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Addaio trabajaba en su despacho cuando el pitido del móvil le alertó. Respondió de inmediato. El gesto se le crispó mientras escuchaba a su interlocutor. Colgó rojo de ira.

—¡Guner! ¡Guner! —gritó por el pasillo, algo insólito en él.

Su criado apareció presuroso.

—¿Qué sucede, pastor?

—Busca inmediatamente a Bakkalbasi. No importa dónde esté, tengo que verlo. Dentro de media hora quiero a todos los pastores aquí. Encárgate de ello.

—Lo haré, pero dime, ¿qué ha pasado?

—Una catástrofe. Ahora vete y haz lo que te he pedido.

Cuando se quedó solo se apretó las sienes con las dos manos. Le dolía la cabeza. Desde hacía días tenía unos dolores apenas soportables. Dormía mal y no tenía ganas de comer. Sentía que ya no le tenía apego a la vida. Estaba cansado de la trampa mortal que significaba ser Addaio.

Las noticias no podían ser peores. Los hermanos Bajerai habían sido descubiertos. Alguien de la prisión conocía sus planes y los había frustrado. A lo mejor los Bajerai eran unos bocazas, o sencillamente alguien protegía al mudo. Podían ser Ellos, Ellos otra vez, o ese poli que estaba metiendo las narices en todas partes. Al parecer en los últimos días no salía del despacho del director. Planeaba algo, pero ¿qué? Le habían dicho que Marco Valoni se había reunido un par de veces con un capo de la droga, un tal Frasquello. Sí, sí, las piezas encajaban, seguramente ese Valoni había encargado al mafioso que cuidara de Mendibj, el chico era su única pista para llegar hasta ellos, tenían que protegerlo. Eso era, sí era eso. Sí, sí, incluso es lo que le había sugerido su interlocutor, ¿o le había dicho otra cosa? El dolor le quemaba el cerebro. Buscó una llave y abrió un cajón, sacó unas píldoras, se tomó dos, luego se sentó con los ojos cerrados a esperar que se le fuera el dolor, con un poco de suerte, cuando los pastores llegaran ya se le habría pasado.

— o O o —

Guner golpeó con suavidad la puerta del despacho. Los pastores esperaban a Addaio en la sala grande. Cuando entró en la estancia encontró a Addaio con la cabeza sobre la mesa, los ojos cerrados. Se acercó temeroso, y suspiró aliviado: vivía. Lo sacudió con suavidad hasta que le despertó.

—Te has dormido.

—Sí… Me dolía la cabeza.

—Debes volver al médico, esos dolores te están matando, tendrías que hacerte un escáner.

—No te preocupes, estoy bien.

—No, no lo estás. Los pastores te esperan, arréglate un poco antes de bajar.

—Lo haré. Mientras, ofréceles una taza de té.

—Ya lo he hecho.

Unos minutos más tarde Addaio se reunía con el Consejo de la Comunidad. Los siete pastores ataviados con casullas negras que estaban sentados alrededor de una pesada mesa de caoba formaban un conjunto de aspecto imponente.

Addaio les informó de lo sucedido en la prisión de Turín y la preocupación inundó los rostros de los siete hombres.

—Quiero que tú, mi querido Bakkalbasi, vayas a Turín. Mendibj saldrá en dos o tres días e intentará ponerse en contacto con nosotros. Tenemos que evitarlo, nuestra gente no puede cometer más fallos. Por eso es importante que estés allí, coordinando la operación, en contacto permanente conmigo. Tengo el presentimiento de que estamos al borde del desastre.

—Tengo noticias de Turgut.

Todos los ojos se volvieron al pastor que hablaba, un hombre anciano, de vívidos ojos azules.

—Está enfermo, profundamente deprimido. Tiene complejo de persecución. Asegura que lo vigilan, que en el obispado no se fían de él y que los policías de Roma continúan en Turín para prenderle. Deberíamos sacarlo de allí.

—No, ahora no podemos, sería una locura —respondió Bakkalbasi.

—¿Está preparado Ismet? —preguntó Addaio—. Ordené que dispusiera sus cosas para ir con su tío, es lo mejor.

—Sus padres han aceptado, pero el joven se muestra remiso, aquí tiene novia —explicó Talat.

—¡Novia! ¿Y porque tiene novia está poniendo en peligro a toda la Comunidad? Llamad a sus padres, saldrá hoy mismo hacia Turín, irá con nuestro hermano Bakkalbasi. Que los padres de Ismet llamen a Turgut y le anuncien que le envían a su hijo para que cuide él al tiempo que se busca un porvenir en Italia. Hacedlo ya.

El tono perentorio de Addaio no dejaba lugar a réplicas. Una hora más tarde los hombres abandonaron la mansión con órdenes precisas que cumplir.