De la columna «Actividades de Jodie» de The Weekly Gazette de Kileen. 22 de noviembre de 2013:
Cuando Trevor Anderson, millonario (y antiguo profesor de escuela «¡nunca deja de indicarlo!»), monta una fiesta, todos saben que será digna de Texas; el jolgorio de la última semana en el JFK Memorial Park de Jodie no fue la excepción. También fue toda una sorpresa al más puro estilo texano para su encantadora esposa, Sadie, ¡que «cumplió 80 años, toda una joven» a principios de mes!
«Nunca sabré cómo evitó que se enterara la mujer más chismosa del pueblo» dijo la feliz homenajeada, retratada aquí junto con sus cinco hijos, sus once nietos e, incluso, con media docena de sus bisnietos. El orgulloso marido, de cincuenta primaveras, hizo que el clan Anderson viniese desde todas partes del país.
«Fue maravilloso», declaró ella, «y, Dios… qué comilona».
¿Y qué hay del menú? ¿Necesitamos decirlo? ¡Barbacoa en grandes cantidades y pastel de pacanas de postre! Como decimos por aquí: «Eso sí es comer».
La música fue cortesía de la banda Tejano Trio y el baile se prolongó hasta la madrugada. Una persona de la fiesta le comentó a este reportero: «Quizá Sadie esté envejeciendo, pero la mujer baila como si fuese mucho más joven».
¿Y las flores?: rosas amarillas, claro está, ¡para la rosa amarilla más bella del condado de Denholm!
Cuando se le preguntó sobre su brazo, que estaba enyesado, y que muchas personas amables firmaron, la señora Anderson contestó que era una simple fractura y que pronto estaría bien.
«Siempre he sido propensa a los accidentes», nos aseguró la reina del baile, «mis pies tropiezan con todo constantemente».
Cuando se le interrogó sobre cómo agradeció a su esposo una vez que las festividades hubieron terminado, la aún adorable Sadie —erguida y con su metro ochenta y dos— contestó con una risa tímida: «Simplemente le dije cuánto lo amo. Siempre ha sido mi ángel bueno», declaro.
El fotógrafo ha sido cuidadoso al hacer su trabajo, de modo que el rostro de Sadie Dunhill Anderson salga bien capturado; desde ese ángulo, la cicatriz que cruza su rostro apenas es visible. Pero ésa fue decisión del fotógrafo y no de la mujer. Ya es una cicatriz muy vieja, infligida por un hombre que yace en la tumba desde hace muchos años, pero, aun así, ella no intenta esconderla. Su marido dice que le da personalidad a su rostro, y siempre pone énfasis en besarla en esa parte. Eso no está en el artículo —por supuesto que no—, pero al hombre que encontró esta nota durante una de sus frecuentes búsquedas en internet no le hubiese sorprendido.
Para el ojo que ama, hasta las cicatrices de la viruela son bellas.