42 • Un saco de cristales rotos

Sally no estaba furiosa. Había agotado ya su vocabulario. Mientras Hardy y Horvath y los demás examinaban alegremente los regalos pajeños, ella tenía que contentarse con holografías e informes dictados.

Ahora no podía concentrarse. Se daba cuenta de que había leído cinco veces el mismo párrafo. Dejó el informe. Maldito Rod Blaine. No tenía ningún derecho a preocuparla de aquel modo.

Alguien llamó a la puerta del camarote. Sally abrió rápidamente.

—Sí… Oh. Hola, señor Renner.

—¿Esperaba a otra persona? —preguntó tímidamente Renner—. Pareció desilusionarse al ver que era yo. No es muy halagador.

—Lo siento. No, no esperaba a nadie ¿Decía usted algo?

—No.

—Creí que… Señor Renner, creí que decía usted «extinto».

—¿Ha trabajado usted mucho? —preguntó Renner.

Miró el camarote. El escritorio, normalmente ordenado, estaba lleno de papeles, dibujos y copias. Sobre la cubierta de acero, junto a un mamparo, estaba tirado uno de los informes de Horvath. Renner movió los labios en lo que podía haber sido una semisonrisa.

Sally siguió su mirada y enrojeció.

—No mucho —admitió.

Renner le había dicho que iba a visitar a Rod en su camarote, y ella esperaba que le dijese algo. Y esperó. Finalmente cedió.

—Está bien. No he hecho nada. ¿Cómo está él?

—Como un saco de cristales rotos.

—Oh —aquello la deprimía.

—Perdió su nave. Por supuesto está muy deprimido. Escuche, no permita que nadie le diga que perder una nave es como perder a una mujer. No es así. Se parece mucho más a ver destruido el planeta natal…

—Es… ¿cree que puedo hacer algo? Renner la miró fijamente.

—Extinto, le digo. Por supuesto que puede hacer algo. Puede ayudarle, echarle una mano. O simplemente sentarse con él. Si puede seguir con la mirada fija en la pared estando usted en la habitación, supongo que debemos considerarle un caso perdido. Debemos pensar que resultó alcanzado por el fuego durante la lucha.

—¿Cómo dice? No resultó herido…

—Por supuesto que no. Quería decir que… olvídelo. Mire, basta con que llame a su puerta, ¿lo hará?

Kevin la empujó hacia el pasillo y sin saber cómo ella se encontró caminando pasillo adelante. Al volverse desconcertada, Renner le indicó la puerta.

—Yo entraré a tomar un trago.

Bueno, pensó ella. Ahora resulta que son los capitanes mercantes los que tienen que decir a los aristócratas cómo deben comportarse entre sí… No tenía sentido quedarse en el pasillo. Llamó.

—Adelante.

Sally entró rápidamente.

—Hola —dijo. Oh, Dios mío. Tiene un aspecto horrible; y ese uniforme que le sobra por todas partes… Tengo que hacer algo—. ¿Ocupado?

—No. Sólo pensaba en una cosa que dijo el señor Renner. ¿Sabía usted que en el fondo Kevin Renner cree realmente en el Imperio?

Miró a su alrededor buscando una silla. No tenía sentido que esperase a que él la invitara. Se sentó.

—Es un oficial de la Marina, ¿no?

—Oh, sí, claro que apoya al Imperio, porque si no no ocuparía ese cargo… pero quiero decir que cree realmente que nosotros sabemos lo que estamos haciendo. Sorprendente.

—¿No lo sabemos? —preguntó ella vacilante—. Porque si no lo sabemos corre grave peligro toda la especie humana.

—Recuerdo que creía que lo sabía —dijo Rod.

Aquello parecía un poco ridículo. Había una larga lista de temas que discutir con la única chica en diez parsecs antes de tocar la teoría política.

—Tiene usted buen aspecto. ¿Cómo es posible? Debe de haberlo perdido todo.

—No, tenía mi maletín de viaje. La ropa que llevé a Paja Uno, ¿recuerda? —luego no pudo evitarlo y se echó a reír—. Rod, ¿se da cuenta del aspecto que tiene con el uniforme del capitán Mijailov? No son ustedes del mismo tamaño en ninguna dimensión. ¡Bueno! ¡Déjelo ya! No empiece a preocuparse por eso, Rod Blaine.

Llevó un rato, pero ella ganó. Lo supo cuando Rod miró los grandes pliegues que había hecho en el capote para que no pareciese una tienda de campaña. Lentamente sonrió.

—Imagino que no me citarían en la lista de hombres más elegantes de la corte del Times…

—No…

Estaban sentados en silencio y ella intentaba pensar algo que decir. Maldita sea, se decía, ¿por qué me es tan difícil hablar con él? Tío Ben dice que yo hablo demasiado, y sin embargo no se me ocurre nada que decir.

—¿Qué fue lo que le dijo el señor Renner?

—Me recordó mis deberes. Me había olvidado de que aún tenía algunos. Pero creo que tiene razón, la vida sigue, incluso para un capitán que ha perdido su nave… —Hubo más silencio, y el aire pareció de nuevo sofocante y pesado.

¿Y qué digo ahora?

—Llevaba usted… llevaba mucho tiempo con la MacArthur, ¿verdad?

—Tres años. Dos como oficial y uno como capitán. Y ahora la nave no existe… Será mejor que no empiece otra vez con eso. ¿Y qué ha hecho usted?

—Me lo preguntó, ¿recuerda? Estuve estudiando los datos de Paja Uno; y los informes sobre la nave que nos regalaron… y pensando en lo que podría decir para convencer al almirante de que debemos llevar con nosotros a los embajadores pajeños. Tenemos que convencerle, Rod, no hay más remedio. Me gustaría que pudiésemos hablar de otra cosa, y habrá mucho; tiempo después de abandonar el sistema pajeño. —Y pasaremos mucho tiempo juntos, además, ahora que ha desaparecido la MacArthur. Sinceramente, creo que me alegro un poco de la muerte de mi rival. Será mejor que no sospeche eso de mí—. Pero, Rod, tenemos tan poco tiempo, y no se me ocurre nada…

Blaine se rascó el puente de la nariz. ¿Cuándo dejarás de ser el Hombre de las Lamentaciones y empezarás a actuar como el futuro marqués?

—Está bien, Sally. Veremos lo que se puede hacer. Siempre que permita usted que Kelley nos sirva la cena aquí.

—De acuerdo —dijo ella con una amplia sonrisa.