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Mi intención era simple: acudiría a la hemeroteca (suponiendo que The Weekly Gazette tuviera una) y buscaría por el nombre de Sadie. El sentido común me lo desaconsejaba, pero Erin Tolliver sin querer había removido unos sentimientos que habían empezado a aposentarse, y sabía que no volvería a descansar tranquilo hasta que mirase. Resultó que la hemeroteca era innecesaria. Encontré lo que estaba buscando no en la columna de «Actividades de Jodie» sino en primera plana del ejemplar del día.

JODIE ESCOGE A LA «CIUDADANA DEL SIGLO» PARA LA CELEBRACIÓN DEL CENTENARIO EN JULIO, rezaba el titular. Y la foto de debajo del titular… ya tenía ochenta años, pero hay caras que no se olvidan. El fotógrafo podría haberle sugerido que volviese la cabeza para ocultar su lado izquierdo, pero Sadie miró a la cámara de frente. ¿Y por qué no? Ya era una cicatriz vieja, la herida causada por un hombre que llevaba muchos años en la tumba. Pensé que daba carácter a su cara, pero claro, yo no era imparcial. Para el ojo que ama, hasta las cicatrices de la viruela son bellas.

A finales de junio, cuando acabaron las clases, hice una maleta y puse tumbo a Texas una vez más.