Capítulo 20

La familia real salió por la puerta lateral. Las chicas y yo, por donde habíamos entrado, mientras las cámaras seguían grabando y el público aplaudía.

Silvia nos recibió con una mirada fulminante. Era como si estuviera haciendo un esfuerzo sobrehumano para no estrangularme. Giró la esquina y nos condujo a una pequeña salita.

—Entrad —ordenó, como si no pudiera pronunciar una palabra más. Cerró las puertas, dejándonos allí solas.

—¿Es que siempre tienes que ser el centro de atención? —me espetó Elise.

—No he hecho nada más que lo que os he pedido que hicierais vosotras. ¡Eras tú la que no me creías!

—Te quieres hacer la santa, y esos hombres eran delincuentes. No estamos haciendo nada que no hubiera hecho un juez; la única diferencia son los vestidos bonitos.

—Elise, ¿has visto a esos hombres? Algunos estaban enfermos. ¡Y las sentencias que les han dictado son exageradamente largas! —imploré.

—Tiene razón —dijo Kriss—. ¿Cadena perpetua por un robo? Si no se ha llevado el palacio entero, ¿qué es lo que habrá tenido que robar para que le apliquen esa condena?

—Nada —solté yo—. Cogió algo de ropa para su familia. Mirad, chicas, vosotras tenéis suerte. Nacisteis en castas altas. Cuando eres de una casta baja y pierdes a la persona que trae el sustento a la familia…, las cosas no van bien. No podía enviarlo a la cárcel para toda la vida y sentenciar al mismo tiempo a su familia a convertirse en Ochos. No podía.

—¿Dónde está tu orgullo, America? —insistió Elise—. ¿Y tu sentido del deber y del honor? No eres más que una chica; ni siquiera eres princesa. Y si lo fueras, no se te permitiría tomar decisiones así. ¡Estás aquí para obedecer las normas del rey! ¡Y nunca lo has hecho, desde el día en que llegaste!

—¡A lo mejor las normas del rey no están bien! —respondí, a voz en grito, quizás en el peor momento posible.

Las puertas se abrieron de par en par y el rey entró hecho una furia. La reina y Maxon esperaban en el pasillo. Me agarró del brazo con fuerza —por suerte no el de la herida— y me sacó de la habitación a rastras.

—¿Adónde me lleva? —pregunté, con la voz entrecortada por el miedo.

No respondió.

Miré por detrás del hombro a las chicas, mientras el rey tiraba de mí por el pasillo. Celeste se agarró el cuerpo con los brazos. Elise le cogió la mano a Kriss, porque, pese a su enfado, no quería verme así.

—Clarkson, no te precipites —le rogó la reina.

Dimos la vuelta a la esquina y me metió en una sala. La reina y Maxon aparecieron un momento después, mientras el rey me empujaba, haciéndome sentar en un pequeño sofá.

—Siéntate —ordenó, aunque ya no hacía falta. Se puso a caminar arriba y abajo, como un león enjaulado. Cuando paró, se dirigió a Maxon.

—¡Me lo juraste! —le gritó—. Dijiste que estaba controlada. Primero la salida de tono en el Report. Luego casi consigues que te maten…, ¿y ahora esto? Esto se acaba hoy mismo, Maxon.

—Padre, ¿y los vítores? La gente aprecia su compasión. Ahora mismo es nuestro mayor activo.

—¿Cómo dices? —respondió su padre, gélido como un iceberg.

Maxon se quedó sin habla un momento, pero luego prosiguió:

—Cuando sugirió que la gente se defendiera, el público respondió positivamente. Me atrevería a decir que eso ha evitado que haya aún más muertos. ¿Y esto? Padre, yo no podría mandar a un hombre a cadena perpetua por lo que se supone que es un delito menor. ¿Cómo puede esperar que lo haga alguien que probablemente ha visto a más de un amigo suyo azotado por menos que eso? Es un soplo de aire fresco. La mayoría de la población es de las castas más bajas, y se siente identificada con ella.

El rey sacudió la cabeza y se puso a caminar arriba y abajo otra vez.

—Le dejé quedarse porque te salvó la vida. Tú eres mi mejor activo, no ella. Si te perdemos a ti, lo perdemos todo. Y no hablo simplemente de que mueras. Si no te comprometes con esta vida, si te dispersas, todo se vendrá abajo —dijo, señalando con los brazos a su alrededor—. Te están lavando el cerebro —añadió el rey—. Estás cambiando día a día. Estas chicas no valen para nada. Y esta menos que ninguna.

—Clarkson, quizá… —quiso decir la reina, pero él la hizo callar con una mirada.

Se giró hacia Maxon.

—Tengo una propuesta que hacerte.

—No me interesa —respondió él.

El rey levantó los brazos, como para indicarle que no tenía nada que temer.

—Escúchame.

Maxon suspiró.

—Estas chicas han sido un desastre. Ni siquiera los contactos con Asia me han servido de nada. La Dos está demasiado pendiente de ser famosa; y la otra, bueno, no es de lo peor, pero en mi opinión tampoco vale lo suficiente. Esta —dijo, señalándome a mí—, aunque tuviera algún valor, lo echa todo a perder con su incapacidad para contenerse. Todo ha ido terriblemente mal. Y te conozco. Sé que tienes miedo de hacer algo de lo que puedas arrepentirte, así que esto es lo que pienso…

Me quedé mirando al rey mientras caminaba alrededor de Maxon.

—Pongamos fin a todo esto. Despidamos a todas las chicas.

Maxon abrió la boca para protestar, pero su padre levantó una mano.

—No estoy sugiriendo que te quedes soltero. Aún tenemos los datos de las chicas aptas para la Selección de todo el país. ¿No te gustaría escoger a unas cuantas chicas e invitarlas a palacio? Tal vez encontrarías a alguna que se parezca a la hija del rey de Francia. ¿Te acuerdas de cómo te gustaba?

Bajé la mirada. Maxon nunca había mencionado a aquella princesa francesa.

Me sentí como si alguien estuviera haciéndome saltar esquirlas del corazón con un escoplo.

—Padre, no podría.

—Oh, claro que sí. Eres el príncipe. Y creo que hemos tenido bastantes pruebas de que estas chicas no son aptas. Esta vez podrías elegir tú mismo.

Volví a levantar la mirada. Maxon tenía la vista fija en el suelo. Era evidente que estaba debatiéndose.

—Esto podría incluso calmar a los rebeldes temporalmente. ¡Piénsalo! —añadió el rey—. Enviamos a estas chicas a casa y esperamos unos días, como si diéramos por cancelada la Selección. Luego traemos a un nuevo grupo de mujeres educadas, agradables y encantadoras… Eso podría cambiar muchas cosas.

Maxon intentó decir algo, pero volvió a cerrar la boca.

—En cualquier caso, deberías preguntarte si esta —dijo, señalándome de nuevo— es una persona con la que podrías pasar toda tu vida. Teatral, egoísta, interesada en el dinero y, para ser honesto, muy simplona. Mírala bien, hijo.

Los ojos de Maxon fueron a cruzarse con los míos. Nos miramos un segundo, y luego tuve que apartar la mirada, humillada.

—Te daré unos días. Ahora hemos de enfrentarnos a la prensa. Amberly.

La reina fue a su lado de inmediato y lo tomó del brazo. No sabíamos qué decir.

Tras un breve instante, Maxon se acercó y me ayudó a ponerme en pie.

—Gracias.

Él se limitó a asentir.

—Probablemente debería ir con ellos. Seguro que también tienen preguntas para mí.

—Esa es una oferta bastante buena —comenté.

—Probablemente la más generosa que ha hecho nunca.

No quería saber si se planteaba aquello en serio. No había nada más que decir, así que pasé a su lado y volví a mi habitación, esperando poder superar todos aquellos sentimientos.

Mis doncellas me informaron de que la cena se serviría en las habitaciones. Cuando vieron que no tenía ánimos ni de hablar con ellas, se excusaron hábilmente y desaparecieron. Me quedé tendida en la cama, perdida en mis pensamientos.

Había hecho lo correcto, ¿no? Creía en la justicia, pero el Día de las Sentencias no tenía nada que ver con ella. Aun así, no dejaba de preguntarme si habría conseguido algo. Si aquel hombre era enemigo del rey por algún motivo, lo cual era probable, seguramente acabarían castigándolo de otro modo. ¿Sería todo en balde?

Por otro lado, y por frívolo que resultara en comparación con todo lo demás, no podía dejar de pensar en aquella chica francesa. ¿Por qué no me había hablado Maxon de ella? ¿Habría venido mucho a palacio? ¿Por qué iba él a mantenerlo en secreto?

Oí que llamaban a la puerta y supuse que sería la comida, aunque me pareció un poco pronto.

—Adelante —dije, sin ánimo de levantarme de la cama.

Se abrió la puerta y apareció la oscura melena de Celeste.

—¿Te apetece un poco de compañía? —preguntó.

Kriss asomó tras ella, y luego vi el brazo de Elise detrás.

—Claro —dije, irguiéndome.

Entraron y dejaron la puerta abierta. Celeste, que no dejaba de sorprenderme cada vez que sonreía tan abiertamente, se subió a mi cama sin preguntar siquiera. No es que me importara. Kriss también lo hizo, sentándose más cerca de mis pies. Elise se situó en el borde, tan elegante como siempre.

Kriss me preguntó suavemente lo que estaba segura de que todas se preguntaban:

—¿Te ha hecho daño?

—No —dije, pero entonces me di cuenta de que aquello no era cierto del todo—. No me ha pegado ni nada; solo ha tirado de mí con cierta violencia.

—¿Qué te ha dicho? —preguntó Elise, jugueteando nerviosamente con el borde de su vestido.

—No le ha gustado nada mi salida de tono. Si fuera por él, yo ya estaría fuera hace tiempo.

—Pero no depende de él —respondió Celeste, tocándome el brazo—. A Maxon le gustas, y también al pueblo.

—No sé si con eso es suficiente —dije. Y añadí mentalmente: «para ninguna de nosotras».

—Siento haberte gritado —se disculpó Elise, bajando la voz—. Es muy frustrante. Me esfuerzo mucho por mostrarme segura, pero tengo la sensación de que nada de lo que hago importa. Todas me eclipsáis.

—Eso no es cierto —protestó Kriss—. Ahora mismo todas significamos algo para Maxon. Si no, no estaríamos aquí.

—Tiene miedo de llegar a quedarse con tres —rebatió Elise—. Se supone que cuando queden tres tiene que elegir en los cuatro días siguientes, ¿no? Me retiene aquí para evitar tomar esa decisión.

—¿Quién dice que no es a mí a quien retiene para no decidirse? —sugirió Celeste.

—Escuchad —las interrumpí—. Después de lo de hoy, es más que probable que sea yo la primera que se vaya. Tenía que ocurrir, antes o después. Sencillamente, no estoy hecha para esto.

Kriss soltó una risita.

—Ninguna de nosotras es una Amberly, ¿no?

—A mí me gusta demasiado impresionar a la gente —confesó Celeste con una sonrisa.

—Y yo preferiría esconderme que hacer la mitad de las cosas que tiene que hacer ella —dijo Elise, bajando la cabeza.

—Yo soy demasiado indómita —reconocí, encogiéndome de hombros.

—Y yo nunca tendré la confianza que tiene ella —lamentó Kriss.

—Bueno, pues sí que vamos bien… Pero Maxon tiene que escoger a una de nosotras, así que no sirve de nada preocuparse —decidió Celeste, jugueteando con la manta—. Pero creo que podemos estar seguras de que cualquiera de vosotras sería mejor opción que yo.

Tras un silencio incómodo, Kriss preguntó:

—¿Qué quieres decir?

Celeste la miró a los ojos.

—Tú lo sabes. Todo el mundo lo sabe. —Respiró hondo y continuó—. Esto ya lo he hablado con America, más o menos, y se lo confesé a mis doncellas el otro día, pero con vosotras nunca me he disculpado.

Kriss y Elise intercambiaron una mirada, antes de volver a centrarse en Celeste.

—Kriss, te agüé la fiesta de cumpleaños —explicó—. Tú eres la única que ha podido celebrarlo en el palacio, y yo te robé el protagonismo. Lo siento muchísimo.

—Al final salió bien —respondió Kriss, encogiéndose de hombros—. Maxon y yo tuvimos una conversación estupenda gracias a ti. Hace tiempo que te perdoné por eso.

Celeste daba la impresión de que podía echarse a llorar en cualquier momento, pero apretó los labios y forzó una sonrisa.

—Eso es muy generoso, teniendo en cuenta que me ha costado mucho perdonarme a mí misma —dijo, pasándose un dedo por las pestañas—. No sabía cómo llamar su atención, así que te lo quité de las manos.

Kriss respiró hondo.

—En aquel momento me sentí fatal, pero no pasa nada. Estoy bien. Al menos no fue como lo de Anna.

Celeste puso la mirada en el cielo.

—No me hables de eso. A veces me pregunto hasta dónde habría llegado si yo no… —Meneó la cabeza y miró a Elise—. Y no sé si podrás perdonarme nunca todas las cosas que te he hecho. Incluso las que no sabes que te hice yo.

Elise, siempre impecable, no explotó como podría haberlo hecho yo en su lugar.

—¿Quieres decir lo de los cristales en los zapatos, lo de los vestidos rotos de mi armario y lo de la lejía en mi champú?

—¡Lejía! —exclamé asombrada.

La expresión abatida de Celeste me lo confirmó.

Elise asintió.

—Una mañana no pude asistir a la Sala de las Mujeres porque mis doncellas tuvieron que volver a teñirme. —Se giró hacia Celeste—. Sabía que habías sido tú —confesó sin inmutarse.

Celeste dejó caer la cabeza, mortificada.

—No hablabas, no hacías nada… A mi modo de ver, eras el blanco más fácil. Me sorprendió que no te vinieras abajo.

—Nunca deshonraría a mi familia abandonando —respondió Elise. Me encantaba su firmeza de carácter, aunque no la entendía del todo.

—Deberían estar orgullosos de todo lo que has soportado. Si mis padres tuvieran idea de lo bajo que he caído… No sé qué dirían. Si los reyes lo supieran, estoy segura de que ya me habrían echado. No estoy a la altura —dijo por fin, desnudándose ante nosotras.

Eché el cuerpo adelante y apoyé mis manos en las suyas.

—Creo que este cambio de actitud demuestra otra cosa completamente diferente, Celeste.

Ella ladeó la cabeza y esbozó una sonrisa triste.

—En cualquier caso, no creo que me quiera. Y, aunque lo hiciera —dijo, retirando las manos para arreglarse el maquillaje—, alguien me ha recordado recientemente que no necesito un hombre para conseguir lo que quiero de la vida.

Compartimos una sonrisa cómplice, antes de que volviera a mirar a Elise.

—No sé ni cómo disculparme por todo lo que te he hecho, pero necesito que sepas que lo lamento mucho. Lo siento, Elise.

Ella no cedió; se quedó mirando a Celeste. Me preparé para su respuesta airada, ahora que tenía por fin a Celeste a su merced.

—Podría decírselo. America y Kriss serían testigos, y Maxon tendría que enviarte a casa.

Celeste tragó saliva. ¡Qué humillante sería tener que irse de aquella manera!

—Pero no lo haré —decidió Elise—. Nunca condicionaría a Maxon y, gane o pierda, quiero hacerlo con integridad. Así que pasemos página.

No era una declaración de perdón en toda regla, pero era mucho más de lo que se esperaba Celeste. Hizo lo que pudo por mantener la compostura, asintió y le dio las gracias a Elise con un susurro.

—Bueno —dijo Kriss, intentando cambiar de tema—. En fin… Yo tampoco quería chivarme, Celeste, pero… no pensaba que esa decisión fuera un acto de honor —apuntó, girándose hacia Elise, pensando en lo que acababa de oír.

—Yo siempre tengo presentes esas cosas —confesó Elise—. Y las respeto siempre que puedo, especialmente porque, si no gano, será una vergüenza para mi familia.

—¿Cómo puede ser que te sientas responsable si no eres tú la elegida? —preguntó Kriss, acomodándose sobre la cama—. ¿Por qué iba a ser eso motivo de vergüenza?

Elise se giró un poco más y se explicó, pasando de un tema a otro.

—Por eso de los matrimonios concertados. Las mejores chicas consiguen a los mejores hombres, y viceversa. Maxon es el súmmum de la perfección. Si pierdo, significa que no era lo suficientemente buena. Mi familia no pensará en los sentimientos, que es lo que a Maxon le hará decantarse por una o por otra. Lo analizarán lógicamente. Mi origen, mi talento… Me educaron para ser digna de lo mejor, así que, si no lo soy, ¿quién me querrá cuando salga de aquí?

Yo había pensado un millón de veces en cómo me cambiaría la vida si ganaba o si perdía, pero nunca me había planteado qué significaría para las demás. Después de todo lo sucedido con Celeste, quizá debería haberlo hecho.

Kriss apoyó una mano sobre la de Elise.

—Casi todas las chicas que han vuelto a casa ya están comprometidas con unos hombres estupendos. Formar parte de la Selección ya te convierte en algo especial. Y al menos has llegado a ser una de las cuatro finalistas de la Élite. Créeme, Elise: los chicos harán cola frente a tu casa.

Ella sonrió.

—No necesito una cola. Solo necesito a uno.

—Bueno, todas necesitamos una cola —dijo Celeste, haciéndonos sonreír a todas, incluso a Elise.

—Yo preferiría un puñado —matizó Kriss—. Una cola me impondría un poco.

Entonces me miraron a mí.

—A mí me basta con uno.

—Estás loca —decidió Celeste.

Hablamos un rato sobre Maxon, acerca de nuestras casas y nuestras esperanzas. En realidad, nunca habíamos hablado así, sin ningún tipo de barrera entre nosotras. Kriss y yo habíamos intentado hacerlo, ser honestas y francas sobre la competición; pero, ahora que podíamos hablar tranquilamente sobre la vida, estaba convencida de que nuestra amistad perviviría con el tiempo. Elise era una sorpresa, pero el hecho de que tuviera una perspectiva tan diferente a la mía me hacía pensar en las cosas desde otra perspectiva.

Y la carga de profundidad: Celeste. Si alguien me hubiera dicho que aquella morenita que caminaba con aquellos tacones altos y aquel aire amenazante en el aeropuerto el primer día iba a ser la chica con quien más a gusto estaba en aquel mismo momento, me habría reído en su cara. Aquello me habría resultado casi tan increíble como el hecho de que aún siguiera ahí, convertida en una de las finalistas, con el corazón partido por lo cerca que estaba de perder a Maxon.

A medida que hablábamos vi que las otras la iban aceptando tan abiertamente como yo. Incluso tenía un aspecto diferente, ahora que se había quitado de encima el peso de sus secretos. Celeste había sido educada para hacer gala de una belleza muy concreta, basada en ocultar cosas, en presentar las cosas a su manera y en procurar estar perfecta en todo momento. Pero hay otro tipo de belleza procedente de la humildad y la honestidad. Esa era la que lucía en aquel momento.

Maxon debió de acercarse muy silenciosamente. Cuando me di cuenta de que estaba allí, debía de llevar ya un rato. Fue Elise la primera en verle en el umbral y ponerse rígida.

—Alteza —saludó, inclinando la cabeza.

Todas miramos hacia allí, seguras de que la habíamos entendido mal.

—Señoritas. —Nos devolvió el saludo—. No quería interrumpiros. Creo que acabo de estropear la reunión.

Nos miramos entre nosotras. Seguro que no era la única que pensaba: «No, has hecho algo realmente asombroso».

—No pasa nada —dije.

—Bueno, siento interrumpiros. Pero necesito hablar con America. A solas.

Celeste suspiró y se dispuso a levantarse, girándose para guiñarme un ojo antes de ponerse en pie. Elise saltó como un resorte, y Kriss la siguió, apretándome ligeramente la pierna en el momento en que saltaba de la cama. Elise le hizo una reverencia a Maxon al salir, y Kriss se paró a alisarle la solapa. Celeste se acercó, decidida como nunca, y le susurró algo al oído a Maxon.

Cuando acabó, él sonrió.

—No creo que eso sea necesario.

—Bien —respondió ella, cerrando la puerta al salir.

Me puse en pie, preparada para cualquier cosa.

—¿Qué era eso? —le pregunté, haciendo un gesto con la cabeza hacia la puerta.

—Oh, Celeste quería dejarme claro que, si te hacía algún daño, me haría llorar —me dijo con una sonrisa.

Me reí.

—¡Sé lo que duelen esas uñas, así que cuidado!

—Sí, señora.

Respiré hondo y mi sonrisa desapareció.

—¿Y bien?

—¿Y bien, qué?

—¿Vas a hacerlo?

Maxon sonrió y meneó la cabeza.

—No. Por un momento, me ha hecho pensar, pero no quiero empezar de nuevo. Me gustan mis chicas imperfectas —dijo, encogiéndose de hombros y con una expresión satisfecha—. Además, mi padre no sabe nada de August, ni de cuáles son los objetivos de los rebeldes norteños, ni nada de eso. Sus soluciones son de corto alcance. Abandonar el barco no solucionaría nada.

Suspiré, aliviada. Esperaba importarle lo suficiente como para que no me echara, pero después de mi charla con las chicas tampoco quería que las echara a ellas.

—Además —añadió, complacido—, deberías haber visto la prensa.

—¿Por qué? ¿Qué ha pasado? —pregunté acercándome a él.

—Los has impresionado, otra vez. Me parece que no entiendo muy bien lo que piensa la gente ahora mismo. Es como si…, como si supieran que las cosas pueden ser de otro modo. Él gobierna el país como me gobierna a mí. Tiene la sensación de que nadie más que él es capaz de tomar decisiones acertadas, así que obliga a la gente a pensar como él. Y, después de leer los diarios de Gregory, parece que las cosas son así desde hace ya un tiempo. Pero ya nadie quiere eso. La gente desea una oportunidad. —Maxon meneó la cabeza—. Tú le aterras, pero no puede echarte. La gente te adora, America.

Tragué saliva.

—¿Me adoran?

Asintió.

—Y… yo siento algo parecido. Así que, diga lo que diga o haga lo que haga, no pierdas la fe. Esto no ha acabado.

Me llevé los dedos a la boca, impresionada. La Selección seguiría, las chicas y yo tendríamos nuestra oportunidad. Además, por lo que decía, a la gente le caía cada vez mejor.

Sin embargo, a pesar de todas las buenas noticias, había una cosa que no dejaba de rondarme por la cabeza.

Bajé la vista a la manta, casi con miedo de preguntar.

—Sé que te parecerá estúpido, pero… ¿quién es la hija del rey francés?

Maxon guardó silencio un momento antes de sentarse en la cama.

—Se llama Daphne. Antes de la Selección fue la única chica a la que conocí de verdad.

—¿Y?

Soltó una risa silenciosa.

—Y descubrí que sus sentimientos por mí iban más allá de la amistad, pero lo descubrí un poco tarde. Y yo no compartía aquellos sentimientos. No podía.

—¿Tenía algo de malo o…?

—America, no. —Maxon me cogió la mano y me obligó a mirarle—. Daphne es mi amiga. Es todo lo que puede ser. Me pasé la vida esperándoos a vosotras. Esta es mi ocasión de encontrar esposa, y eso lo sé desde que tengo uso de razón. No tenía ningún interés por Daphne, no en ese aspecto. Nunca se me habría ocurrido hablarte de ella. Estoy seguro de que mi padre lo hizo para hacerte dudar una vez más.

Me mordí el labio. El rey conocía mis puntos débiles demasiado bien.

—Te he visto hacerlo, America. Te comparas con mi madre, con las otras chicas de la Élite, con una versión de ti misma que crees que deberías ser, y ahora estás a punto de hacer lo mismo con una persona que hace unas horas no sabías ni que existía.

Era cierto. Ya me estaba preguntando si sería más guapa que yo, si sería más lista, si pronunciaba el nombre de Maxon con un acento ridículo pero irresistible.

—America —dijo, apoyando su mano en mi rostro—, si hubiera sido importante, te lo habría contado. Igual que tú lo habrías hecho.

El estómago se me encogió. En realidad, yo no había sido completamente sincera con Maxon. Pero viendo aquellos ojos que me miraban y se colaban en los míos, era fácil olvidarse de aquello. Cuando me miraba así, podía olvidarme de todo lo que nos rodeaba. Y lo hice.

Caí en sus brazos y lo abracé con fuerza. Era el único sitio del mundo en el que quería estar en aquel momento.