XXX
Percy

A Percy le palpitaba el corazón mientras Crisaor se paseaba de un lado al otro, inspeccionándolos como a un valioso ganado. Una docena de sus guerreros permanecían formando un corro alrededor de ellos, apuntando con las lanzas al pecho de Percy, mientras otras docenas saqueaban el barco, dando golpes y haciendo ruido bajo la cubierta. Uno subió por la escalera con una caja de ambrosía. Otro iba con los brazos cargados de flechas de ballesta y una caja con fuego griego.

—¡Cuidado con eso! —advirtió Annabeth—. Puede volar los dos barcos.

—¡Ja! —dijo Crisaor—. Lo sabemos todo sobre el fuego griego, muchacha. No te preocupes. Llevamos eones saqueando y desvalijando barcos en el Mare Nostrum.

—Tu acento me suena —dijo Percy—. ¿Nos conocemos?

—No he tenido el gusto —la máscara de gorgona dorada de Crisaor le gruñó, aunque era imposible saber la expresión real que se escondía debajo—. Pero he oído hablar mucho de ti, Percy Jackson. Oh, sí, el joven que salvó el Olimpo. Y su leal socia, Annabeth Chase.

—Yo no soy la socia de nadie —gruñó Annabeth—. Y su acento te suena porque suena como su madre, Percy. La matamos en Nueva Jersey.

Percy frunció el entrecejo.

—Estoy seguro de que ese acento no es de Nueva Jersey. ¿Quién es…? Ah.

Todo encajó. El Emporio de Gnomos de Jardín de la Tía Eme: la guarida de Medusa. Ella hablaba con el mismo acento, al menos hasta que Percy le había cortado la cabeza.

—¿Es Medusa tu madre? —preguntó—. Qué chungo, colega.

A juzgar por el sonido de la garganta de Crisaor, él también estaba gruñendo bajo la máscara.

—Eres tan arrogante como el primer Perseo —dijo Crisaor—. Pero sí, Percy Jackson. Poseidón fue mi padre. Medusa fue mi madre. Después de que Medusa se convirtiera en un monstruo por obra de la supuesta diosa de la sabiduría… —la máscara dorada se giró contra Annabeth—. Tu madre, creo… Los dos hijos de Medusa quedaron atrapados en su interior, sin poder nacer. Cuando el Perseo original cortó la cabeza de Medusa…

—Nacieron dos niños —recordó Annabeth—. Pegaso y tú.

Percy parpadeó.

—Así que tu hermano es un caballo alado. Pero también eres mi hermanastro, lo que significa que todos los caballos voladores del mundo son mis… ¿Sabes qué? Olvidémoslo.

Hacía años había aprendido que era mejor no dar vueltas a quién estaba emparentado con quién en el mundo divino. Después de que Tyson el cíclope lo adoptara como hermano, Percy decidió que no quería ampliar la familia.

—Pero si eres hijo de Medusa —dijo—, ¿por qué nunca he oído hablar de ti?

Crisaor suspiró exasperado.

—Cuando tu hermano es Pegaso, te acostumbras a que se olviden de ti. ¡Oh, mira, un caballo alado! ¿A alguien le importo yo? ¡No! —levantó su espada hacia los ojos de Percy—. Pero no me subestimes. Mi nombre significa Espada de Oro por algo.

—¿Oro imperial? —aventuró Percy.

—¡Bah! Oro encantado, sí. Más tarde, los romanos lo llamaron oro imperial, pero yo fui el primero que manejó una espada como esta. ¡Debería haber sido el héroe más famoso de todos los tiempos! Como los narradores de leyendas decidieron obviarme, me convertí en villano. Decidí sacar partido de mi herencia. ¡Como hijo de Poseidón que soy, gobernaré los mares!

—Te convertiste en pirata —resumió Annabeth.

Crisaor extendió los brazos, cosa que a Percy le pareció bien, ya que apartó la punta de la espada de sus ojos.

—El mejor pirata —dijo Crisaor—. He surcado estas aguas durante siglos, abordando a cualquier semidiós lo bastante insensato como para explorar el Mare Nostrum. Ahora es mi territorio. Y todo lo que tenéis es mío.

Uno de los guerreros delfín subió a rastras al entrenador Hedge desde abajo.

—¡Suéltame, atún! —gritó Hedge.

Intentó darle una patada al guerrero, pero su pezuña rebotó sonoramente en la armadura de su captor. A juzgar por las marcas con forma de pezuña que lucían la coraza y el yelmo del delfín, el entrenador ya había hecho varios intentos.

—Ah, un sátiro —observó Crisaor—. Un poco viejo y esmirriado, pero los cíclopes pagarán bien por un bocado como él. Encadenadlo.

—¡Esta carne de cabra no es para nadie! —protestó Hedge.

—Amordazadlo también —decidió Crisaor.

—Pedazo dorado de…

El insulto de Hedge quedó interrumpido cuando el delfín le metió un mugriento rollo de lona en la boca. El entrenador no tardó en ser atado como un becerro en un rodeo y arrojado con el resto del botín: cajas de comida, armas de repuesto, incluso la nevera mágica del comedor.

—¡No puedes hacer esto! —gritó Annabeth.

La risa de Crisaor reverberó dentro de su máscara de oro. Percy se preguntaba si estaba terriblemente desfigurado o si su mirada podía petrificar a la gente como la de su madre.

—Puedo hacer lo que me dé la gana —dijo Crisaor—. Mis guerreros han sido muy bien adiestrados. Son crueles, sanguinarios…

—Delfines —observó Percy.

Crisaor se encogió de hombros.

—Sí. ¿Y qué? Tuvieron mala suerte hace unos milenios; secuestraron a la persona equivocada. Algunos miembros de su tripulación se convirtieron en delfines completos. Otros se volvieron locos. Pero estos… estos sobrevivieron como criaturas híbridas. Cuando los encontré bajo el mar y les ofrecí una nueva vida, se convirtieron en mi leal tripulación. ¡No le temen a nada!

Uno de los guerreros se dirigió a él parloteando con nerviosismo.

—Sí, sí —gruñó Crisaor—. Solo temen una cosa, pero no importa. Él no está aquí.

Percy empezó a notar un cosquilleo en la base del cráneo a medida que una idea iba cobrando forma en su mente. Antes de que pudiera ponerla en práctica, más guerreros delfín subieron la escalera, arrastrando al resto de sus amigos. Jason estaba inconsciente. A juzgar por los cardenales de su cara, había intentado resistirse. Hazel y Piper estaban atadas de pies y manos. Piper tenía una mordaza en la boca, de modo que parecía que los delfines habían descubierto su gran poder de persuasión. Frank era el único que faltaba, aunque dos delfines tenían la cara cubierta de picaduras de abeja.

¿Era posible que Frank se hubiera convertido en un enjambre de abejas? Eso esperaba Percy. Si estaba en libertad a bordo del barco, podía representar una ventaja, suponiendo que a Percy se le ocurriera cómo comunicarse con él.

—¡Excelente! —dijo Crisaor con regocijo.

Indicó a sus guerreros que dejaran a Jason junto a las ballestas. A continuación examinó a las chicas como si fueran regalos de Navidad, lo que hizo apretar los dientes a Percy.

—El chico no me sirve —dijo—. Pero tenemos un acuerdo con la hechicera Circe. Ella compra mujeres como esclavas o como aprendizas, según su talento. Pero no a ti, preciosa Annabeth.

Annabeth retrocedió.

—No me vas a llevar a ninguna parte.

Percy se llevó la mano al bolsillo. Su bolígrafo había vuelto a aparecer en sus tejanos. Solo necesitaba un momento de distracción para sacar la espada. Tal vez si pudiera liquidar rápido a Crisaor, cundiría el pánico entre su tripulación.

Ojalá supiera algo acerca de las debilidades de Crisaor. Normalmente Annabeth le proporcionaba información de ese tipo, pero por lo visto Crisaor no tenía ninguna leyenda, de modo que ninguno de los dos sabía nada.

El guerrero dorado chasqueó la lengua.

—Lamentablemente, Annabeth, no te quedarás conmigo. Me encantaría, pero tú y tu amigo Percy estáis reservados. Cierta diosa me va a recompensar generosamente por vuestra captura: vivos, a ser posible, aunque no dijo que tuvierais que estar ilesos.

En ese momento, Piper armó el alboroto que necesitaban. Se puso a gemir tan fuerte que se le oía a través de la mordaza. Acto seguido, se desmayó contra el centinela que tenía más cerca y lo derribó. Hazel captó la idea y se desplomó en la cubierta, agitando las piernas y revolcándose como si estuviera sufriendo un ataque.

Percy sacó a Contracorriente y atacó. La hoja de la espada debería haber atravesado limpiamente el cuello de Crisaor, pero el guerrero dorado era increíblemente rápido. Esquivó y paró la estocada mientras los guerreros delfín retrocedían, vigilando a los demás prisioneros al tiempo que dejaban sitio a su capitán para que luchara. Las criaturas parloteaban y chillaban, animándolo, y a Percy le dio la impresión de que estaban acostumbradas a esa clase de diversión. No consideraban que su líder estuviera en peligro.

Percy no había cruzado la espada con un contrincante así desde… desde que había luchado contra el dios de la guerra Ares. Crisaor era igual de bueno. Muchos de los poderes de Percy habían aumentado con los años, pero se dio cuenta demasiado tarde de que el manejo de la espada no era uno de ellos.

Le faltaba práctica; por lo menos, contra un adversario como Crisaor.

Lucharon moviéndose de acá para allá, lanzando y parando estocadas. Percy oyó la voz de Luke Castellan, su primer mentor de esgrima en el Campamento Mestizo, dándole consejos. Pero eso no le ayudó.

La máscara de gorgona dorada era demasiado inquietante. La cálida niebla, las resbaladizas tablas de la cubierta, el parloteo de los guerreros; nada le ayudaba. Y con el rabillo del ojo, Percy vio a uno de los hombres sosteniendo un cuchillo contra la garganta de Annabeth, por si intentaba hacer alguna treta.

Hizo una finta y lanzó una estocada a la barriga de Crisaor, pero el pirata se adelantó al movimiento. Volvió a arrebatarle la espada de un golpe y, de nuevo, Contracorriente salió volando y cayó al mar.

Crisaor se rió despreocupadamente. Ni siquiera le faltaba el aliento. Presionó el esternón de Percy con la punta de su espada dorada.

—Buen intento —dijo el pirata—. Pero ahora serás encadenado y transportado con los secuaces de Gaia. Están impacientes por derramar tu sangre y despertar a la diosa.