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Intenté acostarme en el dormitorio principal, pero allí los fantasmas de Lee y Marina armaban demasiado jaleo. Poco antes de medianoche, me trasladé al dormitorio pequeño. Las niñas de tempera de Rosette Templeton seguían en las paredes, y por algún motivo me parecieron reconfortantes sus pichis idénticos (el Verde Bosque debía de ser el lápiz de cera favorito de Rosette) y sus zapatones negros. Pensé que esas niñas harían sonreír a Sadie, sobre todo la que llevaba la corona de Miss América.

—Te quiero, cariño —dije, y me quedé dormido.