EN ALGÚN LUGAR DE PRYAN
—¡Creí que no darían nunca con ello! —afirmó el dragón, exasperado—. Me tomé mi tiempo para subir ahí arriba y aún me hicieron esperar y esperar. No se puede abusar de los gruñidos y babeos, ¿sabes?, o pierdes efectividad.
—¡Siempre protestando! ¿No sabes hacer otra cosa? —Replicó Zifnab—. No me has dicho nada de mi actuación. «¡Huid! ¡Escapad, estúpidos!». Creo que el papel me ha salido bordado.
—Gandalf lo hacía mejor.
—¡Gandalf! —exclamó Zifnab, enojadísimo—. ¿Qué significa eso de que «Gandalf lo hacía mejor». ?
—Él daba a la frase más profundidad, más carga emotiva.
—¡Pues claro que le daba carga emotiva! ¡Él tenía un balrog colgado de su ropa interior! ¡Así, también yo emocionaría!
—¡Un balrog! —El dragón agitó su enorme cola—. ¡Y supongo que yo no soy nada! ¡Soy hígado picado!
—¡Lagarto picado, diría yo!
—¿Qué refunfuñas, hechicero? —inquirió el dragón con una mirada colérica—. Recuerda que tú sólo eres mi acompañante. Podrías ser reemplazado…
—¡No! Estaba pensando en comida. ¡Pollo frito! —Se apresuró a decir Zifnab—. ¡Nunca encuentras un restaurante de comida rápida cuando lo necesitas! Por cierto, ¿qué ha sido del resto?
—¿El resto de qué? ¿De pollos? ¿De restaurantes?
—¡De humanos y de elfos, tonto!
—No es culpa mía. Deberías ser más preciso con tus palabras. —El dragón se puso a inspeccionar con todo detenimiento su cuerpo rutilante—. He perseguido a la feliz comitiva hasta la ciudadela, donde sus compañeros los han recibido con los brazos abiertos. Abrirse paso por esta jungla no ha sido tarea fácil, te lo aseguro. Fíjate, me he roto una escama.
—Nadie dijo que fuera a ser fácil —dijo Zifnab con un suspiro.
—En eso tienes razón —asintió el dragón. Sus ojos de feroz mirada se alzaron en dirección a la ciudadela que refulgía en el horizonte—. Para ellos tampoco lo será.
—¿Crees que hay alguna posibilidad? —El anciano hechicero se movió, inquieto.
—Tiene que haberla —respondió el dragón.