Fin

En algún lugar había un hombre enorme, de barba roja y manos poderosas. Mientras batía el metal al rojo sobre el yunque, miró a Derguín con sus ojos de pupilas dobles (pues tal vez no era un hombre) y sonrió con orgullo, pero también con infinita tristeza. Mucho habría de sufrir aquel muchacho todavía. El triunfo estaba lejano, y el plan del que formaba parte sólo había dado su primer fruto.

Pero el herrero cojo meneó la cabeza y espantó aquellos sombríos pensamientos. No sería él quien le arrebatara aquel momento a Derguín Gorión.

Plasencia, enero de 2003