Durante las semanas que siguieron la MacArthur fue un torbellino de actividad. Todos los científicos tenían que trabajar horas extra cada vez que se recibían datos del transbordador, y cada uno de ellos quería ayuda de la Marina inmediatamente. Seguía en pie, además, el problema de las miniaturas fugadas, pero esto se había convertido en una partida, en la que la MacArthur iba perdiendo. En el comedor todos apostaban que habían muerto pero no se encontraban los cuerpos. Esto preocupaba a Rod Blaine, pero nada podía hacer.
Permitió también a los soldados que hiciesen guardias con uniforme normal. No pesaba ninguna amenaza sobre el transbordador, y era ridículo mantener a una docena de hombres incómodos con la armadura de combate. Lo que hizo fue doblar la guardia que vigilaba alrededor de la MacArthur, pero nadie (ni ser ni objeto) intentó aproximarse, escapar o enviar mensajes. Por otra parte, los biólogos analizaban frenéticos las posibles claves de la psicología y la fisiología pajeña, la sección astronómica continuaba trazando mapas de Paja Uno, Buckman se desesperaba cada vez que otros utilizaban los instrumentos astronómicos y Blaine procuraba mantener tranquila su superpoblada nave. Su admiración hacia Horvath aumentaba cada vez que tenía que mediar en una disputa entre científicos.
Había más actividad a bordo del transbordador. El teniente Sinclair había sido trasladado, inmediatamente después de su llegada, a la nave pajeña. A los tres días un Marrón-y-blanco comenzó a seguir a Sinclair de forma permanente; era un pajeño particularmente tranquilo. Parecía interesado en la maquinaria del transbordador, a diferencia de los otros pajeños asignados a los humanos. Sinclair y su Fyunch(click) pasaron muchas horas a bordo de la nave alienígena, examinándolo todo.
—Ese tipo tenía razón en lo de la sala de herramientas —dijo Sinclair a Blaine en uno de sus informes diarios—. Es como las pruebas de inteligencia no verbales que se hacen a los nuevos reclutas. Hay fallos en algunas de las herramientas, y mi tarea es arreglarlos.
—¿Qué tipo de fallos?
Sinclair rió entre dientes, recordando. Le resultaba difícil explicar el chiste a Blaine. El martillo de gran cabeza lisa machacaba un pulgar cada vez. Había que ajustarlo. El láser calentaba demasiado rápido…, un problema complicado. Generaba una frecuencia de luz inadecuada. Sinclair lo arregló doblando la frecuencia. Aprendió también mucho sobre lásers compactos. Hubo de pasar por otras pruebas como aquélla.
—Son buenos, capitán. Se necesita ingenio para idear algunos de los instrumentos de pruebas sin indicar más de lo que quieren. Pero no pueden impedirme que descubra cosas de su nave… Capitán, he aprendido ya lo suficiente para rediseñar los vehículos auxiliares de nuestra nave de modo que resulten más eficaces. O para ganar millones de coronas diseñando naves mineras.
—¿Se retirará usted cuando vuelva, Sandy? —preguntó Rod; pero sonrió abiertamente para indicar que bromeaba.
La segunda semana, le asignaron un Fyunch(click) también a Rod Blaine.
Se sentía al mismo tiempo decepcionado y halagado. La pajeña parecía igual que todas las demás: marcas marrón-y-blanco, una sonrisa suave en su cara ladeada que llegaba a una altura suficiente para que Rod pudiese darle palmadas en la cabeza… si la viese alguna vez en persona, cosa que nunca sucedía.
Cada vez que llamaba al transbordador allí estaba ella, siempre deseosa de ver a Blaine y hablar con él. Y su ánglico era cada día mejor. Intercambiaban unas cuantas palabras y eso era todo. Rod no tenía tiempo para un Fyunch(click), ni necesidad de uno, tampoco. Aprender el lenguaje pajeño no era trabajo suyo (a juzgar por los progresos hechos, no era trabajo de nadie), y sólo veía a la alienígena a través de la pantalla comunicadora. ¿Qué sentido tenía un guía al que nunca habría de conocer directamente?
—Parecen creer que usted es importante —explicó Hardy.
Era algo digno de considerar mientras dirigía aquel manicomio de nave. Y la alienígena no se quejaba en absoluto.
El torbellino de actividad de aquel mes apenas si afectaba a Horace Bury. No recibía noticia alguna del transbordador, y nada podía aportar al trabajo científico de la nave. Siempre atento a los rumores que podían serle útiles, esperaba que las noticias se filtrasen; pero no se filtraban muchas. Las comunicaciones con el transbordador parecían quedar congeladas en el puente, y no tenía auténticos amigos entre los científicos, aparte de Buckman. Blaine había dejado de ponerlo todo en el intercomunicador. Por primera vez desde que habían salido de Nueva Chicago, Bury se sentía prisionero.
Le molestaba más de lo que debería haberle molestado, aunque era lo bastante introspectivo para saber por qué siempre había procurado controlar su entorno en la medida de sus posibilidades: en un planeta, a lo largo de años luz de espacio y décadas de tiempo… o en un crucero de batalla de la Marina. La tripulación le trataba como a un huésped y no como a un amo. Y en donde no era un amo, Bury se sentía un prisionero.
Además, estaba perdiendo dinero. En algún punto de las áreas prohibidas de la MacArthur, fuera del alcance de todos, salvo los científicos de más alto rango, los físicos estudiaban el material aurífero de la Colmena de Piedra. Le costó semanas enterarse de que se trataba de un superconductor del calor.
Sería, pues, un material de valor incalculable, y Bury sabía que debía obtener una muestra. Sabía incluso cómo podría conseguirla, pero se obligaba a esperar. ¡Aún no! El momento de robar la muestra sería justo antes de que la MacArthur aterrizase en Nueva Escocia. Allí esperarían naves, a pesar del coste, no sólo una nave en la que se le reconocería abiertamente como propietario y amo, sino por lo menos otra. Entre tanto, lo único que podía hacer en la MacArthur era escuchar, escudriñar, saber.
Tenía varios informes sobre la Colmena de Piedra para poder comparar. Intentó incluso obtener información de Buckman; pero los resultados fueron más divertidos que provechosos.
—Oh, olvide la Colmena de Piedra —había exclamado Buckman—. No tiene el menor interés. Fue trasladada allí. No tiene nada que ver con la formación de los racimos de los puntos troyanos, y los pajeños han alterado la estructura interna hasta el punto de que no hay manera de saber nada sobre la roca original…
Así que los pajeños podían hacer, y hacían, superconductores de calor. Y estaban además los pequeños pajeños. Le divertía mucho la búsqueda de las miniaturas escapadas. Naturalmente la mayoría del personal de la Marina continuaba buscando incesantemente a la miniatura huida y a la cría. Y la miniatura estaba ganando. Desaparecían alimentos de lugares extraños: camarotes, salas, todos los puntos salvo la cocina. Los hurones no eran capaces de localizar nada. ¿Habrían hecho las miniaturas un pacto con los hurones?, se preguntaba Bury. Desde luego los alienígenas eran… alienígenas; sin embargo los hurones no habrían tenido ningún problema para olfatearlos la primera noche.
A Bury le divertía la caza, pero… Aprendió la lección: una miniatura era más difícil de capturar que de mantener encerrada. Si acabase vendiendo miniaturas de aquéllas como animales domésticos, sería mejor que lo hiciese en jaulas seguras y firmes. Además estaba el problema de adquirir una pareja reproductora. Cuanto más tiempo permaneciesen libres las miniaturas, menos posibilidades tendría Bury de convencer a la Marina de que eran animalitos amistosos e inofensivos.
Pero resultaba divertido ver el desconcierto de la Marina. Bury investigaba por ambos lados y practicaba la paciencia; y las semanas seguían pasando.
Mientras los seis Fyunch(click) permanecían a bordo del transbordador, el resto de los pajeños trabajaban. El interior de la nave alienígena cambiaba como en los sueños; era distinto cada vez que alguien iba a bordo. Sinclair y Whitbread tomaron la decisión de recorrerlo periódicamente para comprobar que no construían ninguna clase de armas; quizás pudiesen descubrirlo, o quizás no.
Un día Hardy y Horvath se detuvieron junto a la cabina de observación del capitán después de una hora en las salas de ejercicio de la MacArthur.
—Los pajeños están a punto de recibir un tanque de combustible —dijo Horvath a Rod—. Fue lanzado aproximadamente al mismo tiempo que su propia nave, con acelerador lineal, pero en una órbita que permite un mayor ahorro de combustible. Llegará en el plazo de dos semanas.
—Así que es eso. —Blaine y sus oficiales se habían preguntado qué sería el silencioso objeto que avanzaba lentamente hacia su posición.
—¿Lo sabía usted? Podría habérnoslo dicho.
—Tendrán que recogerlo —especuló Blaine—. Vaya… me pregunto si no podría entregárselo una de mis embarcaciones. ¿Nos dejarían hacerlo?
—No veo motivo para que no lo hagamos. Se lo preguntaremos —dijo David Hardy—. Una cosa más, capitán.
Rod sabía que era una cuestión delicada. Horvath hacía pedir al doctor Hardy todas las cosas que suponía que él iba a rechazar.
—Los pajeños quieren construir un puente de cámara neumática entre el transbordador y su nave —concluyó Hardy.
—Es sólo una estructura temporal y la necesitamos —Horvath hizo una pausa—. No es más que una hipótesis, ¿comprende?, pero, capitán, creemos que para ellos todas las estructuras son meramente temporales. En el despegue debían de tener lechos de alta gravedad, pero ahora han desaparecido. Llegaron sin combustible para el regreso. Es casi seguro que rediseñaron su sistema de soporte vital para la caída libre en las tres horas que siguieron a su llegaba.
—Y también esto pasará —añadió Hardy—. Pero la idea no les molesta. Parece gustarles.
—Su psicología difiere mucho de la humana en este aspecto —dijo Horvath—. Quizás un pajeño nunca intente diseñar algo permanente. No debe de haber en su mundo ninguna Esfinge, ninguna Pirámide, ningún monumento a Washington, ninguna tumba de Lenin.
—Doctor, no me gusta la idea de unir las dos naves.
—Pero, capitán, necesitamos algo así. Hombres y pajeños están constantemente cruzando el espacio de una nave a otra, y tienen que utilizar el taxi siempre. Además los pajeños han empezado ya a trabajar…
—Supongo que no hará falta que les diga que si unen las dos naves, usted y todos los que están a bordo del transbordador pasarán a ser rehenes de los pajeños.
—Yo estoy seguro de que podemos confiar en los alienígenas, capitán —dijo ásperamente Horvath—. Hacemos grandes progresos con ellos.
—Además —añadió el capellán Hardy— somos ya rehenes. No hay modo, ni lo ha habido nunca, de evitar esa situación. La MacArthur y la Lenin son nuestra protección. Si es que necesitamos protección. Si dos naves de combate no les asustan… en fin, ya conocíamos la situación cuando subimos al transbordador.
Blaine rechinó los dientes. Aunque pudiese prescindir del transbordador, no podía prescindir del personal que lo ocupaba. Sinclair, Sally Fowler, el doctor Horvath, el capellán… la gente más valiosa de la MacArthur estaba viviendo a bordo del transbordador. Pero el capellán tenía razón sin duda. Todos estaban expuestos a morir a manos de los alienígenas en cualquier momento, y a la MacArthur sólo le quedaba la compensación de la venganza.
—Dígales que adelante —dijo Rod. El puente no aumentaría en nada el peligro.
Los trabajos se iniciaron en cuanto Rod dio permiso. Un tubo de fino metal, flexiblemente articulado, brotaba del casco de la nave pajeña, culebreando hacia ellos como un ser vivo. A su alrededor se arracimaban pajeños con trajes de frágil apariencia. Vistos desde la escotilla principal del transbordador, casi podrían haber sido hombres… casi.
Sally empezaba a ver borroso. La iluminación era extraña… apagada luz pajeña y sombras negro espacio y esporádicos reflejos de luz artificial, todo ello reflejado desde la brillante y curvada superficie metálica. Toda la imagen resultaba asimétrica y extraña y le producía dolor de cabeza.
—Sigo preguntándome de dónde extraerán el metal —dijo Whitbread; estaba sentado junto a ella, como hacía siempre cuando ambos descansaban entre trabajo y trabajo—. No había espacio libre a bordo de la nave la primera vez que la visité y sigue sin haberlo ahora. Deben de estar despiezando su nave.
—Eso podría ser una explicación —dijo Horvath.
Se habían reunido alrededor de la escotilla principal después de cenar, con tazas de té y de café en las manos. Los pajeños se habían convertido en auténticos entusiastas del té y del chocolate. Pero no podían soportar el café. Humanos y pajeños se alternaban en un círculo frente a la ventana, sentados en el banco de caída libre que tenía forma de herradura. Los Fyunch(click) habían aprendido el truco humano de alinearse todos en la misma dirección.
—Fíjese lo deprisa que trabajan —dijo Sally—. Es como si el puente creciera ante nuestros ojos. —Sus ojos comenzaron a desenfocarse otra vez. Era como si alguno de los pajeños estuviese trabajando mucho más atrás que los otros—. El que tiene las franjas de color naranja debe de ser un Marrón. Parece el que lo dirige todo, ¿no cree?
—Además es quien hace la mayor parte del trabajo —dijo Sinclair.
—Es curioso —dijo Hardy—. Si sabe bastante para dar órdenes, debería ser capaz de hacer el trabajo mejor que nadie ¿no creen? —se frotó los ojos—. O no razono bien, o alguno de esos pajeños es más pequeño que los demás…
—Eso parece —dijo Sally.
Whitbread miraba fijamente a los constructores del puente. Muchos de los pajeños parecían trabajar muy por detrás de la nave alienígena… hasta que tres de ellos pasaron por delante del casco.
—¿Ha probado alguien a observar esto por el telescopio? —dijo cautelosamente—. Lafferty, enfóquelo, por favor.
En la pantalla del telescopio se veía todo asombrosamente claro. Algunos de los trabajadores pajeños eran tan pequeños como para poder meterse por cualquier rendija. Y tenían cuatro brazos.
—¿Usan ustedes a menudo esas criaturas como obreros? —preguntó Sally a su Fyunch(click).
—Sí. Nos parecen muy útiles. ¿No hay criaturas como ésas en sus naves? —El alienígena parecía sorprendido; de todos los pajeños, el de Sally daba la impresión de ser el que más a menudo se sorprendía de las cosas de los humanos—. ¿Cree usted que se preocupará Rod?
—Pero ¿qué son? —preguntó Sally. Ignoró la pregunta que le había hecho el pajeño.
—Son… obreros —comentó el pajeño—. Animales… útiles. ¿Les sorprende lo pequeños que son? ¿Son mayores los de ustedes, entonces?
—Oh, sí —contestó Sally con aire ausente; observaba a los otros—. Creo que me gustaría ir a ver esos… animales… más de cerca. ¿Quiere acompañarme alguien?
Pero Whitbread estaba ya enfundándose el traje, y lo mismo hacían los otros.
—Fyunch(click) —dijo la alienígena.
—¡Dios mío! —exclamó Blaine—. ¿Te han elegido ahora para contestar a las llamadas?
La alienígena habló lentamente, pronunciando con sumo cuidado. Su gramática no era perfecta, pero su capacidad para captar los giros y las inflexiones resultaba sorprendente.
—¿Por qué no? Hablo bastante bien. Soy capaz de recordar un mensaje. Puedo utilizar la grabadora. Tengo muy poco que hacer cuando no aparece usted.
—Eso no puedo evitarlo.
—Lo sé —dijo, y con un tono de satisfacción añadió—: Todos se han sorprendido al verme.
—Demonios, a mí desde luego me ha sorprendido. ¿Quién anda por ahí?
—El piloto Lafferty. Los demás humanos están fuera. Han ido a ver el… túnel. Cuando esté acabado, no tendrán que ir con ellos los soldados cuando quieran visitar la otra nave. ¿Quiere que transmita algún mensaje?
—No, gracias, volveré a llamar.
—Sally estará pronto de vuelta —dijo la pajeña de Blaine—. ¿Cómo está usted? ¿Cómo va la nave?
—Bastante bien.
—Es usted siempre muy cauto cuando habla de la nave. ¿Estoy inmiscuyéndome acaso en cosas secretas de la Marina? No es la nave lo que a mí me preocupa. Rod. Yo soy su Fyunch(click) personal. Significa mucho más que simplemente guía.
La pajeña hizo un extraño gesto. Rod le había visto hacerlo antes, cuando estaba inquieta o enojada.
—¿Qué significa exactamente Fyunch(click)?
—Yo estoy asignada a usted. Usted es un proyecto, una obra de arte. Y yo tengo que aprender todo lo que pueda saberse de usted. Tengo que hacerme especialista en usted. Mi Señor Roderick Blaine, y usted debe convertirse para mí en un tema de estudio. No es su nave gigantesca, tosca y mal diseñada lo que me interesa, sino su actitud frente a esa nave y a los humanos que hay a bordo, el control que tiene sobre ellos, el interés que tiene en su bienestar, etc.
¿Cómo manejaría Kutuzov aquello? ¿Rompería el contacto? Demonios…
—A nadie le gusta que le observen. Todo el mundo se siente incómodo cuando le estudian así.
—Suponíamos que se lo tomaría de ese modo. Pero, Rod, usted está aquí para estudiarnos, ¿no? Por lo tanto tenemos derecho a estudiarle nosotros a usted.
—Lo tienen. —La voz de Rod reflejaba aspereza, a pesar de las intenciones del propio Rod—. Pero si alguien le parece molesto cuando usted habla con él, la razón probablemente sea ésa.
—Por Dios —dijo la pajeña—. Ustedes son los primeros seres inteligentes que encontramos que no se relacionan genéticamente con nosotros. ¿Cómo pueden esperar sentirse cómodos en nuestra compañía?
La pajeña se rascó la zona central lisa de la cara con el índice derecho superior, luego dejó caer la mano como embarazada. Era el mismo gesto que había hecho un momento antes.
Brotaron ruidos en la pantalla.
—Cuelgue un momento —dijo la pajeña—. Bien… son Sally y Whitbread. —Su voz se elevó—. ¿Sally? El capitán está en pantalla.
Se deslizó fuera de la silla. Sally Fowler pasó a ocuparla. Su sonrisa parecía forzada cuando dijo:
—Hola, capitán. ¿Que hay de nuevo?
—Todo sigue como siempre. ¿Cómo van las cosas por ahí?
—Rod, parece usted aturdido. Es una experiencia extraña, ¿verdad? No se preocupe, la pajeña no puede oírnos ahora.
—Bueno. Creo que me incomoda un poco el que un alienígena lea mis pensamientos de ese modo. Supongo que son capaces realmente de leer los pensamientos.
—Dicen que no. Y a veces sus conjeturas son erróneas. —Se pasó una mano por el pelo, que tenía revuelto, quizás a causa del casco del traje de presión—. Se equivocan completamente. Al principio el Fyunch(click) del teniente Sinclair no le hablaba. Creían que era un Marrón; un idiota, una especie de carpintero, comprende. ¿Cómo va con las miniaturas?
Éste era un tema que ambos habían aprendido a eludir. Rod se preguntó por qué lo sacaría a colación.
—Los perdidos aún siguen perdidos. No hay el menor rastro de ellos. Podrían incluso haber muerto en alguna parte de la nave. Conservamos aún a la miniatura que quedó. Creo que sería mejor que le echase un vistazo, Sally, la próxima vez. Quizás esté enferma.
—Iré mañana —dijo Sally—. Rod, ¿ha observado usted al grupo de trabajo alienígena?
—No demasiado. La cámara neumática parece ya casi terminada.
—Sí… Rod, han utilizado miniaturas especializadas para hacer parte del trabajo.
Rod miraba estúpidamente. Sally movió los ojos inquieta.
——Miniaturas especializadas. Con trajes de presión. No sabíamos que estuviesen a bordo. Supongo que deben de ser muy tímidas y esconderse cuando hay humanos a bordo. Pero después de todo no son más que animales. Lo preguntamos.
—Animales. —Oh, Dios mío. ¿Qué diría Kutuzov?—. Sally, esto es importante. ¿Puede usted venir esta noche e informarme? Usted o cualquiera que sepa algo de esto.
—De acuerdo. El teniente Sinclair está mirándoles ahora. Rod, es realmente fantástico la destreza de estos animalitos. Y pueden introducirse en lugares en los que sería necesario utilizar herramientas suplementarias e instrumentos especiales.
—Me lo imagino. Sally, dígame la verdad, ¿hay alguna posibilidad de que las miniaturas sean seres inteligentes?
—No. Están simplemente especializadas.
—Sólo especializadas. —Si hubiese alguna viva a bordo de la MacArthur habría explorado la nave de proa a popa—. Sally, ¿hay alguna posibilidad de que uno de los alienígenas pueda oírme ahora?
—No. Estoy utilizando el audífono, y no les hemos permitido trabajar con nuestro equipo.
—No puede estar segura del todo, sin embargo. Ahora escúcheme cuidadosamente, luego quiero hablar en privado con todos los demás tripulantes del transbordador; uno a uno. ¿Ha dicho alguien algo, lo que sea, de que hay miniaturas perdidas a bordo de la MacArthur?
—No. Nos dijo usted que no lo dijésemos, ¿recuerda? ¿Qué pasa, Rod? ¿Qué pasa?
—Por amor de Dios, no digan nada sobre las miniaturas perdidas. Se lo diré a los otros cuando hable con ellos. Y quiero verles a todos, salvo la tripulación regular del transbordador, esta noche. Es hora de que intercambiemos nuestros datos sobre los pajeños, porque tendré que informar al almirante mañana por la mañana. —Parecía casi pálido—. Supongo que puedo esperar hasta entonces.
—Bueno, desde luego que puede —dijo ella.
Sonrió graciosamente, pero se sentía inquieta. Nunca había visto a Rod tan preocupado y esto le preocupaba a ella.
—Estaremos ahí en una hora —dijo—. Ahora le dejo con el señor Whitbread, y, por favor, Rod, deje de preocuparse.