La Guía hercúlea del Mare Nostrum no les sirvió de mucho con las serpientes y los mosquitos.
—Si esta es una isla mágica —masculló Piper—, ¿no podía ser una bonita isla mágica?
Subieron pesadamente una montaña y bajaron a un valle densamente arbolado, con cuidado de evitar las serpientes con rayas negras y rojas que tomaban el sol sobre las rocas. Los mosquitos pululaban sobre los charcos estancados en las zonas más bajas. Los árboles eran en su mayoría olivos, cipreses y pinos enanos. El canto de las cigarras y el calor asfixiante recordaban a Piper la reserva de Oklahoma durante el verano.
Hasta el momento no habían encontrado ningún río.
—Podríamos volar —propuso Jason otra vez.
—Se nos podría pasar algo por alto —dijo Piper—. Además, no estoy segura de querer caer encima de un dios hostil. ¿Cómo se llamaba? ¿Ácaro?
—Aqueloo.
Jason estaba intentando leer la guía mientras caminaban, de modo que no paraba de chocarse contra los árboles y de tropezar con las rocas.
—Aquí dice que es un potamus.
—¿Es un hipopótamo?
—No. Potamus. Según esto, es el espíritu de un río de Grecia.
—Como no estamos en Grecia, supongamos que se ha movido —dijo Piper—. No parece que el libro nos vaya a ser muy útil. ¿Algo más?
—Dice que Hércules luchó contra él en una ocasión —declaró Jason.
—Hércules ha luchado contra el noventa y nueve por ciento de la antigua Grecia.
—Sí. Veamos, las columnas de Hércules —Jason pasó una página—. Aquí dice que esta isla no tiene hoteles ni restaurantes ni medios de transporte. Atracciones: Hércules y las dos columnas. Eh, esto es interesante. Supuestamente, la señal del dólar (la S atravesada por dos rayas, ¿sabes?) proviene del escudo de armas de los españoles, que exhibían las columnas de Hércules con un estandarte enrollado en medio.
Genial, pensó Piper. Jason por fin se lleva bien con Annabeth, y su actitud de cerebrito se le empieza a pegar.
—¿Algo útil? —preguntó.
—Espera. Aquí hay una pequeña referencia a Aqueloo: «Este dios luchó contra Hércules por la mano de la hermosa Deyanira. Durante la refriega, Hércules partió uno de los cuernos del dios del río, que se convirtió en la primera cornucopia».
—¿Cornuqué?
—Es ese adorno que se pone el día de Acción de Gracias —dijo Jason—. El cuerno que rebosa dulces. Tenemos algunos en el comedor del Campamento Júpiter. No sabía que el original fuera en realidad el cuerno de alguien.
—Y se supone que tenemos que quitarle el otro —dijo Piper—. Me imagino que no será fácil. ¿Quién fue Deyanira?
—Hércules se casó con ella —explicó Jason—. Creo… Aquí no lo pone, pero creo que le pasó algo malo.
Piper recordó lo que Hércules les había dicho: que su primera familia había muerto y su segunda esposa había muerto después de ser engañada para que lo envenenara. Cada vez le gustaba menos ese desafío.
Atravesaron con dificultad una loma entre dos montañas, tratando de mantenerse a la sombra, pero Piper estaba empapada en sudor. Los mosquitos la acribillaron a picaduras en tobillos, brazos y cuello, de modo que debía de parecer una enferma de viruela.
Por fin había conseguido estar a solas con Jason, y así era como pasaban el tiempo.
Estaba irritada con Jason por haber mencionado a Hera, pero sabía que no debía culparlo. Tal vez simplemente estuviera irritada con él en general. Desde su estancia en el Campamento Júpiter, había cargado con mucha preocupación y mucho rencor.
Se preguntaba qué había querido decirle Hércules sobre los hijos de Zeus. ¿Que no eran de fiar? ¿Que estaban sometidos a demasiada presión? Piper trató de imaginarse a Jason convertido en dios después de morir, destinado a una playa para vigilar las puertas de un océano mucho después de que Piper y todas las personas que había conocido en su vida de mortal hubieran muerto.
Se preguntaba si Hércules había sido alguna vez tan positivo como Jason: más optimista, seguro de sí mismo, fácil de consolar. Era difícil de imaginar.
Mientras descendían al siguiente valle, Piper se preguntó qué estaría pasando en el Argo II. Estaba tentada de enviar un mensaje de Iris, pero Hércules les había advertido que no podían ponerse en contacto con sus amigos. Esperaba que Annabeth pudiera adivinar lo que estaba pasando y que no intentara enviar otro grupo a tierra. Piper no sabía lo que haría Hércules si le seguían molestando. Se imaginó al entrenador Hedge impacientándose y apuntando con una ballesta al hombre de morado, o a unos eidolon poseyendo a la tripulación y obligándolos a suicidarse a manos de Hércules.
Piper se estremeció. No sabía qué hora era, pero el sol estaba empezando a ponerse. ¿Cómo había pasado tan rápido el día? Se habría alegrado de la llegada del ocaso por la bajada de las temperaturas si no hubiera sido el plazo que Hércules les había dado. Una fresca brisa nocturna no significaría gran cosa si estaban muertos. Además, el día siguiente era 1 de julio, las calendas de julio. Si su información era correcta, sería el último día de vida de Nico di Angelo y el día que Roma sería destruida.
—Para —dijo Jason.
Piper no sabía qué pasaba. Entonces se percató de que podía oír agua corriendo más adelante. Avanzaron sigilosamente entre los árboles y se encontraron en la orilla de un río. Debía de tener unos doce metros de anchura, pero solo unos centímetros de profundidad, una capa de agua plateada que corría sobre un lecho de piedras liso. A pocos metros río abajo, los rápidos se precipitaban en una poza azul oscuro.
Había algo en el río que preocupaba a Piper. Las cigarras de los árboles se habían quedado calladas. Ningún pájaro gorjeaba. Era como si el agua estuviera dando una charla y solo admitiera su propia voz.
Sin embargo, cuanto Piper más escuchaba, más tentador parecía el río. Le entraron ganas de beber. Tal vez debería quitarse los zapatos. A sus pies les vendría bien un baño. Y la poza… Estaría muy bien tirarse con Jason y relajarse a la sombra de los árboles, flotando en el agua fresca y agradable. Sería muy romántico.
Piper se estremeció. Esos pensamientos no eran suyos. Algo no iba bien. Era como si el río también tuviera poder de persuasión.
Jason se sentó en una roca y empezó a descalzarse. Sonrió mirando la poza, como si estuviera deseando meterse en el agua.
—¡Basta ya! —gritó Piper al río.
Jason se sobresaltó.
—¿Qué he hecho?
—No te lo digo a ti —contestó Piper—. Se lo digo a él.
Se sintió como una tonta señalando el agua, pero estaba segura de que estaba obrando algún tipo de magia, influyendo en sus emociones.
Justo cuando pensaba que había perdido los papeles y que Jason iba a decírselo, el río habló:
Perdóname. Cantar es uno de los pocos placeres que me quedan.
Una figura emergió de la poza como si estuviera subiendo en un ascensor.
A Piper se le pusieron rígidos los hombros. Era la criatura que había visto en la hoja de su daga, el toro con cabeza humana. Tenía la piel azul como el agua. Sus pezuñas levitaban sobre la superficie del río. Encima de su cuello bovino se asentaba la cabeza de un hombre con el cabello negro, corto y rizado, una barba con tirabuzones al estilo griego, unos ojos profundos y tristes tras unas gafas bifocales y una boca que parecía fija en un mohín permanente. Del lado izquierdo de su cabeza brotaba un único cuerno de toro: un cuerno curvado de color blanco y negro que podría haber servido de copa a unos guerreros. El desequilibrio le hacía ladear la cabeza hacia la izquierda, de modo que parecía que estuviera intentando sacarse agua del oído.
—Hola —dijo con tristeza—. Venís a matarme, supongo.
Jason volvió a calzarse y se levantó despacio.
—Esto… bueno…
—¡No! —intervino Piper—. Lo siento. Es una situación embarazosa. No queríamos molestarle, pero Hércules nos ha enviado.
—¡Hércules! —dijo el hombre toro suspirando. Sus pezuñas chapotearon en el agua como si estuviera listo para embestir—. Para mí siempre será Heracles. Es su nombre griego, ya sabéis: «la gloria de Hera».
—Un nombre curioso —dijo Jason—. Considerando que la odia.
—Y que lo digas —dijo el hombre toro—. Tal vez por eso no protestó cuando los romanos le cambiaron el nombre por Hércules. Por supuesto, es el nombre por el que lo conoce la mayoría de la gente… su marca, por así decirlo. Hércules es muy consciente de su imagen.
El hombre toro hablaba con amargura pero con familiaridad, como si Hércules fuera un viejo amigo que se hubiera descarriado.
—¿Es usted Aqueloo? —preguntó Piper.
El hombre toro flexionó las patas delanteras y agachó la cabeza haciendo una reverencia, un gesto que a Piper le pareció encantador y al mismo tiempo un poco triste.
—A vuestro servicio. Extraordinario dios de río. Antaño espíritu del río más poderoso de Grecia. En la actualidad condenado a morar aquí, en el lado opuesto de la isla donde vive mi viejo enemigo. ¡Oh, qué crueles son los dioses! Nunca he sabido con certeza si nos pusieron tan cerca para castigarme a mí o a Hércules.
Piper no estaba segura de a qué se refería, pero el ruido de fondo del río estaba invadiendo otra vez su mente, recordándole el calor y la sed que tenía, y lo agradable que sería darse un buen baño. Trató de concentrarse.
—Yo soy Piper —dijo—. Este es Jason. No queremos pelea. Pero Heracles, Hércules, quienquiera que sea, se ha puesto furioso y nos ha mandado aquí.
Le habló de su misión a las tierras antiguas para impedir que los gigantes despertasen a Gaia. Le explicó cómo se había formado su equipo compuesto por griegos y romanos y le dijo que a Hércules le había dado una rabieta cuando había descubierto que Hera estaba detrás.
Aqueloo inclinaba continuamente la cabeza a la izquierda y a la derecha, de modo que Piper no estaba segura de si se estaba durmiendo o estaba acusando el cansancio de tener un solo cuerno.
Cuando hubo acabado, Aqueloo la observó como si a la chica le estuviera saliendo un desagradable sarpullido.
—Ah, querida… las leyendas son ciertas, ¿sabes? Los espíritus, los caníbales del agua…
Piper tuvo que contener un gemido. No le había dicho a Aqueloo nada de ese asunto.
—¿Có… cómo…?
—Los dioses de los ríos sabemos muchas cosas —dijo—. Siento decirte que te estás centrando en la historia equivocada. Si hubierais ido a Roma, la historia del diluvio os habría sido más útil.
—¿Piper? —preguntó Jason—. ¿De qué está hablando?
De repente sus pensamientos se mezclaron desordenadamente, como los cristales de un caleidoscopio. «La historia del diluvio… Si hubierais ido a Roma…»
—No… no estoy segura —dijo ella, aunque la mención de la historia de un diluvio le sonaba vagamente—. Aqueloo, no lo entiendo…
—No, no lo entiendes —dijo el dios del río con un tono comprensivo—. Pobrecilla. Otra chica que tiene que aguantar a un hijo de Zeus.
—Un momento —dijo Jason—. En realidad, es Júpiter. ¿Y a qué viene lo de «pobrecilla»?
Aqueloo no le hizo caso.
—¿Sabes el motivo de mi pelea con Hércules, querida?
—Fue por una mujer —recordó Piper—. ¿Deyanira?
—Sí —Aqueloo lanzó un suspiro—. ¿Y sabes lo que le pasó?
—Esto…
Piper lanzó una mirada a Jason.
Él sacó la guía y empezó a hojearla.
—No lo…
Aqueloo resopló indignado.
—¿Qué es eso?
Jason parpadeó.
—Es… la Guía hercúlea del Mare Nostrum. Nos ha dado el libro para que…
—Eso no es un libro —insistió Aqueloo—. Os ha dado eso para molestarme, ¿verdad? Sabe que odio esas cosas.
—¿Odia… los libros? —preguntó Piper.
—Bah —la cara de Aqueloo se encendió, y su piel azul se tiñó de un color morado berenjena—. Eso no es un libro.
Pateó el agua. Un manuscrito salió disparado del río como un cohete en miniatura y cayó delante de él. El dios lo abrió con sus pezuñas. El deteriorado pergamino amarillo se desenrolló; estaba lleno de un desvaído texto en latín y de complejos dibujos hechos a mano.
—¡Esto es un libro! —dijo Aqueloo—. ¡Oh, el olor de la piel de oveja! El elegante tacto del pergamino desenrollándose bajo mis pezuñas. Simplemente no se puede copiar en algo así.
Señaló con la cabeza la guía que Jason sostenía en su mano.
—Los jóvenes de hoy y vuestros chismes modernos. Páginas encuadernadas. Cuadrados de texto pequeños y compactos que no son nada agradables a las pezuñas. Eso es un libro encuadernado, pero no es un libro tradicional. ¡Nunca sustituirá un manuscrito de toda la vida!
—Ejem, ya lo guardo.
Jason se metió la guía en el bolsillo trasero de la misma forma que enfundaría un arma peligrosa.
Aqueloo pareció calmarse un poco, cosa que alivió a Piper. No quería ser arrollada por un toro con un solo cuerno obsesionado con los manuscritos.
—A ver —dijo Aqueloo, dando unos golpecitos a un dibujo del pergamino—. Esta es Deyanira.
Piper se arrodilló para mirar. El retrato pintado a mano era pequeño, pero pudo apreciar que la mujer había sido muy guapa, con largo cabello oscuro, ojos oscuros y una sonrisa pícara que debía de volver locos a los hombres.
—La princesa de Calidón —dijo el dios del río con tristeza—. Estaba prometida conmigo, hasta que Hércules se entrometió. E insistió en combatir.
—¿Y le partió el cuerno? —aventuró Jason.
—Sí —dijo Aqueloo—. Nunca podré perdonárselo. Tener un solo cuerno es terriblemente incómodo, pero la pobre Deyanira se llevó la peor parte. Podría haber vivido una vida larga y feliz casada conmigo.
—Un toro con cabeza de hombre que vive en un río —dijo Piper.
—Exacto —convino Aqueloo—. Parece una oferta imposible de rechazar, ¿verdad? Pues se fue con Hércules. Eligió al héroe guapo y vistoso en lugar de al marido bueno y fiel que la habría tratado bien. ¿Qué pasó entonces? Ella debería habérselo imaginado. Hércules estaba demasiado absorto en sus problemas para ser un buen marido. Ya había asesinado a una esposa, ¿sabéis? Hera le había lanzado una maldición, así que montó en cólera y mató a toda su familia. Un asunto horrible. Por eso tuvo que hacer los doce trabajos como castigo.
Piper se quedó horrorizada.
—Un momento… Hera lo hizo enloquecer, ¿y Hércules tuvo que cumplir un castigo?
Aqueloo se encogió de hombros.
—Parece que los dioses del Olimpo nunca pagan por sus crímenes. Y Hera siempre ha odiado a los hijos de Zeus… de Júpiter —miró con desconfianza a Jason—. En cualquier caso, mi pobre Deyanira tuvo un trágico final. Tenía celos de las numerosas aventuras de Hércules. Él recorría el mundo con su pico de oro, como su padre Zeus, coqueteando con todas las mujeres que encontraba. Al final, Deyanira estaba tan desesperada que hizo caso de un falso consejo. Un astuto centauro llamado Neso le dijo que si quería que Hércules le fuera fiel para siempre debía esparcir sangre de centauro en la túnica favorita de Hércules. Desgraciadamente, Neso mentía porque quería vengarse de Hércules. Deyanira siguió sus instrucciones, pero en lugar de convertir a Hércules en un esposo fiel…
—La sangre de centauro es como ácido —dijo Jason.
—Sí —asintió Aqueloo—. Hércules sufrió una muerte dolorosa. Cuando Deyanira se dio cuenta de lo que había hecho se…
El dios del río trazó una línea a través de su cuello.
—Qué horror —dijo Piper.
—¿Cuál es la moraleja, querida? —dijo Aqueloo—. Cuidado con los hijos de Zeus.
Piper no podía mirar a su novio. No estaba segura de que pudiera ocultar la inquietud de sus ojos. Jason jamás sería como Hércules. Pero la historia avivó sus temores. Hera había manipulado su relación, del mismo modo que había manipulado a Hércules. Piper deseaba creer que a Jason no le invadiría una furia homicida como le había ocurrido a Hércules. Pero, por otra parte, hacía solo cuatro días un eidolon se había hecho con el control de su cuerpo y había estado a punto de matar a Percy Jackson.
—Hércules es ahora un dios —dijo Aqueloo—. Se casó con Hebe, la diosa de la juventud, pero casi nunca está en casa. Mora en esta isla, vigilando esas ridículas columnas. Dice que Zeus le obliga a hacerlo, pero yo creo que prefiere estar aquí a estar en el monte Olimpo, alimentando su amargura y lamentando su vida de mortal. Mi presencia le recuerda sus fracasos; sobre todo, la mujer que acabó matándolo. Y su presencia me recuerda a mí a la pobre Deyanira, que podría haber sido mi esposa.
El hombre toro dio unos golpecitos sobre el pergamino, que se enrolló y se hundió en el agua.
—Hércules quiere mi otro cuerno para humillarme —dijo Aqueloo—. Tal vez le hiciera sentirse mejor, sabiendo que yo también soy desgraciado. Además, el cuerno se convertiría en una cornucopia. Comida y bebida selectas fluirían de él, de igual manera que mi poder hace que el río fluya. Seguro que Hércules se quedaría la cornucopia para él. Sería una tragedia y un desperdicio.
Piper sospechaba que el ruido del río y el sonido soñoliento de la voz de Aqueloo todavía estaban afectando a sus pensamientos, pero no podía evitar estar de acuerdo con el dios del río. Estaba empezando a odiar a Hércules. Aquel pobre hombre toro parecía muy triste y solo.
Jason se movió.
—Lo siento, Aqueloo. Sinceramente, se han aprovechado de usted. Pero tal vez… bueno, sin el otro cuerno, puede que no esté tan ladeado. Puede que se sienta mejor.
—¡Jason! —protestó Piper.
Jason levantó las manos.
—Solo es una idea. Además, no veo que tengamos muchas alternativas. Si Hércules no consigue el cuerno, nos matará a nosotros y a nuestros amigos.
—Tiene razón —dijo Aqueloo—. No tenéis alternativa. Y por eso mismo espero que me perdonéis.
Piper frunció el entrecejo. El dios del río parecía tan desconsolado que le entraron ganas de acariciarle la cabeza.
—¿Que le perdonemos por qué?
—Yo tampoco tengo alternativa —dijo Aqueloo—. Tengo que deteneros.
El río estalló, y un muro de agua rompió contra Piper.