Me desperté con dolor de cabeza. Solté un gemido al tiempo que me frotaba las sienes, y contuve un chillido al notar el dolor punzante que aquel movimiento me produjo en el brazo.
—Tenga —dijo Mary, acercándose hasta sentarse en el borde de mi cama. Me tendió dos pastillas y un vaso de agua.
Erguí el cuerpo lentamente para recogerlas, con un dolor palpitante en la cabeza.
—¿Qué hora es?
—Casi las once —dijo Mary—. Hemos informado de que no se encontraba bien y que no bajaría a desayunar. Si nos damos prisa, probablemente podamos ponerla a punto para almorzar con el resto de la Élite.
La idea de darnos prisa o incluso la de comer no me resultaban nada apetecibles, pero pensé que lo más sensato sería recuperar la rutina. Cada vez tenía más claro lo mucho que nos habíamos arriesgado la noche anterior, y no quería dar pie a que nadie pudiera imaginar todo lo que había ocurrido.
Asentí, y Mary y yo nos pusimos en pie. Mis piernas no tenían toda la estabilidad que me habría gustado, pero, aun así, me dirigí al baño. Anne estaba junto a la puerta, limpiando; Lucy permanecía sentada en un sillón, cosiéndole las mangas a un vestido que originalmente, supuse, llevaba unas simples tiras sobre los hombros.
—¿Está bien, señorita? —preguntó levantando la vista de su trabajo—. Nos dio un susto de muerte.
—Lo siento. Creo que estoy todo lo bien que puedo estar.
Me sonrió.
—Haremos todo lo que podamos para ayudarla, señorita. Solo tiene que pedírnoslo.
Yo no estaba muy segura de en qué consistía su oferta, pero cualquier ayuda para pasar los días siguientes sería bienvenida.
—Oh, el soldado Leger ha pasado por aquí, y el príncipe también. Ambos esperan que, en cuanto pueda, les haga saber cómo se encuentra.
Asentí.
—Lo haré después del almuerzo.
Antes de que me diera cuenta, alguien me sostenía el brazo. Anne me examinaba la herida atentamente, mirando por debajo de los vendajes para ver cómo iba.
—No parece que se haya infectado. Mientras lo mantengamos limpio, creo que se curará bien. Ojalá hubiera podido hacer algo más. Desde luego le quedará una marca —se lamentó.
—No te preocupes. Hasta las personas más nobles tienen algún tipo de cicatriz —dije, pensando en las manos de Marlee y en la espalda de Maxon. Ambos cargarían toda la vida con esas señales, testigos de su coraje. Para mí suponía un honor ser como ellos.
—Lady America, el baño está listo —anunció Mary, desde la puerta del baño.
Me la quedé mirando a la cara, y también a Lucy y a Anne. Siempre me había sentido próxima a mis doncellas, siempre había confiado en ellas. Pero algo había cambiado aquella noche: era como si se hubieran puesto a prueba aquellos vínculos. Y, al llegar la luz del día, seguían ahí, fuertes y resistentes.
No estaba segura de poder devolverles aquella lealtad. Pero esperaba que, algún día, pudiera hacerlo.
Si me concentraba, podía levantar el tenedor y llevármelo a la boca sin hacer una mueca de dolor. Me supuso un gran esfuerzo, hasta el punto de que, a media comida, ya estaba sudando. Decidí limitarme a picar un poco de pan. No necesitaba el brazo derecho para eso.
Kriss me preguntó cómo iba mi dolor de cabeza (supuse que era la excusa que habían hecho circular). Le dije que estaba mucho mejor, aunque me resultaba imposible hacer caso omiso del dolor que sentía tanto en la cabeza como en el brazo. No hubo más preguntas. Daba la impresión de que nadie se había percatado de nada.
Mientras masticaba un poco de pan, me pregunté cómo lo habrían hecho las otras chicas, de haber estado en mi lugar la noche anterior. Decidí que la única que lo habría hecho mejor habría sido Celeste. Sin duda, ella habría encontrado un modo de plantar cara. Por un momento, sentí algo de celos por no ser un poco más como ella.
Ya en la Sala de las Mujeres, nos trajeron nuestras carpetas en un carrito. Al cabo de un momento, Silvia entró y nos llamó la atención.
—Señoritas, se les presenta otra ocasión para brillar con luz propia. Dentro de una semana vamos a celebrar una pequeña merienda, y todas ustedes, por supuesto, están invitadas —anunció. Suspiré para mis adentros, preguntándome a quién tendríamos que hacer los honores ahora—. No tendrán que ocuparse de los preparativos esta vez, pero deberán comportarse como nunca, porque la fiesta se grabará para que la vea el público.
Me animé un poco. Aquello no me parecía mal.
—Cada una de ustedes invitará a dos personas para que sean sus invitadas personales. Esa será su única responsabilidad. Escojan bien. El viernes deberán comunicarme quiénes serán sus invitados.
Se alejó de allí, dejándonos a las cuatro pensando. Aquello era una prueba, y lo sabíamos. ¿Quién tendría los contactos más impresionantes, los más valiosos?
A lo mejor me estaba volviendo paranoica, pero tuve la impresión de que aquella tarea estaba dirigida específicamente a mí. El rey debía de estar buscando el modo de recordarle a todo el mundo que yo no valía para nada.
—¿A quién vas a escoger, Celeste? —preguntó Kriss.
—Aún no estoy segura —respondió ella, encogiéndose de hombros—. Pero os prometo que serán espectaculares.
Si yo tuviera la agenda de Celeste, tampoco estaría nerviosa. ¿A quién iba a invitar yo? ¿A mi madre?
Celeste se giró hacia mí.
—¿A quién crees que invitarás, America? —me preguntó, con tono amable.
Intenté ocultar mi sorpresa. Aunque nos hubiéramos sincerado un poco en la biblioteca, era la primera vez que se dirigía a mí del mismo modo en que se dirigiría a una amiga. Me aclaré la garganta.
—No tengo ni idea. No estoy segura de conocer a nadie apropiado para la ocasión. Quizá sea mejor que no traiga a nadie —reconocí. Probablemente no debería haber confesado de forma tan abierta mi propia desventaja, pero desde luego no era ningún secreto.
—Bueno, si de verdad no encuentras a nadie, dímelo —dijo Celeste—. Estoy segura de que tengo más de dos amigas que querrían visitar el palacio, y podríamos buscar a alguien que al menos conozcas de oídas. Si quieres, claro.
Me la quedé mirando. Me sentí tentada de preguntarle dónde estaba la trampa, pero al mirarla a los ojos me pareció intuir que no la había. Entonces vi que me guiñaba el ojo, el que quedaba fuera de la vista de Elise y Kriss. Celeste, la batalladora consumada, estaba poniéndose de mi lado.
—Gracias —respondí, algo avergonzada.
—No hay de qué —replicó ella, encogiéndose de hombros—. Si vamos a dar una fiesta, que sea de las buenas.
Se apoyó en el respaldo de la silla, sonriendo de satisfacción, y tuve la seguridad de que ya se imaginaba aquella celebración como su último golpe de efecto. Una parte de mí deseaba decirle que no se rindiera, pero no podía ser. Al final solo una de nosotras podría quedarse con Maxon.
Por la tarde ya tenía esbozado mi plan, pero dependía de un factor fundamental: necesitaba la ayuda de Maxon.
Estaba segura de que nos cruzaríamos antes de que acabara el día, así que decidí no preocuparme demasiado. De momento necesitaba descansar, así que me dirigí de nuevo a mi habitación.
Anne estaba allí, esperándome, con más pastillas y agua. No me podía creer lo bien que llevaba todo aquello.
—Te debo una —dije, tragándome la medicina.
—No —protestó Anne.
—¡Claro que sí! Anoche las cosas habrían sido muy diferentes sin ti.
Ella me cogió el vaso de agua con suavidad.
—Me alegro de que esté bien —se limitó a decir, y fue al baño para vaciar del todo el vaso.
La seguí.
—¿Hay algo que pueda hacer por ti, Anne? Lo que sea.
Ella se quedó allí de pie, junto al lavabo; era evidente que algo le rondaba por la cabeza.
—De verdad Anne. Me haría muy feliz.
Anne suspiró.
—Bueno, hay una cosa…
—Dímelo, por favor.
Anne levantó la vista del lavabo.
—Pero no se lo puede decir a nadie. Mary y Lucy me matarían.
—¿Qué quieres decir? —pregunté frunciendo el ceño.
—Es… muy personal —confesó, y empezó a juguetear nerviosamente con los dedos, algo que nunca hacía: estaba claro que aquello era importante para ella.
—Bueno, pues ven y cuéntamelo —la animé, pasándole el brazo bueno por encima del hombro y llevándola a la mesa, para que se sentara a mi lado.
Ella cruzó las piernas por los tobillos y apoyó las manos en el regazo.
—Bueno, es que usted se lleva muy bien con él. Parece que él le tiene mucho aprecio.
—¿Te refieres a Maxon?
—No —susurró ella, ruborizándose un poco.
—No entiendo.
Respiró hondo y cogió aire.
—El soldado Leger.
—Ooooh —dije, incapaz de reaccionar; aquello sí que era una sorpresa.
—Le parecerá que no tengo ninguna oportunidad, ¿verdad?
—Yo no diría que ninguna —la corregí. Pero la verdad era que no sabía cómo iba a decirle a la persona que me había prometido luchar por mí toda la vida que debía fijarse en ella.
—Él siempre habla muy bien de usted. Si pudiera hablarle de mí, o si al menos se enterara de si tiene alguna novia en casa…
Suspiré.
—Puedo intentarlo, pero no puedo prometerte nada.
—Oh, ya lo sé. No se preocupe. Una y otra vez me digo que es algo imposible, pero no puedo dejar de pensar en él.
—Sé lo que es eso —respondí, ladeando la cabeza.
—Y no es porque sea un Dos —apuntó ella, extendiendo una mano—. Aunque fuera un Ocho, querría a un hombre como él.
—Mucha gente lo haría —repliqué.
Y era cierto. Celeste se había fijado en él, Kriss había dicho que era divertido, e incluso aquella tal Delilah se había prendado de Aspen. Y eso por no hablar de todas las chicas que le iban detrás antes de llegar al palacio. Aquello ya no me preocupaba demasiado, aunque se tratara de una persona tan cercana a mí como Anne.
Era uno de los motivos por los que estaba tan segura de que mis sentimientos hacia Aspen habían desaparecido. Si no tenía ningún problema en plantear que otra persona ocupara mi lugar, era porque mis sentimientos habían cambiado.
Aun así, no estaba muy segura de cómo abordar el tema.
Alargué un brazo por encima de la madera pulida y apoyé una mano en la suya.
—Lo intentaré, Anne. Te lo juro.
Ella sonrió, pero se mordió el labio, nerviosa.
—Pero no se lo diga a las otras, por favor.
Le apreté la mano aún más.
—Tú siempre has guardado mis secretos. Y yo siempre guardaré los tuyos.