La ducha: una bolsa plástica de agua jabonosa con un joven dentro; el cuello de la bolsa sellado alrededor del cuello del hombre. Whitbread utilizaba un cepillo de mango muy largo para rascarse en donde le picara, y le picaba por todas partes. Resultaba placentero estirar y encoger los músculos. ¡Era tan pequeña la nave pajeña! ¡Tan claustrofóbica!
Una vez limpio se reunió con los demás en la sala.
El capellán, Horvath y Sally Fowler, todos con zapatillas de caída de suela rígida, todos alineados hacia arriba. Whitbread nunca se había fijado antes en aquello.
—Señor Ministro de Ciencias, me pongo a sus órdenes.
—Está bien, señor… Whitbread. —Se alejó. Parecía preocupado e inquieto. Todos lo parecían.
Habló el capellán, laboriosamente.
—Ya ve, ninguno sabemos realmente qué hacer. Nunca se ha establecido contacto con alienígenas.
—Son muy cordiales. Quieren hablar —dijo Whitbread.
—Vaya, eso me pone en un apuro, aunque sea positivo. —El capellán lanzó una nerviosa carcajada—. ¿Cómo es su nave, Whitbread?
Intentó explicárselo. Muy estrecha hasta que se llega a los toroides plásticos… frágil… es inútil intentar distinguir o diferenciar a los pajeños, salvo los Marrones, que son algo distintos de los Marrones-y-blancos…
—Van desarmados —les dijo—. Estuve tres horas explorando la nave. No había a bordo ningún lugar en que pudiesen esconder armas grandes.
—¿Tuvo usted la impresión de que intentaban ocultarle algo?
—No…
—No parece usted muy seguro —dijo rápidamente Horvath.
—Bueno, no es eso, señor. Es que estaba recordando en este momento la sala de herramientas. Entramos en una sala que era todo herramientas: paredes, techo y suelo. En un par de paredes había cosas normales: brocas manuales, sierras de extraños mangos, tornillos y destornilladores. Cosas que yo podía reconocer. Y clavos y lo que me pareció un martillo con una gran cabeza lisa. Todo aquello parecía el taller del sótano de un aficionado a la mecánica. Pero también había cosas realmente complejas; cosas que no pude descubrir para qué servían.
La nave alienígena flotaba fuera, frente a la escotilla frontal. Dentro de ella se movían formas no humanas. Sally las observaba también… pero Horvath dijo secamente:
—Decía usted que los alienígenas no le conducían.
—No creo que pretendieran ocultarme nada. Estoy seguro de que fui yo quien se dirigió a la sala de herramientas. No sé por qué, pero creo que era una prueba de inteligencia. Si lo era, fracasé.
—El único pajeño —dijo el capellán Hardy— al que hemos interrogado hasta ahora no comprende siquiera los gestos más simples. Ahora me dice usted que los pajeños han estado haciéndole pruebas de inteligencia…
—E interpretando gestos. Tienen una facilidad asombrosa para comprenderlos, de veras. Son distintos. Ya vio usted las imágenes. Hardy se acarició el pelo rojizo.
—¿Las de la cámara de su casco? Sí, Jonathon. Creo que estamos tratando con dos tipos distintos de pajeños. Uno es un sabio idiota y no habla. Los otros… hablan —concluyó torpemente; se dio cuenta de que estaba jugueteando con su pelo y lo alisó de nuevo—. Pero será difícil aprender a contestarles.
Whitbread comprendió que todos temían el encuentro, y sobre todo Sally. E incluso el capellán Hardy, que nunca se inquietaba por nada. Todos temían aquel primer contacto.
—¿Alguna impresión más? —preguntó Horvath.
—Sigo pensando que la nave estaba diseñada para caída libre. Hay puntos de fijación en toda ella. Y también muebles hinchables. Y hay pequeños pasadizos unidos a los toroides, de la misma anchura que ellos. Con aceleración deben de ser como trampillas abiertas sin salida.
—Es extraño —musitó Horvath—. La nave estaba bajo aceleración hasta hace cuatro horas.
—Exactamente, señor. Las uniones deben de ser nuevas.
Esta idea asaltó de pronto a Whitbread. Aquellas uniones tenían que ser nuevas…
—Pero eso nos explica aún más —dijo quedamente el capellán Hardy—. Y dice usted que los muebles están situados en todos los ángulos. Todos vimos que los pajeños no se preocupaban de cuál era su orientación cuando hablaban con usted. Como si estuviesen extrañamente adaptados a la caída libre. Como si hubiesen evolucionado en ella…
—Pero eso es imposible —protestó Sally—. Imposible, pero… ¡Tiene usted razón, doctor Hardy! Los humanos siempre se orientan. ¡Incluso los veteranos que han pasado toda su vida en el espacio! Pero nadie puede evolucionar en caída libre.
—Una raza lo suficientemente vieja podría —dijo Hardy—. Y tenemos esos brazos asimétricos. ¿Progreso evolutivo? Es conveniente tener en cuenta esta teoría cuando hablemos con los pajeños. —Si podemos hablar con ellos, añadió para sí.
—Lo que más les extrañó fue mi columna vertebral —dijo Whitbread—. Como si no hubiesen visto nunca una. —Se detuvo—. No sé si se lo han dicho. Me desnudé para que me vieran. Me parecía justo que ellos… supieran con quién trataban —No podía mirar a Sally.
—No me río —dijo ella—. Tendré que hacer lo mismo.
Whitbread dio un respingo.
—¿Cómo?
Sally eligió cuidadosamente las palabras; tengo que recordar las costumbres provincianas, se dijo. No alzó la vista de la cubierta.
—No creo que el capitán Blaine y el almirante Kutuzov pretendan ocultar a los pajeños la existencia de dos sexos entre los humanos. Tienen derecho a saber cómo estamos hechos, y yo soy la única mujer a bordo de la MacArthur.
—¡Pero es usted la sobrina del senador Fowler! Sally no sonrió al oír esto.
—No se lo diremos. —Se levantó inmediatamente—. Piloto Lafferty, partiremos ya.
Se volvió, de nuevo la dama imperial, y por el gesto que hizo no parecía que estuviese en caída libre.
—Jonathon —dijo—, le agradezco su interés. Capellán, debe reunirse conmigo en cuanto le llamen —y con esto, se fue. Mucho después, Whitbread dijo:
—Me preguntaba por qué estábamos todos tan nerviosos. Y Horvath, sin mirarle, dijo:
—Ella insistió.
Sally llamó al transbordador cuando llegó. El mismo pajeño que había recibido a Whitbread u otro idéntico la ayudó a subir a bordo cortésmente.
Una cámara del taxi recogió esto e hizo inclinarse profundamente hacia adelante al capellán.
—Ese gesto que hizo parece de usted, Whitbread. Es un excelente imitador.
Sally volvió a llamar unos minutos después. Estaba en uno de los toroides.
—Estoy rodeada de pajeños. Muchos de ellos llevan instrumentos. De tamaño manual, Jonathon…
—La mayoría no tenían nada en la mano. ¿Cómo son esos instrumentos?
—Bueno, uno parece una cámara a medio desmontar y otro tiene una pantalla como la de un osciloscopio —hubo una pausa—. Bueno, llegó el momento…
Durante veinte minutos no supieron nada de Sally Fowler. Los tres hombres esperaron con los ojos fijos en la pantalla vacía del intercomunicador.
Por fin sonó áspera la voz de Sally.
—Muy bien, caballeros, pueden venir ustedes ya.
—De acuerdo —dijo Hardy, soltándose y flotando en un lento arco hacia la cámara neumática del transbordador. Su tono era también áspero pero aliviado. La espera había terminado.
Alrededor de Rod había el movimiento habitual del puente; los científicos observaban las principales pantallas visuales, los oficiales controlaban los movimientos de la MacArthur. Para mantener a los tripulantes ocupados Rod había ordenado al guardiamarina Staley que realizase un simulacro de asalto a la nave pajeña con los soldados. Todo puramente teórico, por supuesto; pero ayudaba a mantener a Rod ocupado impidiéndole cavilar sobre lo que sucedía a bordo de la nave alienígena. La llamada de Horvath fue una distracción venturosa, y Rod se mostró muy cordial en su respuesta.
—¡Qué hay, doctor! ¿Cómo van las cosas?
Horvath casi sonrió.
—Muy bien, gracias, capitán. El doctor Hardy ha ido hacia la nave pajeña con la señorita Sally. Envié con ella al señor Whitbread.
—Estupendo. —Rod sentía una dolorosa tensión en los omoplatos. Así que Sally había tenido que pasar por…
—Capitán, el señor Whitbread mencionó una sala de herramientas a bordo de la nave alienígena. Cree que comprobaban su capacidad para utilizar herramientas. Pienso que quizás los pajeños nos juzguen casi exclusivamente en función de esa capacidad.
—Bueno, puede ser. La construcción y el uso de herramientas es un elemento básico…
—¡Sí, claro, capitán, pero ninguno de nosotros somos constructores de herramientas! Aquí hay un lingüista, un antropólogo, un administrador (yo) y algunos soldados. Resulta irónico, capitán. Hemos dedicado todas nuestras energías a aprender sobre los pajeños. No hemos pensado en la necesidad de impresionarles con nuestra inteligencia.
Blaine consideró esto.
—Están las naves… pero tiene usted razón, doctor. Le enviaré a alguien. Tenemos que presentarles a alguien que pueda superar perfectamente una prueba.
En cuanto Horvath desapareció de la pantalla, Rod accionó de nuevo los controles del intercomunicador.
—Kelley, puede retirar ya a la mitad de sus soldados de los puestos de alerta.
—De acuerdo, capitán. —El artillero no mostraba emoción alguna, pero Rod sabía lo incómoda que era la armadura de combate. Todos los soldados y oficiales de la MacArthur la llevaban puesta en situación de alerta en la cubierta hangar.
Luego, Blaine llamó a Sinclair.
—Tenemos un problema complicado, Sandy. Necesitamos a alguien que sea muy hábil manejando herramientas y que esté dispuesto a ir a la nave pajeña. Si me indica usted unos cuantos hombres, pediré voluntarios.
—No se preocupe, capitán, iré yo mismo.
Blaine se quedó sorprendido.
—¿Usted, Sandy?
—Sí, ¿por qué no, capitán? ¿Es que no soy hábil con las herramientas? ¿Acaso no soy capaz de arreglar cualquier cosa que se estropee? Mis compañeros podrán solucionar los problemas que puedan surgir en la MacArthur. Están perfectamente entrenados por mí. No me echará nadie de menos…
—Espere un momento, Sandy.
—¿Sí, capitán?
—Está bien. Cualquiera capaz de hacer bien una prueba sabría todo lo relativo al Campo y al Impulsor. Aunque puede que el almirante no quiera dejarle ir…
—No hay a bordo quien sepa más que yo sobre ese tema, capitán.
—Lo sé… está bien, consiga la aprobación del médico. Y déme un nombre. ¿A quién debo enviar si usted no puede ir?
—En ese caso puede enviar a Jacks. O a Leigh Battson, o a cualquiera de mis compañeros… excepto Menchijov Pulgares.
—Menchijov. ¿No es ése el técnico que salvó a seis hombres que quedaron atrapados en la cámara de torpedos posterior durante el combate con la Defiant?
—El mismo, capitán. Es también el que arregló su ducha dos semanas antes de esa batalla.
—Ah. Bien, gracias, Sandy.
—Apagó la pantalla y miró a su alrededor. Tenía en realidad muy poco que hacer. Las pantallas mostraban la nave pajeña en el centro de la línea de fuego de las baterías principales de la MacArthur; su nave estaba perfectamente a salvo de lo que pudiese hacer la nave alienígena; pero ahora a Sally se habían unido Hardy y Whitbread… Se volvió a Staley.
—Ese último me parece excelente. Ahora proyecte un plan de rescate suponiendo que sólo la mitad de los soldados estén en situación de alerta…
Sally percibió la actividad cuando Hardy y Whitbread fueron conducidos a bordo de la nave pajeña, pero apenas si volvió la vista cuando aparecieron. Se había dado tiempo para vestirse adecuadamente, pero lamentaba que hubiese sido necesario, y bajo la difusa y filtrada luz pajeña recorría con sus manos el cuerpo de un Marrón-y-blanco, doblando su codo y accionando las articulaciones de los hombros y tanteando los músculos, mientras dictaba un rápido monólogo al micrófono que llevaba al cuello.
—Deduzco que hay otras subespecies, pero estrechamente relacionadas con los Marrones, quizás lo bastante para que existan uniones fecundas. Para determinar esto habrá que estudiar el código genético cuando llevemos muestras a Nueva Escocia, donde hay el equipo adecuado. Quizás los pajeños lo sepan, pero hemos de tener cuidado en lo que les preguntemos hasta que sepamos claramente qué tabúes existen entre ellos.
»Evidentemente, no hay discriminación sexual como la que existe en el Imperio; en realidad es notable el predominio de las hembras. Un Marrón es macho y se cuida de las crías. Las crías están destetadas, o por lo menos no hay indicio alguno claro de ninguna hembra (o macho) que los amamante a bordo.
»Mi hipótesis es que, a diferencia de la Humanidad después de las Guerras Separatistas, no tienen escasez de madres o generadores de hijos, y así no hay ningún mecanismo cultural de protección especial como el que sobrevive en el Imperio. No se me ocurre ninguna teoría que explique el que no haya ninguna cría entre los Marrones-y-blancos, aunque es posible que los pajeños inmaduros que he examinado procedan de Marrones-y-blancos y que los Marrones sirvan como educadores de los niños. Es indudable que existe cierta tendencia a que los Marrones hagan todos los trabajos técnicos.
»La diferencia entre los dos tipos es clara pero no espectacular. Los Marrones tienen las manos mayores y mejor desarrolladas, y la frente con una inclinación más pronunciada. Y son más pequeños. Pregunta: ¿cuáles están mejor adaptados para manejar herramientas? Los Marrones-y-blancos tienen una capacidad cerebral algo mayor, los Marrones tienen mejores manos. Hasta ahora todos los Marrones-y-blancos que he visto son hembras, y de los Marrones hay uno de cada sexo; ¿se trata de un accidente, es una característica de su cultura, o es algo biológico? Pongo fin a la transcripción. Bienvenidos a bordo, caballeros.
—¿Algún problema? —preguntó Whitbread.
Sally tenía la cabeza cubierta con una capucha de plástico, sellada alrededor del cuello como un saco de ducha de la Marina; evidentemente, no utilizaba los respiradores nasales. El saco deformaba ligeramente su voz.
—Ninguno. Desde luego aprendí tanto como ellos en la… orgía. ¿Y ahora qué?
Lecciones de idiomas.
Había una palabra: Fyunch(click). Cuando el capellán se señaló a sí mismo y dijo «David», la pajeña a la que miraba giró su brazo derecho inferior señalándose y dijo «Fyunch(click)», pronunciando el click con un chasquido de la lengua.
Bien. Pero Sally dijo:
—Creo que mi pajeño tenía el mismo nombre.
—¿Quiere usted decir que se trata del mismo alienígena?
—No, no lo creo. Y estoy segura de que Fyunch(click) —la pronunció cuidadosamente, haciendo el click con la lengua, pero estropeando luego el efecto con una risilla— no es la palabra que equivale a pajeño. Lo he comprobado.
—El capellán frunció el ceño.
—Quizás todos los nombres propios nos suenen igual —dijo muy serio—. O puede ser la palabra correspondiente a brazo.
Había una anécdota clásica al respecto, tan vieja que probablemente datase de la época preatómica. Se volvió a otro pajeño, se señaló a sí mismo y dijo:
—¿Fyunch(click)? —Su acento era casi perfecto, y el click no fue acompañado de ninguna risa.
—No —dijo el pajeño.
—Lo han captado enseguida —dijo Sally.
Whitbread lo intentó. Se colocó entre los pajeños y se señaló a sí mismo diciendo «¿Fyunch(click)?» obteniendo cuatro noes perfectamente articulados y luego un pajeño que se hallaba en posición invertida le dio una palmada en la rodilla y le dijo:
—¿Fyunch(click)? Sí.
Conclusión: había tres pajeños que llamaban «Fyunch(click)» a un humano. Cada uno de ellos a un humano distinto, y no a los demás. ¿Por qué?
—Debe de significar algo así como «Estás asignado a mí» —sugirió Whitbread.
—Es una hipótesis posible —aceptó Hardy. En realidad bastante posible, pero los datos eran aún insuficientes… ¿había hecho el muchacho una conjetura afortunada?
Alrededor de ellos se movían los pajeños. Algunos de los instrumentos podrían haber sido cámaras o magnetófonos. Algunos aparatos producían ruidos cuando hablaban los humanos.
Otros corrían cintas o trazaban quebradas líneas anaranjadas en pequeñas pantallas. Los pajeños prestaban también cierta atención a los instrumentos de Hardy, especialmente el Marrón macho, que desarmó el osciloscopio y lo montó de nuevo. Las imágenes que aparecían después en el aparato parecían más claras, y el control de persistencia funcionaba mucho mejor, a juicio de Hardy. Interesante. Y sólo los Marrones hacían cosas como aquélla.
La lección de idiomas se había convertido en tarea de grupo. Era un juego ya aquella enseñanza de ánglico a los pajeños. Bastaba señalar y decir la palabra, y los pajeños generalmente la recordaban. David Hardy daba las gracias.
Los pajeños seguían manipulando las piezas de sus instrumentos, conectándolos, o a veces entregándoselos a un Marrón con una algarabía de silbidos pajariles. La amplitud de sus propias voces era asombrosa. Hablando pajeño, abarcaban los tonos más extremos en instantes. Hardy sospechaba que el tono formaba parte del código.
Tenía clara conciencia del paso del tiempo. Su vientre era un inmenso vacío cuyas quejas ignoraba con indiferente menosprecio. Alrededor de su nariz, donde se ajustaba el respirador, comenzaban a formarse rozaduras. Le picaban los ojos a causa de la atmósfera de la nave pajeña, que se filtraba por debajo de sus grandes gafas; habría preferido elegir un casco o una caperuza de plástico como Sally. El pajeño mismo era un punto difuso y brillante que se movía lentamente a lo largo de la pared curvada y translúcida. El aire seco que respiraba estaba deshidratándole lentamente.
Sentía estas cosas como indicio del paso del tiempo, y las desdeñaba. Bullía en su interior una extraña alegría. Aquélla era la misión más importante de su vida.
Pese a lo excepcional de la situación, Hardy decidió atenerse a la lingüística tradicional. Había problemas sin precedentes como mano, cara, orejas, dedos. Resultó que los doce dedos de las manos derechas tenían un nombre colectivo, y los tres dedos gruesos de la izquierda otro. La oreja tenía un nombre cuando estaba caída y otro cuando estaba levantada. No había ningún nombre equivalente a cara, aunque captaron inmediatamente la palabra ánglica y parecieron considerarla una innovación valiosa.
Hardy había creído tener los músculos habituados a la caída libre; pero ahora le molestaban. No lo atribuyó al agotamiento. No sabía dónde había ido Sally, y el hecho no le inquietaba lo más mínimo. Esto era un indicio de su aceptación de Sally y de los pajeños como colegas. Pero también lo era de lo cansado que estaba. Hardy se consideraba a sí mismo un hombre ilustrado, pero lo que Sally habría calificado de «protección especial de las mujeres» estaba profundamente enraizado en la cultura Imperial… sobre todo en la monástica Marina.
Hardy sólo se dejó convencer por los demás de que debía volver al transbordador cuando se le acabó el aire.
La cena fue sencilla, y la consumieron apresuradamente, deseosos de cotejar notas. Afortunadamente los otros le dejaron solo hasta que acabó de comer, a instigación sobre todo de Horvath, aunque evidentemente era el que tenía mayor curiosidad de todo el grupo. Aunque los utensilios estaban diseñados para situación de caída libre, ninguno de los otros estaba habituado a largos períodos de gravedad cero, y el comer en tal situación exigía nuevos hábitos que sólo podían aprenderse por medio de una gran concentración. Por último, Hardy dejó que uno de los miembros de la tripulación retirara su bandeja y alzó los ojos. Tres rostros codiciosos le lanzaron telepáticamente un millón de preguntas.
—Aprenden ánglico bastante bien —dijo David—. Me gustaría poder decir lo mismo de mis propios progresos.
—Se esfuerzan por aprenderlo —comentó Whitbread—. Cuando les decimos una palabra, la usan sin cesar, una y otra vez, formando frases, aplicándola a todo lo que hay alrededor… nunca vi nada igual.
—Eso es porque no se ha fijado usted lo suficiente en el doctor Hardy —dijo Sally—. Nos enseñaron esa técnica en la universidad, pero no la domino demasiado bien.
—La gente joven raras veces consigue dominarla —dijo el doctor Hardy estirándose para relajarse; el vacío quedaba salvado; pero resultaba embarazoso… los pajeños eran mejores en su trabajo que él—. Los jóvenes normalmente no tienen paciencia para la lingüística. En este caso, sin embargo, su empeño ayuda y puesto que los pajeños dirigen los esfuerzos de la persona a la que enseñan con gran habilidad profesional. Por cierto, Jonathon, ¿dónde estuvo usted?
—Llevé a mi Fyunch(click) fuera y le hice dar una vuelta alrededor del transbordador. Fuimos a la nave de los pajeños sin nada que enseñarles y no quería traerlos aquí. ¿Podemos hacerlo?
—Desde luego —dijo Horvath sonriendo—. He hablado con el capitán Blaine y lo deja a nuestro criterio. Como dice él, no hay nada secreto en el transbordador. Sin embargo, me gustaría que hubiese algo especial… alguna ceremonia. ¿Se les ocurre algo? Después de todo, si exceptuamos a la minera asteroidal, los pajeños nunca han visitado una nave humana.
—Ellos se preocupan muy poco por el hecho de que subamos a bordo de su nave —dijo Hardy—. Debemos recordar sin embargo que, a menos que toda la raza pajeña esté fantásticamente dotada para los idiomas (hipótesis que rechazo), han tenido su ceremonia especial antes de abandonar su planeta. Han colocado a bordo especialistas en idiomas. No me sorprendería descubrir que nuestros Fyunch(click) son el equivalente pajeño de doctores.
Whitbread hizo un gesto que llamó la atención de los otros y por último habló. Estaba muy orgulloso de haber desarrollado una técnica que permitía a un guardiamarina interrumpir a los demás.
—Señor, esa nave abandonó el planeta pajeño hace sólo horas, después (quizás menos de una hora) de que apareciese la MacArthur en su sistema. ¿Cómo iba a darles tiempo a reclutar especialistas?
—No lo sé —dijo Hardy lentamente—. Pero tienen que ser especialistas de algún tipo. ¿Qué utilidad podría tener una capacidad lingüística tan fantástica entre la población general? Y fantástica no es una palabra bastante fuerte. De todos modos, hemos logrado desconcertarles un poco, ¿se dieron ustedes cuenta?
—¿La sala de herramientas? —preguntó Sally—. Supongo que se refiere a eso, aunque creo que no me habría dado cuenta si Jonathon no me hubiese dado la primera clave. Me llevaron allí inmediatamente después de dejarle a usted, doctor Hardy, y a mí no me parecieron desconcertados. Me di cuenta, sin embargo, de que usted permanecía allí mucho más tiempo que yo.
—¿Qué hizo usted allí? —preguntó David.
—Bueno, estuve examinando todos aquellos artilugios. Todo estaba lleno de aparatos… por cierto, aquellas abrazaderas fijadas a la pared no eran bastante grandes para soportar gravedad real, de eso estoy seguro. Debieron de construir aquella sala después de venir aquí. Pero de cualquier modo, como no había nada que yo pudiese entender, no presté mucha atención.
Hardy juntó las manos en actitud de oración, y luego alzó la vista embarazado. Había adquirido aquel hábito mucho antes de ingresar en el sacerdocio, y no podía prescindir de él; pero indicaba concentración, no reverencia.
—No hizo usted nada, y ellos no manifestaron curiosidad por tal cosa. —Pensó intensamente durante largos segundos—. Sin embargo yo pregunté los nombres de las piezas y pasé mucho tiempo allí, y mi Fyunch(click) pareció sorprenderse mucho. Pude interpretar mal la emoción, desde luego, pero creo realmente que mi interés por las herramientas les desconcertó.
—¿Intentó usted utilizar alguna? —preguntó Whitbread.
—No. ¿Y usted?
—Bueno, yo estuve jugueteando con algunas…
—¿Y se sorprendieron por eso, o manifestaron curiosidad?
—No dejaron de observarme ni un instante —dijo Jonathon, encogiéndose de hombros—. No noté ningún cambio de actitud.
—Sí —Hardy unió de nuevo sus manos, pero esta vez sin darse cuenta de lo que hacía—. Creo que hay algo extraño en esa habitación y en la curiosidad que les causa nuestro interés por ella. Pero dudo que sepamos el motivo mientras el capitán Blaine no nos envíe su especialista. ¿Saben ustedes quién vendrá?
—Envía al ingeniero jefe Sinclair —dijo Horvath.
—Hummm. —El sonido era involuntario; los otros miraron a Whitbread, que sonrió lentamente—. Si los pajeños estaban desconcertados con usted, señor, piense lo que pasará cuando oigan hablar al teniente Sinclair.
En un barco de guerra de la Marina los hombres no mantienen un peso medio. Durante los largos períodos de ocio, los que tienen tendencia a comer, se divierten comiendo. Engordan. Pero los hombres capaces de dedicar su vida a una causa (incluyendo un buen porcentaje de los que permanecerán en la Marina) tienden a olvidarse de comer. No pueden centrar la atención en la comida.
Sandy Sinclair miraba fijo al frente. Estaba sentado, muy rígido, al borde de la mesa de examen. Sinclair hacía siempre eso; no podía mirar a un hombre a los ojos estando desnudo. Era grande y delgado, y sus músculos nervudos eran mucho más fuertes de lo que parecían. Podría haber sido un hombre medio con un esqueleto demasiado grande.
Un tercio de su área superficial era tejido rosa cicatriz. Ardiente metal procedente de una explosión había dejado aquella extensión rosada sobre sus costillas. El resto procedía principalmente de llamas y salpicaduras de metal al rojo. Una batalla en el espacio deja siempre huellas, si es que el combatiente sobrevive.
El médico tenía veintitrés años y era muy alegre.
—Veinticuatro años de servicio, ¿eh? ¿Ha participado alguna vez en un combate?
—Ya tendrá usted su propia cuota de cicatrices —masculló Sinclair—, si continúa el tiempo suficiente en la Marina.
—Le creo, le creo. Bien, teniente, está usted en magnífica forma para sus cuarenta y tantos años. Podría soportar perfectamente un mes de caída libre, según mi opinión, pero jugaremos sobre seguro y le haremos volver a la MacArthur dos veces por semana. Supongo que no hará falta que le diga que debe seguir haciendo los ejercicios de caída libre.
Rod Blaine llamó al transbordador varias veces al día siguiente, pero hasta el anochecer no pudo localizar a nadie, aparte del piloto. Hasta Horvath estaba a bordo de la nave pajeña.
El capellán Hardy estaba exhausto y alborozado; sonreía abiertamente y tenía grandes círculos oscuros bajo los ojos.
—Estoy tomándolo como una lección de humildad, capitán. Son mucho mejor que yo en mi trabajo, en lingüística. He decidido que el modo más rápido de aprender su idioma era enseñarles ánglico. Ninguna garganta humana hablará jamás su idioma, o idiomas, sin ayuda de una computadora.
—Estoy de acuerdo. Haría falta una orquesta completa. He oído algunas de sus grabaciones. En realidad, capellán, no se podía hacer gran cosa.
—Lo siento —dijo Hardy sonriendo—. Procuraremos enviar informes con más frecuencia. Por cierto, en este momento el doctor Horvath está enseñando el transbordador a un grupo de pajeños. Parecen particularmente interesados en el impulsor. El Marrón quiere desmontarlo, pero el piloto no le deja. Dijo usted que no había secretos en esta embarcación.
—Dije eso, desde luego, pero podría ser un poco prematuro que les dejasen ustedes manipular la fuente energética de su nave. ¿Qué dijo Sinclair de eso?
—Lo ignoro, capitán —Hardy parecía desconcertado—. Le han tenido todo el día en esa sala de herramientas. Aún sigue allí.
Blaine se rascó la nariz. Estaba obteniendo la información que necesitaba, pero no era precisamente con el capellán Hardy con quien quería hablar.
—Dígame, ¿cuántos pajeños hay a bordo del transbordador?
—Cuatro, uno por cada uno de nosotros. Yo, el doctor Horvath, la señorita Sally el señor Whitbread. Parecen estar asignados como guías.
—Cuatro —Rod estaba intentando acostumbrarse a la idea.
El transbordador no era una nave armada, pero pertenecía a la Marina de guerra de Su Majestad, y tener a bordo a un grupo de alienígenas… Demonios. Horvath sabía los riesgos que corría.
—¿Sólo cuatro? —preguntó—. ¿No tiene Sinclair un guía?
—Aunque parezca extraño, no. Hay varios pajeños viéndole trabajar en la sala de herramientas, pero no tiene ninguno concreto asignado a él.
—¿No hay ninguno tampoco para el piloto y para los técnicos espaciales del transbordador?
—No —Hardy caviló un momento—. Es extraño, ¿verdad? Como si clasificasen al teniente Sinclair como un simple tripulante.
—Será que no les cae simpática la Marina.
David Hardy se encogió de hombros. Luego, cautelosamente, dijo:
—Capitán, tarde o temprano tendremos que invitarles a subir a la MacArthur.
—Me temo que eso es imposible.
—Bien —dijo Hardy, con un suspiro—, por eso lo planteo ahora, para que podamos discutirlo. Ellos han demostrado que confían en nosotros, capitán. No hay un centímetro cúbico de su nave que no hayamos visto, o al menos sondeado con instrumentos. Whitbread podrá testificar que no hay rastro alguno de armas a bordo. Acabarán preguntándose qué secretos culpables guardamos a bordo.
—Se lo explicaré… ¿Están los pajeños cerca? ¿Pueden oírme?
—No. Y además no han aprendido suficiente ánglico todavía.
—No olvide usted que lo aprenderán, y no olvide las cintas grabadoras. Bueno, capellán, tiene usted un problema… sobre los pajeños y la Creación. El Imperio tiene otro. Hemos hablado durante mucho tiempo sobre la aparición de los Grandes Brujos Galácticos, y sus dudas sobre si dejaban entrar a los humanos o no, ¿verdad? Sólo que es al revés, ¿no cree? Tenemos que decidir si vamos a dejar a los pajeños salir de su sistema, y hasta que eso se decida no queremos que vean los generadores del Campo Langston, el Impulsor Alderson, nuestras armas… ni siquiera que vean qué parte de la MacArthur es espacio vital, capellán. Eso indicaría demasiado sobre nuestra capacidad. Tenemos mucho que ocultar, y lo ocultaremos.
—Está usted tratándoles como a enemigos —dijo suavemente David Hardy.
—Esto no es decisión de usted ni mía, doctor. Además, quiero plantear algunas preguntas cuya respuesta debo conocer antes de decidir si los pajeños son o no verdaderamente amigos.
Rod dejó que su mirada pasase por encima del capellán, y sus ojos se centraron muy lejos. No lamento que no sea decisión mía, pensó. Pero en último término deberán preguntarme. Aunque no sea más que como futuro marqués de Crucis. Sabía que habría de plantearse el tema, y que se plantearía más veces; estaba preparado.
—En primer lugar, ¿por qué nos enviaron una nave desde Paja Uno? ¿Por qué no desde el racimo troyano? Está mucho más cerca.
—En cuanto pueda se lo preguntaré.
—En segundo lugar, ¿por qué cuatro pajeños? Quizás no sea importante, pero me gustaría saber por qué asignaron uno a cada uno de ustedes, los científicos, otro a Whitbread y ninguno a los miembros de la tripulación.
—Bueno, tienen razón, ¿no? Asignaron guías a las cuatro personas más interesadas en enseñarles…
—Exactamente. ¿Cómo lo supieron? Sólo como ejemplo, dígame, ¿cómo pudieron saber que estaría a bordo el doctor Horvath? Y la tercera pregunta es: ¿qué pretenden ahora?
—De acuerdo, capitán —Hardy parecía deprimido, irritado.
Era más difícil de rechazar que Horvath, y lo sería aún más… En parte porque era el confesor de Rod. Y el tema volvería a plantearse. Rod estaba seguro.