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Me dejaron cocer en mi propia y dolorosa salsa durante dos horas más antes de que la puerta de la sala de interrogatorios volviera a abrirse. Entraron dos hombres. El de la cara de sabueso debajo de un sombrero de vaquero blanco se presentó como capitán Will Fritz de la Policía de Dallas. Llevaba un maletín… pero no era el mío, o sea que no pasaba nada.

El otro tipo tenía carrillos macizos, tez de bebedor y pelo corto y oscuro que resplandecía gracias al tónico capilar. Tenía la mirada penetrante, aguda y un poco preocupada. Del bolsillo interior de su americana sacó una cartera con su identificación y la abrió con un gesto de la mano.

—James Hosty, señor Amberson. FBI.

Tienes motivos para estar preocupado, pensé. Tú eras el encargado de controlar a Lee, ¿o no, agente Hosty?

—Nos gustaría hacerle unas preguntas, señor Amberson —dijo Will Fritz.

—Sí —contesté—. Y a mí me gustaría salir de aquí. A la gente que salva al presidente de Estados Unidos por lo general no se la trata como a un delincuente.

—Bueno, bueno —dijo el agente Hosty—. Le hemos mandado un médico, ¿o no? Y no cualquier médico; su médico.

—Hagan sus preguntas —accedí.

Y me preparé para bailar.