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Podría haberlo conseguido si no hubiera llegado a mi clase de lengua avanzada una estudiante procedente de otro instituto. Fue en abril de 2012; incluso podría haber sido el día 10, en el cuarenta y nueve aniversario del intento de asesinato de Edwin Walker. Se llamaba Erin Tolliver y su familia se había mudado a Westborough desde Kileen, Texas.

Ése era un nombre que conocía bien. Kileen, donde había comprado condones a un farmacéutico de desagradable sonrisa cómplice. «No haga nada que vaya en contra de la ley, hijo», me había aconsejado. Kileen, donde Sadie y yo habíamos compartido muchas noches dulces en los Bungalows Candlewood.

Kileen, que había tenido un periódico llamado The Weekly Gazette.

Durante su segunda semana de clase —para entonces mi nueva estudiante de lengua avanzada se había echado varias amigas nuevas, había fascinado a varios chicos y se estaba adaptando de maravilla—, pregunté a Erin si The Weekly Gazette todavía se publicaba. Se le iluminaron las facciones.

—¿Ha estado en Kileen, señor Epping?

—Estuve hace mucho tiempo —dije, una frase que no hubiese provocado el menor movimiento de aguja en un detector de mentiras.

—Sigue allí. Mi madre decía que solo lo compraba para envolver el pescado.

—¿Todavía saca la columna de «Actividades de Jodie»?

—Lleva una columna de «Actividades» por cada pueblecillo al sur de Dallas —respondió Erin con una leve carcajada—. Apuesto a que podría encontrarlo en la red si tanto le interesa, señor Epping. Todo está en la red.

Tenía toda la razón en eso, y aguanté exactamente una semana. A veces el agujero es demasiado tentador.