
—Sí. ¿Quieres beber algo?
—¿Con tío Ben a punto de aparecer? Un desperdicio de buen licor. Me voy a la cama. —Sonrió dulcemente—. No te acuestes demasiado tarde.
—De acuerdo —la cogió por los hombros y la besó; luego otra vez. Podría cerrar la puerta por dentro para que él no pudiera entrar…
—Buenas noches, Rod.
La contempló hasta verla desaparecer en el interior de su propia suite, que quedaba frente a la suya, y luego volvió al bar. Había sido una velada larga y pesada, en la que la única perspectiva agradable era la de poder abandonar la fiesta pronto.
—¡Maldita sea! —dijo en voz alta; bebió un vaso lleno hasta el borde de Crema de las Tierras Altas de Nueva Aberdeen—. ¡Maldita sea!
El senador Fowler y un preocupado Kevin Renner llegaron después de que Rod se sirviera un segundo vaso.
—Siento lo de la hora, Rod —dijo Fowler protocolariamente—. Kevin me dice que sucedió hoy una cosa interesante…
—¿Ah, sí? Y fue él quien sugirió la idea de esta conferencia, ¿verdad? —Benjamín Fowler asintió y Rod se volvió a su antiguo piloto—. Te ajustaré las cuentas por esto…
—No tenemos tiempo para jugar —dijo Fowler—. ¿Hay más whisky que ése?
—Sí. —Rod sirvió a ambos, bebió el suyo de un trago y se sirvió otro—. Siéntate, Ben. Usted también, señor Renner. No me disculparé por dejar a los criados irse a la cama…
—Oh, no se preocupe —dijo Renner.
Volvió a hundirse en aquel ensueño que parecía absorberle, se retrepó en la silla y luego sonrió asombrado. Nunca se había sentado en una silla de masaje, y evidentemente le gustaba.
—Está bien —dijo el senador Fowler—. Dime lo que piensas de lo que pasó esta tarde.
—Te lo mostraré.
Rod manipuló su computadora de bolsillo y la pantalla de pared se iluminó. La imagen no era buena; había sido tomada por una pequeña cámara instalada en una condecoración de la túnica de Rod, y el campo de visión era limitado. Sin embargo, el sonido era excelente.
Fowler observaba en silencio.
—Veamos eso otra vez —dijo.
Rod pasó de nuevo la conferencia. Mientras Fowler y Renner observaban, volvió al bar, decidió en contra de otro whisky y se sirvió café.
—Bueno, ¿y por qué considera usted esto tan importante? —preguntó Fowler.
—Es la primera prueba que tenemos de que nos mienten —dijo Kevin Renner encogiéndose de hombros—. ¿Qué otras mentiras pueden habernos contado?
—Demonios, nos han dicho muy pocas cosas —dijo Fowler—. ¿Y eso era mentira?
—Sí —dijo tranquilamente Rod—. Implícitamente, claro está. No fue un malentendido. Lo he comprobado. Tenemos muchas grabaciones en las que los pajeños decían implícitamente algo falso, se daban cuenta de que lo habían hecho al observar nuestras reacciones y se corregían. No. Esa pajeña empujó a Sally deliberadamente a creer algo que no es cierto.
—Pero ¿qué más nos da a nosotros el saber o no saber que los Mediadores tienen hijos? —preguntó Fowler.
—El hecho nos indica que dos Marrones y un Blanco tuvieron cuatro hijos —dijo lentamente Renner—. En una nave pequeña. En el espacio. En condiciones peligrosas. Por no mencionar el hacinamiento.
—Sí. —Ben Fowler se levantó y se quitó la túnica de gala; la camisa que llevaba debajo era vieja, muy gastada y cuidadosamente remendada en tres lugares—. Rod, ¿qué es lo que piensan exactamente los pajeños de sus hijos? —preguntó Fowler—. Quizás piensen que no valen nada hasta que no pueden hablar. Que pueden prescindir de ellos.
—No es cierto —dijo Renner.
—La forma correcta —dijo lentamente Rod—, la forma cortés de discrepar de la opinión del senador sería decir: «Pienso que ése no es el caso». La cara de Renner se iluminó.
—Ah. Está bien. De todos modos, el senador se equivoca. Los pajeños piensan mucho en sus hijos. La única religión de la que me hablaron enseña que sus almas se dividen para entrar en sus hijos. Prácticamente adoran a los pequeños.
—Vaya —Fowler alzó su vaso para una segunda ronda; frunció el ceño impaciente—. ¿Podría ser que les gustasen tanto que tuviesen hijos siempre que pudiesen?
—Es posible —dijo Rod—. Y en este caso la amenaza es obvia. Pero…
—Exactamente —dijo Fowler—. Entonces el planeta se llenará inevitablemente. Lo cual significa que los pajeños tienen problemas de presión demográfica como no hemos tenido nosotros jamás…
—Quizás puedan controlarlos —dijo Rod—. Porque si no pueden… llevan encerrados en aquel sistema mucho tiempo.
—¿Con qué resultado? —preguntó Fowler—. ¿Qué sabemos de la historia pajeña?
—No mucho —dijo Renner—. Tienen una civilización muy antigua. Mucho, realmente. Fueron capaces de desplazar asteroides hace por lo menos diez mil años. Casi me da miedo pensar cuánta historia han tenido. —Kevin se movió en la silla para disfrutar de todos los efectos del masaje— Así que han tenido mucho tiempo para resolver sus problemas demográficos. Sólo desde la época en que lanzaron aquella sonda de Eddie el Loco hasta ahora, podrían haber llenado el planeta. No lo han llenado, así que pueden controlar la población…
—Pero no quieren —proclamó Ben—. ¿Y qué significa eso? Si consiguieran llegar aquí, el territorio del Imperio, ¿cuánto tardarían en superarnos en número? —El senador Fowler jugueteó pensativo con un sector gastado de su camisa—. Quizás por eso intentaran utilizarnos. Un índice de nacimientos muy elevado y ningún deseo de reducirlo. —De pronto pareció tomar una decisión—. Rod, que tu gente investigue esto. Quiero todo lo que sepamos sobre historia pajeña.
—De acuerdo —dijo Rod con tristeza. ¿Y qué significará esto para Sally cuando lo tengamos? Porque…
—Parece usted el fiscal en un juicio por asesinato —dijo Renner—. Dios mío, senador, tienen una historia larga. Tienen que haber resuelto de sobra el problema de la presión demográfica.
—Muy bien. ¿Cómo? —preguntó Fowler.
—No lo sé. Pregúnteles —sugirió Renner.
—Pienso hacerlo. Aunque desde que sabemos que pueden mentirnos y que nos mienten… Pero bueno, ¿por qué ha de sorprenderle esto a un político? —se preguntó Ben—. En fin. Ahora que lo sabemos, quiero tener las cosas muy claras antes de entrar ahí y enfrentarme a los pajeños.
—Las posibilidades comerciales son fabulosas —proclamó Jock; los brazos indicaban emoción—. Esos humanos son indescriptiblemente ineficaces en el uso de sus recursos. No tienen ningún instinto para las herramientas complejas.
—¿Ninguno? —preguntó Ivan.
—Ninguno, por lo que he visto —Jock indicó la trivisión—. Tienen que adiestrar a los jóvenes para cualquier actividad. Muchos de los programas de ese aparato son para ese fin.
—Pero tienen tiempo de aprender —reflexionó Charlie—. Viven mucho. Más que ningún Amo.
—Sí, pero qué derroche… No tienen Marrones, no tienen Relojeros…
—¿Estás seguro de que no tienen Relojeros? —interrumpió Ivan.
—Sí. No vimos ninguna señal en las naves, ni hemos visto ninguno en la trivisión, ni aparecen los productos que fabrican los Relojeros. No hay ningún artículo personal individualizado.
—Ya lo he visto. Los guardias que nos atendieron en la Lenin los traían…
—Hechos por nuestros propios Relojeros…
—Exactamente —dijo Ivan—. Ahora sabemos por qué destruyeron la MacArthur. Y por qué nos temen.
Los Mediadores parlotearon animadamente hasta que Iván les cortó de nuevo.
—¿Estáis de acuerdo? —preguntó en el tono de ordenar que confirmasen la información.
—¡Sí! —dijeron al unísono; Charlie habló rápidamente, silenciando a Jock.
—La Minera que cogieron a bordo debía de llevar un par de Relojeros. Los humanos no saben nada de los Relojeros y debieron de dejarles escapar. Y si consideramos que podían correr libremente por la nave y que tuvieron tiempo para adaptarse a ella…
—Sin embargo nos dijeron que tenían Relojeros —dijo Ivan. Jock adoptó la postura que indicaba que estaba esforzándose por recordar. Al cabo de un segundo dijo.
—No. Sally nos permitió suponer que los tenían. Cuando su Fyunch(click) le sugirió que los Relojeros humanos debían de ser mayores, Sally dijo que sí.
—Y los guardiamarinas parecieron sorprenderse cuando hablamos de ellos por lo de la construcción de sus botes salvavidas —dijo lisamente Charlie—. Sí, tienes razón, no cabe duda.
Hubo un silencio. Iván pensaba.
—Ellos saben que tenemos una subespecie prolífica —dijo luego—. Reflexionen sobre eso.
—Temen que causáramos deliberadamente la destrucción de la MacArthur —dijo Charlie—. ¡Maldita sea! Por qué no nos lo dirían. Podríamos haberles advertido de los peligros, y los humanos no tendrían nada que temer. ¿Por qué demonios dispuso el universo que el primer pajeño con que se encontraran fuera un Marrón?
—Dijeron que la MacArthur estaba afectada por una plaga —musitó Jock—. Y lo estaba, aunque no les creímos. Una plaga de Relojeros. Pero, si realmente creen que destruimos de modo deliberado su nave, o permitimos que la destruyeran, ¿por qué no nos lo han dicho? ¿Por qué no preguntan?
—Ellos ocultan sus puntos vulnerables —dijo Charlie—. Y nunca admiten una derrota. Ni siquiera en los minutos finales, los guardiamarinas se negaron a rendirse.
Hubo un silencio. Habló Ivan.
—Los humanos no querían que supiésemos que había Relojeros a bordo hasta que los liquidaran. Estaban seguros de que podrían hacerlo. Después, no querían que supiésemos que los Relojeros podían destruir sus naves.
—¡Idiotas! —exclamó Charlie—. Los Relojeros, si se les da tiempo para adaptarse, pueden destruir cualquier nave. Contribuyen poderosamente a los colapsos. Si no fuesen tan útiles, tendríamos que exterminarlos.
—Ya se ha hecho —dijo Jock, hizo un gesto de seco humor—. Con el resultado habitual. Otro Amo los conserva…
—Silencio —exigió Ivan—. Ellos nos temen. Hablad de eso.
—¿Sabéis qué es eso que los humanos llaman «ficción»? —preguntó Charlie—. Leyendas inventadas deliberadamente. Tanto los que las oyen como los que las cuentan saben que no son verdad.
Iván y Jock indicaron que estaban familiarizados con la idea.
—Anoche hubo un programa de trívisión. Era una obra de ficción como son muchas de las retransmisiones. Ésta se llamaba «Istvan Dies». Cuando se terminó, el comentarista hablaba como si la acción principal de la historia fuese cierta.
—No la vi —dijo Jock—. El Virrey Merrill quería que me entrevistara con unos comerciantes antes de la recepción de los Barones. ¡Maldita sea! Estas formalidades interminables consumen nuestro tiempo sin que consigamos enterarnos de nada de lo que nos interesa.
—No os hablé de este programa —dijo Charlie—. El actor principal representaba a un hombre que evidentemente pretendía ser el almirante Kutuzov.
Jock hizo el gesto de asombro y de pesar por la oportunidad perdida.
—Pero ¿qué interés tiene? —exigió Ivan.
—Veréis. La historia desarrollaba una serie de motivaciones conflictivas. El almirante que estaba al mando no deseaba hacer lo que hacía. Había guerra entre los humanos: entre el Imperio y esos exteriores a los que tanto temen.
—¿No podríamos llegar a un acuerdo con los exteriores? —preguntó Jock.
—¿Cómo? —replicó Ivan—. Ellos controlan todos los posibles accesos a nosotros. Si sospechan que pretendemos hacer eso, harán todo lo posible por impedirlo. No pienses siquiera en eso. Cuéntame tu programa.
—En esta guerra había un planeta sublevado. Se sublevarían muy pronto otros planetas. Lo que en principio era una guerra pequeña podía convertirse en una guerra muy grande, con muchos planetas implicados. El almirante halló un medio de impedir esto, y decidió que era su deber utilizarlo. Con cinco naves como la Lenin borró toda forma de vida en un planeta habitado por diez millones de humanos.
Hubo un largo silencio.
—¿Son capaces de hacer eso? —preguntó Ivan.
—Así lo creo —contestó Charlie—. No soy un Marrón para estar seguro, pero…
—Reflexionad sobre esto. No olvidéis que nos temen. Recordad que ahora saben que tenemos una subespecie prolífica. Recordad también que partiendo del estudio de la sonda colocaron a aquel hombre al mando de la expedición que fue a nuestro sistema. Temed por vuestros Amos y a vuestras hermanas.
Iván se dirigió a su cámara. Al cabo de un largo rato, los Mediadores comenzaron a hablar rápida, pero muy suavemente.