—Yo era la hija de una de las nobles familias de Merilon. Él, tu padre, era Catalista Residente.
De nuevo en su cabaña y sentado a la mesa, Joram oía la voz de Anja proviniendo de algún lugar por encima de él, surgiendo de una neblina de miedo y horror como las lágrimas de la estatua.
—Yo era la hija de una de las nobles familias de Merilon —repitió, desenmarañando la cabellera de Joram—. Tu padre era Catalista Residente. También él tenía sangre noble, porque mi padre se negó a tener en casa a un catalista como el Padre Tolban, que no es mucho mejor que un Mago Campesino. Yo tenía dieciséis años. Tu padre acababa de cumplir los treinta.
Suspiró, y los dedos que tiraban de los nudos del pelo de Joram se volvieron suaves y acariciadores. Observando su rostro, que se reflejaba en el cristal de las ventanas situadas frente a la mesa de madera donde él estaba sentado, Joram vio a su madre sonreír con una media sonrisa y balancearse ligeramente como al son de una música que sólo ella oía. Levantando una mano, se la pasó por el sucio y enmarañado pelo.
—La de cosas hermosas que creamos él y yo —dijo dulcemente, con una sonrisa distraída—. Yo tenía el Don de la Vida, me decía Mamá siempre. Por las tardes, para complacer y entretener a mi familia, tu padre y yo llenábamos el atardecer con arcos iris e imágenes maravillosas que arrancaban lágrimas de aquellos que las contemplaban. Era natural, decía tu padre, que nosotros, que éramos capaces de crear tal belleza, nos enamoráramos.
Los dedos que se deslizaban por su pelo se crisparon, y las afiladas uñas se clavaron en su carne, y Joram sintió cómo un pegajoso líquido, que era su sangre, se deslizaba por su cuello.
—Fuimos a ver a los catalistas para que nos dieran permiso para casarnos. Ellos realizaron la ceremonia de la Visión, y la respuesta fue no. ¡Dijeron que no tendríamos descendencia viva!
Estirando con fuerza de la enmarañada masa de cabello negro, rasgó los nudos con sus uñas, que parecían garras. Joram se agarró con fuerza a la mesa, alegrándose de sentir aquel dolor físico que enmascaraba el dolor de su alma.
—¡Descendencia viva! ¡Ja! ¡Mintieron! ¡Lo ves! —Abrazándose al cuello de Joram, Anja lo apretó contra ella con codicioso y feroz apasionamiento—. Tú estás aquí conmigo, mi amor. ¡Tú eres la prueba de que son unos mentirosos!
Apretando la cabeza del niño contra su pecho, lo acunó, canturreando en voz baja «mentirosos» mientras le alisaba los sedosos rizos.
—Sí, corazón mío, te tengo a ti —murmuró Anja, parando un momento de peinarlo para clavar los ojos en el fuego. Las manos le cayeron sobre el regazo—. Te tengo a ti. No pudieron detenernos. Ni siquiera a pesar de que le ordenaron a tu padre que abandonara nuestra casa y regresara a la Catedral, no pudieron mantenernos separados. Regresó para verme aquella noche, la noche siguiente a su asquerosa Visión. Nos vimos en secreto, en el jardín donde habíamos dado Vida a tan maravillosas creaciones.
»Teníamos un plan. Engendraríamos una criatura viva y le demostraríamos al mundo que los catalistas mentían. Entonces se verían obligados a dejarnos casar, ¿no te das cuenta? Necesitábamos a un catalista que realizara la ceremonia que engendraría una criatura en mi vientre, pero no pudimos encontrar ninguno. ¡Cobardes! Aquellos a los que él se atrevió a abordar se negaron, por temor a la ira del Patriarca si se los descubría.
»Y entonces llegó la noticia de que lo enviaban a los campos, ¡como Catalista Campesino! —dijo Anja con un bufido—. ¡A él! Cuya alma era toda belleza y delicadeza, enviarlo a una vida de fatigas y esfuerzos. Una existencia no mucho mejor que la de los campesinos que nacen para ella. Y eso significaba que no nos volveríamos a ver más, ya que una vez que te has arrastrado sobre el barro de los campos, no puedes volver a pisar las calles encantadas de Merilon.
»Estábamos desesperados. Entonces, una noche, me dijo que conocía una manera —una manera antigua y prohibida— que nos podía servir para engendrar un niño.
Las manos de Anja se retorcieron, y se dejó caer sobre un taburete, con los ojos aún fijos en el fuego. Joram no podía mirarla, sentía como un nudo en el estómago provocado por la ira y una extraña, casi agradable, sensación de dolor que no comprendía. En su lugar, miró por la ventana a la tranquila y solitaria luna.
—Me describió cómo era aquella manera antigua de hacerlo —siguió ella dulcemente—. Me dieron náuseas. Era… bestial. ¿Cómo podía yo hacerlo? ¿Cómo podía él? Sin embargo, ¿cómo podíamos no hacerlo? Porque si él me dejaba, yo me moriría. Nos escapamos…
Anja bajó la voz hasta tal punto que Joram apenas podía oírla.
—Recuerdo muy poco de la noche en que fuiste engendrado. Él… tu padre… me dio una bebida hecha de una flor de brillante color rojo… Creo que mi alma abandonó mi cuerpo, dejándoselo a él para que hiciera lo que quisiera. Como si lo soñara… recuerdo que sus manos me tocaban…, recuerdo un dolor horrible y punzante. Recuerdo… una dulzura…
»Pero nos traicionaron. Los catalistas nos habían estado siguiendo, vigilando. Lo oí lanzar una exclamación, entonces me desperté con un chillido y me los encontré allí de pie, contemplando nuestra deshonra. A él se lo llevaron a El Manantial para juzgarlo. A mí también me llevaron a El Manantial. Tienen un lugar allí, donde meten a “las mujeres como yo” según me dijeron. —Anja le sonrió al fuego con amargura—. Existen más de los nuestros de lo que podrías suponer, mi cielo. Lo busqué, pero El Manantial es un lugar enorme, enorme y terrible. No lo volví a ver hasta el momento del Castigo.
»Tú, cariño mío, hinchabas ya mi vientre cuando ellos me arrastraron a la Zona Fronteriza y me obligaron a permanecer sobre la arena, la blanca y ardiente arena. ¡Me obligaron a permanecer allí y ver cómo realizaban su atroz acción!
Con un gruñido, Anja se puso en pie retorciéndose, y colocándose frente a Joram, le hundió las uñas en los hombros.
—¡A los magos que violan la ley se los envía al Más Allá! —murmuró con furia—. Ése es su castigo por pecar en este mundo. «No se debe Matar a los Vivos», eso dice el catecismo. ¡El mago se adentra en la neblina, en la nada, y así perece! ¡Bah! —Escupió al fuego—. ¿Qué castigo es ése comparado con el de convertirse en piedra viviente? ¡Viviendo una existencia sin fin, sintiendo cómo el viento y la lluvia, y el recuerdo de lo que era estar vivo te corroe eternamente!
Anja contempló la noche con ojos que podrían haber sido de piedra, ya que miraban sin ver. Joram clavó los suyos en la luna.
—Lo colocaron en el lugar que habían marcado en la arena. Vestía la túnica del penitente, y dos Ejecutores lo sujetaban con un siniestro hechizo, de modo que no pudiera moverse. He oído que muchos catalistas aceptan su destino con resignación. Algunos incluso lo agradecen, habiéndoselos convencido de la enormidad de sus pecados; pero no tu padre. Nosotros no habíamos hecho nada malo. —Clavó las uñas con más fuerza en la carne de Joram—. ¡Sólo nos habíamos amado!
Respirando con dificultad, no pudo seguir hablando durante largos minutos, mientras se forzaba a sí misma a rememorar una vez más aquel terrible momento, gozando, por un instante, con su dolor y gozando al saber que compartía aquel dolor con el muchacho.
—Hasta el último momento —continuó bajando la voz, que surgió ronca—, tu padre los desafió. Ellos intentaron ignorarlo, pero yo vi sus expresiones. Sus palabras daban en el blanco. El Patriarca Vanya, furioso, ojalá no encuentre más que escorpiones por donde pise, ordenó que empezara la Transformación.
»Para realizar un cambio así se precisan veinticinco catalistas. Vanya los había traído de todas las regiones de Thimhallan, para presenciar el castigo de nuestro gran crimen, nuestro gran pecado, ¡el pecado de amar!
»Formaron un círculo alrededor de tu padre y, en el centro de ese círculo, se colocó el Duuk–tsarith de los catalistas, un Señor de la Guerra que trabaja para ellos y que, a cambio, recibe tanta Vida como le es necesaria para llevar a cabo su asqueroso trabajo. Al llegar él, los dos Ejecutores de rango inferior hicieron una inclinación y se fueron, dejando a tu padre solo en el círculo con aquel al que llaman el Verdugo. El Señor de la Guerra hizo una señal y los catalistas se cogieron de la mano. Cada uno abrió un conducto en dirección al Verdugo, dándole un increíble poder.
»Éste no se dio demasiada prisa. El castigo es lento y doloroso. Moviendo la mano, el Verdugo Señaló hacia los pies de tu padre. Yo no podía ver las piernas, ocultas por la larga túnica, pero me di cuenta a través de la expresión del rostro de tu padre cuándo empezó a realizarse la transformación. Los pies se le convirtieron en piedra. Lentamente, aquel frío glacial empezó a subirle por las piernas, luego por los muslos, el estómago, el pecho, los brazos. Siguió chillándoles hasta que el estómago se le heló, e incluso cuando su voz cesó, pude ver cómo seguía moviendo los labios. En el último momento, con un último esfuerzo, cerró el puño justo cuando empezaba a convertirse en piedra. Esto lo hubieran podido alterar, desde luego, cuando aumentaron su tamaño hasta alcanzar aquella altura que viste y que todas las estatuas tienen. Pero decidieron dejar que permaneciera aquel símbolo de su desafío como un aviso para los demás.
Sí, pensó Joram, levantando las manos y estrechando las de su madre entre las suyas, también dejaron la expresión de su rostro, un monumento al odio, la amargura y la cólera.
—Lo vi tomar aire por última vez —siguió Anja bajando la voz—. Luego ya no pudo respirar más como un ser normal. Pero la vida sigue alentando en él; ésa es la parte más atroz del castigo que esos desalmados han concebido. Piensa en él cuando algo te hiera, cariño mío. Piensa en él cuando sientas tentaciones de llorar, y te darás cuenta de que tus lágrimas son triviales y vergonzosas comparadas con las suyas. Piensa en él, que está muerto pero sigue viviendo.
Joram pensó en él. Pensó en su padre cada noche, mientras Anja le contaba la historia al peinarle la cabellera, y cada noche cuando se iba a dormir, las palabras «Muerto pero sigue viviendo» llegaban hasta él desde la oscuridad. Desde aquel momento pensó en él cada noche, porque Anja le contó aquella historia una y otra vez, noche tras noche, mientras le desenredaba trabajosamente los nudos del pelo con los dedos.
Al igual que algunos utilizaban el vino para aliviar los sufrimientos de esta vida, de igual manera las palabras de Anja se convirtieron en el vino que ella y Joram bebían. Sólo que este vino no aliviaba el dolor. Nacido de la locura, fue el origen del dolor mismo, pues al fin Joram comprendió cuál era La Diferencia, o al menos así lo creyó. Ahora, al fin, podía comprender el dolor y el odio que sentía su madre y compartirlos.
Siguió observando a los otros niños mientras jugaban, durante el día, pero ahora su mirada no reflejaba envidia. Al igual que la de su madre, era despreciativa. Joram empezó a jugar su propio juego, mientras permanecía día tras día en el silencioso cuchitril. Él era la luna, flotando en el oscuro firmamento, y contemplando desde las alturas a los diminutos mortales, que a veces elevaban la mirada para contemplar su fría y radiante majestad, pero no podían tocarlo.
Así pasaba los días y, cada noche, mientras le peinaba los cabellos, Anja relataba su historia.
A partir de aquel momento, si Joram lloró alguna vez, nadie vio nunca sus lágrimas.