15 • Trabajo

La boca de la Ingeniera era ancha y sin labios, vuelta hacia arriba en los extremos. Parecía una semisonrisa de suave placidez, pero no lo era. Era un rasgo permanente de su rostro caricaturesco.

Sin embargo, la Ingeniera se sentía feliz.

Su alegría había ido creciendo. Pasar a través del Campo Langston había sido una nueva experiencia, como atravesar una burbuja negra de tiempo retardado. Aunque no tuviese instrumentos que le aportasen datos sobre el Campo, la Ingeniera estaba más deseosa que nunca de ver aquel generador.

La nave que había dentro de la burbuja parecía innecesariamente tosca, ¡y era espléndida, espléndida! Había piezas en la cubierta hangar que parecían desligadas de cualquier otra cosa, ¡mecanismos tan completos que no tenían que ser utilizados! Y muchas cosas que ella no podía entender sólo con verlas.

Algunas debían de ser adaptaciones estructurales al Campo, o al misterioso impulsor que trabajaba desde el Campo. Otras debían de ser invenciones auténticamente nuevas para hacer cosas familiares, nuevos circuitos, al menos nuevos para una Ingeniera de minas no demasiado refinada. Reconocía armas, armas en la gran nave, armas en los pequeños vehículos del hangar, armas personales que llevaban los alienígenas situados al otro extremo de la cámara neumática.

Esto no le sorprendía. Se había dado cuenta de que aquella nueva clase estaba formada por seres que daban órdenes, y no por seres que las recibiesen. Naturalmente tenían que llevar armas. Quizás fuesen incluso Guerreros.

La cámara neumática de doble puerta era demasiado compleja, demasiado fácil de inutilizar, primitiva, y constituía un derroche innecesario de elementos metálicos y de materiales. Ella era necesaria allí, se daba cuenta. La nueva clase debía de haber ido allí para recogerla, no podía haber ningún Ingeniero a bordo de la nave si utilizaban cosas como aquélla. Cuando comenzó a desmontar el mecanismo, el extranjero le tiró del brazo y ella desistió de su propósito. De todos modos no tenía herramientas, y no sabía qué tipo de materiales podía utilizar legalmente para hacer herramientas. Ya habría tiempo de eso.

La rodearon muchos otros, muy parecidos al primero. Llevaban extrañas vestiduras protectoras, la mayoría similares, y armas, pero no daban órdenes. El extranjero seguía intentando hablar con ella.

¿Es que no se daban cuenta de que ella no era un Mediador? Aquella nueva clase primitiva no era demasiado inteligente. Pero pertenecían a la especie que daba órdenes. El primero había gritado una orden clara.

Y no sabían hablar Idioma.

La situación exigía muy pocas decisiones. Un Ingeniero sólo debe ir a donde le conduzcan, reparar y rediseñar cuando se presenta la ocasión, y esperar a un Mediador. O a un Amo. Y había tanto que hacer, tanto…

La sala de suboficiales había sido convertida en sala de recepción para visitantes alienígenas. Los oficiales tuvieron que ocupar uno de los comedores de los infantes de marina, y éstos amontonarse en el otro. Hubo que hacer ajustes en toda la nave para acomodar a aquel enjambre de civiles y atender a sus necesidades.

Como laboratorio, la sala de oficiales carecía de algunos elementos, pero era un local seguro y disponía de agua corriente suficiente, grifos, placas caloríficas y elementos de refrigeración. Al menos no había nada que oliese a mesa de disección.

Después de discutirlo un rato, decidieron no intentar construir muebles que se ajustasen a las condiciones de los alienígenas. Cualquier cosa que construyesen sólo se acomodaría al pasajero de la sonda y eso parecía absurdo.

Había gran cantidad de televisores, y en consecuencia sólo se permitió entrar en la sala a un puñado de individuos clave, ya que el resto de la tripulación podía seguir los acontecimientos a través de los aparatos. Sally Fowler esperaba con los científicos, decidida a ganarse la confianza del pajeño. No le importaba en absoluto quién estuviese observando o lo que le costase conseguir lo que se proponía.

Resultó muy fácil ganarse la confianza del pajeño. Era en realidad un ser tan confiado como un niño. Lo primero que hizo al salir de la cámara neumática fue romper la bolsa de plástico que contenía las miniaturas y entregársela a la primera mano que se extendió solicitándola. No volvió a preocuparse por ellas.

Fue adonde lo condujeron, caminando entre los soldados hasta que Sally lo cogió de la mano a la puerta de la sala de recepción, y por donde pasaba miraba a su alrededor, haciendo girar su cuerpo como la cabeza de un búho. Cuando Sally lo dejó, se limitó a quedarse quieto esperando más instrucciones, observándolos a todos con la misma leve sonrisa.

No parecía comprender los gestos. Sally y Horvath y otros intentaron hablar con él, sin resultado. El doctor Hardy, lingüista y capellán, utilizó claves matemáticas, también sin resultado. El pajeño no entendía y no mostraba el menor interés.

Sin embargo le interesaban las herramientas y los instrumentos. En cuanto estuvo dentro intentó coger el arma del artillero Kelley. Ante la orden del doctor Horvath, Kelley descargó a regañadientes el arma y le permitió coger también uno de los proyectiles antes de entregársela. El pajeño la desmontó totalmente, para irritación de Kelley y diversión del resto, y luego volvió a montarla, correctamente, para asombro de Kelley. Luego examinó la mano del artillero, doblando los dedos hasta el límite y haciéndolos girar por las articulaciones, utilizando sus propios dedos para tantear los músculos y los complejos huesos de la muñeca. Examinó también la mano de Sally Fowler, comparando.

Luego sacó herramientas de su cinturón y comenzó a trabajar en la culata de la pistola, añadiéndole plástico que sacó de un tubo.

—Los pequeños son hembras —anunció uno de los biólogos—. Como la grande.

—Un minero asteroidal hembra —dijo Sally. Sus ojos adquirieron un brillo remoto—. Si usan hembras en un trabajo tan peligroso como éste, tienen que tener una cultura muy distinta de la del Imperio. —Contempló a la pajeña, pensativa. La alienígena respondió con una sonrisa.

—Lo mejor será que nos enteremos enseguida de lo que come —musitó Horvath—. No parece que traiga provisiones, y el capitán Blaine me informa que su nave se ha alejado con destino desconocido. —Contempló a los pajeños en miniatura, que se movían sobre la gran mesa que antes se utilizaba para jugar al ping-pong—. A menos que ésos sean las provisiones.

—Será mejor que no intentemos cocinarlos aún —dijo Renner desde la puerta—. Pueden ser niños. Pajeños inmaduros.

Sally se volvió de pronto y se quedó casi sin aliento antes de recuperar su frialdad científica. No era muy partidaria de cocinar algo antes de saber lo que era.

—Señor Renner —dijo Horvath—, ¿por qué se interesa el piloto jefe de la MacArthur en una investigación de anatomía extraterrestre?

—La nave descansa, el capitán se ha retirado y yo estoy fuera de servicio —dijo Renner; se olvidó interesadamente de mencionar las órdenes que el capitán había dado a la tripulación de no entrometerse en las tareas de los científicos—. ¿Me ordena usted acaso que me vaya?

Horvath lo pensó. Lo mismo hizo en el puente Rod Blaine, pero de todos modos no le gustaba Horvath. El Ministro de Ciencias hizo un gesto negativo.

—No. Pero creo que su comentario sobre los pequeños alienígenas fue una frivolidad.

—En absoluto. Pueden perder el segundo brazo izquierdo lo mismo que nosotros perdemos los dientes de leche. —Uno de los científicos hizo un gesto de asentimiento—. ¿Qué otras diferencias hay? ¿El tamaño?

—Ontogenia resume filogenia —dijo alguien.

—Oh, cállate —añadió otro.

La alienígena devolvió a Kelley su pistola y miró a su alrededor. Renner era el único oficial que había en la sala, y la alienígena se acercó a él y le pidió su pistola. Renner descargó el arma y se la entregó. La alienígena sometió luego la mano de Renner al mismo examen meticuloso. Esta vez trabajó mucho más deprisa, moviendo sus manos con una velocidad vertiginosa.

—Yo creo que son monos —dijo Renner—. Ancestros de los pajeños inteligentes. Lo que podría significar que usted tiene razón también. Hay gente que come carne de mono en una docena de planetas. Pero no podemos arriesgarnos aún.

La pajeña trabajó con el arma de Renner y luego la dejó sobre la mesa. Renner la recogió. Frunció el ceño al ver que la lisa culata tenía ahora una serie de protuberancias curvadas tan duras como el plástico original. Hasta el gatillo estaba reconstruido. Renner ajustó la pieza a su mano y de pronto se dio cuenta de que se adaptaba a la perfección. Era como una parte de su mano.

La contempló un momento, y advirtió luego que Kelley había vuelto a cargar la suya y la había guardado en la funda después de examinarla desconcertado. La pistola era perfecta, y a Renner le fastidiaría perderla; no era extraño, pues, que Kelley no hubiese dicho nada. El piloto jefe entregó su arma a Horvath.

El Ministro de Ciencias cogió la pistola.

—Parece ser que nuestra visitante sabe lo que son las herramientas —dijo—. No entiendo nada de armas, desde luego, pero esta pistola parece adaptarse perfectamente a la mano humana.

Renner la cogió de nuevo. Algo había en el comentario de Horvath que le molestaba. Le faltaba entusiasmo. ¿Ajustaría mejor el arma a su propia mano que a la de Horvath?

La pajeña echó un vistazo a la sala, girándose por el torso, contemplando a cada uno de los científicos y luego al resto del equipo y las instalaciones, mirando y esperando, esperando.

Una de las miniaturas estaba sentada con las piernas cruzadas frente a Renner, también mirándole y esperando. No parecía tener miedo alguno. Renner extendió una mano para rascarle detrás de la oreja derecha. Como la pajeña grande, carecía de oreja izquierda; los músculos del hombro del brazo izquierdo se asentaban en la parte superior de la cabeza. Pero parecía gustarle la caricia de Renner, que evitaba cuidadosamente la oreja misma, grande y frágil.

Sally observaba, preguntándose qué sucedería después, y preguntándose también qué era lo que le molestaba de la actitud de Renner. No era la incongruencia de que un oficial se dedicase a rascar la oreja de lo que parecía ser un mono alienígena, sino algo distinto, algo relacionado con la oreja misma…