MANSIÓN DE QUINDINIAR,
EQUILAN
«Mi querido Paithan:
»Supongo que te sorprenderá recibir noticias mías, pues no soy muy amante de las cartas. Sin embargo, estoy segura de que no te ofenderás si te digo la verdad: se me ha ocurrido escribirte por puro aburrimiento. Desde luego, espero que este noviazgo no dure demasiado, o me volveré loca.
»Sí, querido hermano; he abandonado mis “costumbres licenciosas”. Al menos, de momento. Cuando sea una “respetable mujer casada” tengo intención de llevar una vida más interesante; sólo será preciso ser más discreta que antes.
»Como había previsto, nuestro próximo enlace ha provocado un buen escándalo. La madre del barón es una vieja presuntuosa que ha estado a punto de echarlo todo a perder. La muy bruja tuvo el valor de contar a Durndrun que yo había tenido un lío con el conde R…, que frecuentaba ciertos establecimientos de Abajo y que incluso había tenido relaciones con los esclavos humanos. En resumen, le dijo que era una furcia indigna de gozar del dinero de Durndrun, de su casa y de su apellido.
»Afortunadamente, yo había imaginado que sucedería algo así y había conseguido de mi “amado” la promesa de que me tendría al corriente de las acusaciones que formulara su querida madre y me daría la oportunidad de rebatirlas. Durndrun cumplió su palabra, pero se le ocurrió venir a verme, precisamente, en plena hora brumosa. ¡Por Orn que, si es una costumbre, se la voy a quitar enseguida! ¿Qué hace una a hora tan intempestiva? Pero ya no había remedio y tuve que hacer acto de presencia. Por suerte, al contrario que algunas, yo siempre tengo buen aspecto al despertar.
»Encontré a Durndrun en el salón, con aire muy serio y adusto, acompañado de Calandra, que parecía divertirse a lo grande con la situación.
»Cal nos dejó solos —algo perfectamente correcto entre parejas prometidas, ¿sabes?— y, lo creas o no, querido hermano, ¡el barón empezó a lanzarme a la cara las acusaciones de su madre!
»Naturalmente, yo estaba preparada para ello.
»Una vez hube entendido el contenido exacto de las quejas (y su fuente), me dejé caer al suelo, desvanecida. (Desmayarse como es debido tiene su arte, ¿sabes? Una debe caerse sin hacerse daño y, preferiblemente, sin causarse desagradables cardenales en los codos. No es tan sencillo como parece). Al verlo, Durndrun se alarmó mucho y se vio obligado —por supuesto— a levantarme en sus brazos y depositarme en el sofá.
»Recobré el sentido justo a tiempo de impedir que el barón pidiera ayuda a los criados y, al verlo inclinado sobre mí, lo llamé “sinvergüenza” y estallé en lágrimas.
De nuevo, él se sintió obligado a tomarme en brazos. Yo, entre sollozos y balbuceos incoherentes sobre mi honor mancillado y sobre cómo podría amar a un hombre que no confiaba en mí, intenté apartarlo a empujones, asegurándome de que, en la agitación consiguiente, se me desgarrara la túnica y el barón descubriera que había puesto la mano en un lugar inconveniente.
»“¡Ah, de modo que es eso lo que piensas de mí!”, le dije, y me arrojé de nuevo sobre el sofá, no sin asegurarme de que, en mis frenéticos intentos por reparar el desgarrón, no hiciera sino empeorar aún más las cosas. Mi única preocupación era que Durndrun llamara al servicio. Por eso impedí que mis lágrimas degeneraran en histeria.
»Cuando se puso en pie, observé por el rabillo del ojo la lucha en que se debatía su pecho. Acallé mis sollozos y volví la cabeza, mirándolo a través de un velo de cabellos rubios y con un tenue brillo seductor en los ojos.
»“Reconozco que he sido lo que alguien podría tachar de irresponsable”, dije con voz apagaba, “pero es que no he tenido una madre que me guiara. Llevo muchísimo tiempo buscando a alguien a quien querer y honrar con todo mi corazón y ahora que te había encontrado…”.
»No pude continuar. Hundí el rostro en el cojín empapado en lágrimas y extendí el brazo.
»“¡Vete!”, le dije. “¡Tu madre tiene razón! ¡No merezco tu amor!”.
»Bien, Pait, estoy segura de que ya debes de adivinar el resto. En menos de lo que se tarda en decir “matrimonio”, tenía al barón Durndrun a mis pies… ¡suplicando mi perdón! Yo le concedí otro beso y una larga y detenida mirada antes de cubrir recatadamente los “tesoros” que no conseguirá hasta la noche de bodas.
»¡Durndrun estaba tan arrebatado de pasión que incluso habló de echar a su madre de casa! Tuve que poner en acción toda mi capacidad de persuasión para convencerlo de que acabaría queriendo a esa vieja bruja como a la madre que nunca conocí. Tengo algunos planes para la matrona. Ella aún no lo sabe, pero me va a cubrir en mis pequeñas escapadas cuando la vida de casada se haga demasiado aburrida.
»Así pues, me encuentro ya camino del altar. El barón Durndrun habló con su madre en tono autoritario, poniendo en su conocimiento que íbamos a casarnos y declarando que, si no le gustaba la idea, nos iríamos a vivir a otra parte. Esto último, por supuesto, no me pareció nada bien, pues la principal razón de que me case con él es la casa, pero no me preocupó demasiado. La vieja idolatra a su hijo y cedió enseguida, tal como yo estaba segura que haría.
»La boda tendrá lugar dentro de unos cuatro meses. Me habría gustado que fuera antes, pero es preciso cumplir ciertas formalidades y Calandra insiste en que todo se lleve a cabo como es debido. Mientras llega el momento, no me queda otro remedio que dar la impresión de que soy una doncella modesta y bien educada y quedarme prudentemente en casa. Estoy segura de que te reirás al leer esto, Paithan, pero te aseguro que no he estado con ningún hombre en todo el mes pasado. ¡Cuando llegue la noche de bodas, hasta el propio Durndrun me parecerá apetecible!
»(No estoy nada segura de poder resistir tanto. Supongo que no te habrás dado cuenta, pero uno de los esclavos humanos es un ejemplar magnífico. Es muy interesante hablar con él e incluso me ha enseñado algunas palabras en ese idioma animalesco que utilizan. Hablando de animales, ¿crees que será verdad lo que dicen de los machos humanos?).
»Lamento los borrones de estas últimas líneas. Calandra ha entrado en la habitación y he tenido que esconder la carta entre la ropa interior antes de que se secara la tinta. ¿Te imaginas qué habría hecho Cal si hubiera leído la última parte?
»Por suerte, no es preciso que se preocupe. Pensándolo bien, creo que no sería capaz de tener una relación con un humano. No te lo tomes a mal, Pait, pero ¿cómo puedes soportar tocar a sus mujeres? En fin, supongo que para un hombre es distinto.
»Te preguntarás qué hacía Cal levantada a estas horas tan intempestivas. Era a causa de los cohetes, que no la dejaban dormir.
«Hablando de los cohetes, la vida en casa ha ido de mal en peor desde que te marchaste. Padre y ese viejo hechicero chiflado se pasan toda la hora del trabajo en el sótano, preparando sus proyectiles, y toda la hora oscura en el jardín de atrás, disparándolos. Creo que hemos superado todas las marcas en el número de criados que nos han abandonado. Cal se ha visto obligada a pagar grandes sumas a varias familias de la ciudad, ramas abajo de nuestra mansión, debido a los incendios causados en sus viviendas. ¡Padre y el hechicero envían los cohetes hacia arriba con la pretensión de que “el hombre de las manos vendadas” los verá y sabrá dónde posarse!
»¡Ah, Paithan!, estoy segura de que te estarás riendo, pero hablo en serio. La pobre Cal está tirándose de los pelos de frustración y me temo que yo no estoy mucho mejor. Por supuesto, nuestra hermana está preocupada por el dinero y el negocio y por la visita del alcalde con una petición para que nos deshagamos del dragón.
»A mí me preocupa nuestro pobre padre. Ese astuto humano tiene a padre totalmente embelesado con esa tontería de la nave para ir a las estrellas a encontrar a madre. Padre no habla de otra cosa. Está tan excitado que no come y está más delgado cada día. Cal y yo estamos seguras de que el viejo hechicero tiene algún plan, tal vez hacerse con la fortuna de padre. Pero, si es así, todavía no ha hecho ningún movimiento sospechoso.
»Cal ha intentado en dos ocasiones sobornar a Zifnab, o como quiera que se llame, ofreciéndole más dinero del que la mayoría de humanos ven en toda su vida a cambio de que se vaya y nos deje en paz. La segunda vez, el viejo la cogió de la mano y, con una mueca de tristeza, le dijo, “Pero, querida mía, si el dinero no tiene importancia…”.
»¡No tiene importancia! ¡Que el dinero no tiene importancia! Hasta aquel momento, Cal lo había tenido por un chiflado pero, desde entonces, lo considera un loco furioso y está convencida de que deberían tenerlo encerrado en alguna parte. Creo que lo haría ella misma, si no temiera la reacción de padre.
»Y luego está el día en que el dragón estuvo a punto de quedar suelto. ¿Recuerdas que el viejo tiene bajo un hechizo a esa criatura (Orn sabe cómo y por qué)? Nos habíamos sentado a desayunar cuando, de pronto, se produjo una terrible conmoción fuera de la casa; ésta tembló como si fuera a derrumbarse, las ramas se quebraron y las astillas se clavaron en el lecho de musgo, y apareció por la ventana del comedor un feroz ojo encarnado que nos miró.
»“¡Toma otro bollo, anciano!”, dijo con voz amenazadora y siseante. “Con mucha miel. Necesitas engordar, estúpido. ¡Igual que el resto de esa carne rolliza y jugosa que te rodea!”.
»Le centelleaban los dientes y la saliva rezumaba de su lengua bífida. El humano estaba pálido como un fantasma. Los escasos criados que aún quedaban en la casa corrieron hacia la puerta dando alaridos.
»“¡Ja, ja!”, exclamó el dragón. “¡Comida rápida!”.
»El ojo desapareció. Corrimos a la puerta principal y vimos descender la cabeza del dragón, con las mandíbulas a punto de cerrarse sobre la cocinera.
»“¡No! ¡Ella no!”, gritó el hechicero. “¡Ella sabe hacer maravillas con el pollo! Coge al mayordomo. Nunca me ha caído bien”, se volvió hacia padre y añadió: “No sabe estar en su sitio”.
»“¡Pero no puedes dejar que se coma a todo el personal!”.
»“¿Por qué no?”, gritó Cal. “¡Que se nos coma a todos! ¿Qué le importa eso a él?”.
»Deberías haber visto a Cal, hermano. Daba miedo. Se puso tensa, rígida, y se limitó a quedarse en el porche delantero, con los brazos cruzados ante el pecho y las facciones duras como el pedernal. El dragón parecía jugar con sus víctimas, empujándolas como si fueran corderos, observando cómo se escondían tras los árboles y lanzándose sobre ellas cuando salían a campo abierto.
»“¿Y si le entregamos al mayordomo y, pongamos, un par de criados? Para templarle los ánimos, por decirlo de algún modo…”.
»“Yo… me temo que no”, contestó el pobre padre, que temblaba como una hoja. El humano exhaló un suspiro.
»“Tienes razón, supongo. No debo abusar de tu hospitalidad. Aunque es una lástima, porque los elfos son muy fáciles de digerir. Pasan muy suavemente. Pero siempre se queda con hambre, después”. El anciano empezó a subirse las mangas. “Enanos, no. No volveré a dejar que se coma un enano, después de lo sucedido la última vez. Tuve que pasarme la noche despierto a su lado. Veamos. ¿Cómo era ese hechizo? Esto… necesito una bola de excrementos de murciélago y un pellizco de azufre. No, un momento. Creo que me confundo de encantamiento…”.
»Y, tras esto, el viejo se puso a caminar por el jardín, con toda la calma del mundo en medio de aquel caos, hablando consigo mismo sobre excrementos de murciélago. Para entonces ya había llegado un grupo de ciudadanos, armados hasta los dientes. El dragón estuvo encantado de ver tanta gente, y gritó no sé qué sobre “un buffet libre”. Cal estaba plantada en el porche, chillando: “¡Cómete a todos!”. Padre se retorció las manos hasta que se derrumbó en un sofá.
»Me avergüenza decirlo, Pait, pero me puse a reír. ¿Por qué me sucede esto? Debo de tener alguna tara que me hace romper a reír cuando se produce un desastre. Deseé con todo mi corazón que estuvieras presente para ayudarnos, pero no estabas. Padre no servía para nada y Cal no estaba mucho mejor. Desesperada, bajé corriendo al jardín y agarré al hechicero por el brazo en el mismo instante en que se disponía a alzarlo en el aire.
»“¿No tienes que cantar algo?”, le pregunté. “¡Ya sabes, no sé qué sobre el conde Bonnie!”.
»Era lo único que había entendido de la condenada cantinela. El humano parpadeó y su rostro se iluminó. Después, se volvió en redondo y me lanzó una mirada furiosa, con la barba erizada. El dragón, mientras tanto, perseguía a los ciudadanos por el jardín.
»“¿Qué te propones?”, me preguntó el viejo, furioso. “¿Quieres encargarte de mi trabajo?”.
»“No, yo…”.
»“No metas las narices en asuntos de hechiceros”, insistió con voz altisonante, “porque somos gente sutil y fácil de encolerizar. No es mío; lo dijo un mago amigo mío. Un tipo competente en su trabajo, que sabía mucho sobre joyería. Y tampoco era malo en fuegos artificiales. Aunque no era elegante en su indumentaria, como Merlín. Veamos, ¿cómo se llamaba…? Raist… No, ése era el joven tan irritante que siempre estaba dando hachazos y salpicando sangre. Muy desagradable. El nombre del otro era Gand… Gand no sé qué…”.
»¡Me eché a reír como una loca, Pait! No pude evitarlo. No tenía idea de qué estaba parloteando el tipejo. ¡Era todo tan ridículo! Debo de ser una persona realmente perversa.
»“¡El dragón!”. Agarré al anciano y lo sacudí hasta que le castañetearon los dientes. “¡Detenlo!”.
»Zifnab me lanzó una mirada dolida.
»“¡Ah, sí!, para ti es muy fácil decirlo. ¡Tú no tienes que soportarlo después!”.
»Tras un nuevo suspiro, empezó a cantar con esa voz aguda y temblorosa que le atraviesa a una la cabeza como un taladro. Como la vez anterior, el dragón levantó la cabeza y miró al hechicero. A la criatura se le nublaron los ojos y no tardó en empezar a mecerse al ritmo de la música. De pronto, el dragón volvió a abrir los ojos como platos y miró al viejo y dio un respingo.
»“¡Señor!”, dijo con voz atronadora. “¿Qué haces aquí fuera, en mitad del jardín, en ropa de dormir? ¿No te da vergüenza?”.
»La cabeza del dragón serpenteó sobre el jardín y se cernió sobre el pobre padre, que se había encogido debajo del sofá. Los ciudadanos, viendo distraída a la criatura, empezaron a levantar sus armas y a acercarse a ella cautelosamente.
»“Perdóname, maese Quindiniar”, dijo el dragón con voz ronca y resonante. “Todo es culpa mía. Esta mañana no he llegado a tiempo de atender a mi amo”. El dragón volvió la cabeza hacia el anciano hechicero. “Señor, había preparado la levita malva con los pantalones de rayas finas y…”.
»“¿La levita malva?”, lo interrumpió el viejo, con voz chillona. “¿Acaso se vio alguna vez a Merlín pasear por Camelot y lanzar encantamientos vestido con una levita malva? ¡Por todos los sapos, seguro que no! No conseguirás que…”.
»Me perdí el resto de la conversación, pues tuve que dedicarme a convencer a los ciudadanos de que volvieran a casa. En realidad, no me habría disgustado librarme del dragón, pero era evidente que sus débiles armas apenas podían causarle daño y, en cambio, cabía la posibilidad de que rompieran el hechizo. Por cierto, fue poco después de esta escena, a la hora del almuerzo, cuando llegó al alcalde con la petición.
»Desde entonces, Pait, algo parece haberse roto en el interior de Cal. Ahora, nuestra hermana no hace el menor caso a la presencia del hechicero y su dragón. Sencillamente, hace como si no estuvieran. No le dirige la palabra al humano; ni siquiera lo mira. Se pasa el rato en la fábrica o encerrada en su despacho. Tampoco habla apenas con padre, aunque él ni se ha dado cuenta pues está demasiado atareado con sus cohetes.
»Bueno, Paithan, de momento dejo aquí el repaso a las novedades. Tengo que concluir para acostarme. Mañana voy a tomar el té con la madre de Durndrun y creo que cambiaré mi taza por la suya, no sea que me haya echado un poco de veneno.
»¡Ah!, casi se me olvida. Cal dice que el negocio va viento en popa, debido a los rumores de problemas procedentes del norint. Lamento no haber prestado más atención, pero ya sabes cuánto me aburre hablar de negocios. Supongo que eso significa más ingresos pero, como dice el anciano, ¿qué importa el dinero?
»¡Vuelve pronto, Pait, y sálvame de esta casa de locos!
»Tu hermana que te quiere,
»Aleatha».