La Cámara de la Discreción era un dispositivo de comunicación que únicamente funcionaba en una dirección: el Patriarca Vanya podía contactar a través de ella con sus validos, pero ellos no podían ponerse en contacto con él. De esta manera, sus antiguos diseñadores se habían asegurado de que el valido permaneciera sometido al poder de su señor. Esto tenía un inconveniente, no obstante, y era que no se podía contactar con el señor cuando había cuestiones urgentes o que precisaban instrucciones inmediatas. Aquel inconveniente no preocupaba demasiado a Vanya. El Patriarca lo controlaba todo de tal manera, que consideraba altamente improbable que tal situación pudiera presentarse.
Por consiguiente, se sintió en cierta forma desagradablemente sorprendido al entrar en la Cámara de la Discreción aquel atardecer de finales de otoño y percibir que toda la oscuridad que lo rodeaba parecía zumbar y vibrar repleta de energía. Aunque sus servidores no podían entrar en contacto con él, la Cámara era tan sensible a las mentes de aquellos a los que se acercaba, que cualquiera de ellos, concentrando su pensamiento en su señor, podía hacer que éste se diera cuenta de que se lo necesitaba.
Molesto, Vanya se sentó en una silla. Cerrando los ojos, limpió su cerebro tranquila y deliberadamente de todo pensamiento inoportuno o que pudiera significar un obstáculo a la comunicación, dejándolo limpio y abierto a todo tipo de impresiones. Casi inmediatamente se formó una. Un siniestro presentimiento oprimió al Patriarca. Se dio cuenta de que había estado esperando —temiendo más bien— aquello desde hacía algún tiempo.
—Estoy aquí —le dijo Vanya a aquella impresión que se había formado en su mente—. ¿Qué quieres? No hemos hablado desde hace algún tiempo. Di por sentado que todo iba bien.
—Todo no está yendo bien —replicó la voz, respondiendo con tanta inmediatez, que Vanya supo que lo había estado esperando—. Joram ha descubierto la piedra–oscura.
Por suerte, el valido no pudo ver el cambio que se operó en su señor en aquel momento, de lo contrario su confianza en él hubiera recibido un duro golpe. Vanya se quedó boquiabierto, con su gran papada cayéndole sobre el pecho; la mano que se había estado arrastrando por el brazo del sillón como una araña irritable e impaciente, se crispó de repente, cerrándose los dedos sobre sí mismos, formando una pelota. Qué frío era aquel lugar. No se había dado cuenta antes. Sus pesadas vestiduras no eran lo más adecuado…
—¿Estáis ahí?
—Sí —contestó Vanya, pasándose la lengua por los resecos labios—. Creí que a lo mejor te habías equivocado en lo que habías dicho. Estaba esperando a que te corrigieras…
—Si ha habido algún error, no he sido yo quien lo ha cometido —replicó la voz que había en la mente del Patriarca—. Os dije que aquí había copias de los antiguos libros.
—Imposible. Según los archivos, todos fueron localizados y destruidos.
—Los archivos están equivocados. No es que eso importe ahora. El daño ya está hecho. ¡Sabe que existe la piedra–oscura, y no es sólo eso: con la ayuda de vuestro catalista, ha aprendido a forjarla!
Vanya cerró los ojos, sintiendo que la oscuridad se arremolinaba a su alrededor. Sobresaltado momentáneamente, sintió cómo su sillón empezaba a resbalar haciéndolo caer hacia atrás. Sujetándose desesperado a los brazos de su asiento, se obligó a sí mismo a tranquilizarse y considerar la cuestión con calma. No serviría de nada dejarse llevar por el pánico, y tampoco era necesario asustarse tanto. Era un acontecimiento inesperado, pero del que podía ocuparse.
—¿Esperando de nuevo a que me corrija?
—No —contestó Vanya con frialdad—. Simplemente estoy considerando todas las ramificaciones de este terrible incidente.
—Bien, pues aquí tenéis una en el que a lo mejor no habéis pensado. Ahora que tenemos piedra–oscura, Sharakan y los Tecnólogos ganarán esta guerra. No hay ninguna necesidad de mantener un equilibrio de poder. No tiene ningún sentido si la balanza está en nuestro poder.
—Un pensamiento interesante, querido amigo, uno digno de ti —observó Vanya secamente—. Pero te recuerdo que hay otros asuntos en marcha aquí de los que no tienes ni idea. No eres más que una carta de la baraja, por decirlo de alguna manera. No, esto altera nuestros planes, pero sólo ligeramente. Desde luego, ahora es esencial que tenga al muchacho en mi poder inmediatamente, junto con lo que sea que haya creado con piedra–oscura. ¿Qué demonios le hiciste a ese hombre? —Vanya encontró un motivo para dar rienda suelta a su frustración—. Tenía el temple de un ratón cuando se fue de aquí. ¡Se suponía que lo ibas a convertir en un ser sin voluntad, no a darle valor!
—¡Un ratón! Os habéis equivocado con él al igual que os habéis equivocado con otras cosas. En cuanto a enviaros al muchacho, eso es muy arriesgado. Dejad que lo mate a él y al catalista…
—¡No! —La palabra salió de los labios de Vanya como una explosión. Las rechonchas manos se crisparon sobre los brazos del sillón, apareciendo unas cavidades blanquecinas allí donde un hombre más delgado tendría los nudillos—. No —repitió Vanya, tragando saliva—. No se debe matar al muchacho. ¿Está eso bien claro? ¡Si me desobedeces llegarás a pensar que la mutación es un destino benévolo comparado con el tuyo!
—Primero tendríais que cogerme, Patriarca, y os recuerdo que estamos muy lejos el uno del otro…
Vanya lanzó un profundo y tembloroso suspiro.
—El chico es el Príncipe de Merilon —masculló entre dientes.
Hubo un momento de silencio. Luego percibió mentalmente cómo el otro se encogía de hombros.
—Tanto mejor. Se supone que el Príncipe está muerto, y yo simplemente corregiré lo que presumo que es otro de vuestros errores…
—No es un error —dijo Vanya con la boca reseca—. ¡Te lo repito, el muchacho no debe morir! Y si insistes en saber la razón, te pido que recuerdes esto: la Profecía.
El silencio fue más largo, más profundo esta vez. Vanya casi podía escuchar los pensamientos que bullían en aquel silencio, cuchicheando a su alrededor como alas de murciélagos.
—Muy bien —dijo finalmente la voz con frialdad—. Pero será más difícil y peligroso, especialmente ahora que tiene la piedra–oscura. Éste no fue el trato original. Mi precio sube.
—Se te compensará de acuerdo con tus merecimientos —observó Vanya—. Actúa con rapidez, antes de que se dé cuenta de todo el potencial que hay en la piedra. Y tráelo personalmente —añadió el Patriarca después de pensarlo—. Hay ciertas cuestiones que deseo discutir contigo, tu recompensa entre ellas.
—Claro que tendré que llevarlo personalmente —replicó la voz—. ¿Qué otra cosa puedo hacer? ¿Fiarme de vuestro cobarde catalista? Utilizaré los canales habituales. Buscadme cuando me veáis.
—¡Debe ser pronto! —exclamó Vanya, procurando con todas sus fuerzas mantener sus pensamientos en calma—. Me pondré en contacto contigo mañana por la noche.
—Puede que conteste o puede que no —replicó la voz—. Este asunto debe manejarse con mucha delicadeza.
Finalizó la comunicación y la Cámara se quedó en silencio.
Un hilillo de sudor se deslizó por la cabeza tonsurada del Patriarca hasta el cuello de su túnica. Pálido, temblando de cólera y temor, se quedó sentado en la Cámara durante muchas horas, mirando sin ver a la oscuridad.
«Nacerá de la Casa Real alguien que está muerto y que no obstante vivirá, morirá de nuevo y volverá a vivir. Y cuando regrese, en su mano llevará la destrucción del mundo…»