Conduje despacio y con cuidado, pero la rodilla me dolía como un demonio cuando entré en el First Corn Bank y enseñé la llave de mi caja de seguridad.
Mi banquero salió de su despacho para saludarme, y su nombre me vino a la cabeza en el acto: Richard Link. Abrió los ojos con cara de preocupación cuando le salí al paso renqueando.
—¿Qué le ha pasado, señor Amberson?
—Un accidente de coche. —Esperaba que hubiera pasado por alto o hubiese olvidado el breve que apareció en la sección de sucesos del Morning News. Yo no lo había leído, pero salió: El señor George Amberson de Jodie, víctima de paliza y atraco, hallado inconsciente y llevado al hospital Parkland—. Me estoy recuperando bien.
—Me alegra oír eso.
Las cajas de seguridad estaban en el sótano. Bajé la escalera a la pata coja. Usamos nuestras llaves y Link llevó mi caja a uno de los cubículos. La dejó en una mesita minúscula, con el tamaño justo para la caja, y señaló el botón de la pared.
—Llame a Melvin cuando haya terminado. Él le ayudará.
Le di las gracias y, cuando se fue, cerré la cortina del cubículo. Habíamos abierto las cerraduras de la caja, pero la tapa seguía cerrada. La contemplé con el corazón en un puño. Dentro estaba el futuro de John Kennedy.
La abrí. Encima de todo había un fajo de billetes y varios objetos sueltos de mi piso de Neely Street, entre ellos mi talonario del First Corn. Debajo había un manuscrito sujeto por dos gomas. En la primera página ponía el lugar del crimen. No aparecía el nombre del autor, pero era mío. Debajo había un cuaderno azul: La Palabra de Al. Lo sostuve en mis manos, abrumado por la terrible certeza de que, cuando lo abriera, todas las páginas estarían en blanco. Míster Tarjeta Amarilla las habría borrado.
Por favor, no.
Abrí la cubierta. En la primera página, una fotografía me devolvió la mirada. Una cara estrecha y no muy atractiva. Labios curvados en una sonrisa que conocía bien: ¿no la había visto con mis propios ojos? Era la clase de sonrisa que dice: Sé lo que pasa y tú no, pobre iluso.
Lee Harvey Oswald. El despreciable delgaducho que iba a cambiar el mundo.