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18/11/63 (lunes)

Las enfermeras del EVAD, una vieja e imponente y la otra joven y guapa, llegaron a las nueve de la mañana en punto. Se pusieron manos a la obra. Cuando la mayor consideró que ya había puesto bastantes muecas y había gemido lo suficiente, me pasó un sobre de papel con dos pastillas dentro.

—Dolor.

—En realidad no creo…

—Tómeselas —dijo; una mujer de pocas palabras—. Gratis. Me las eché a la boca, las guardé en el carrillo, tragué agua y luego me disculpé para ir al baño. Allí las escupí.

Cuando volví a la cocina, la enfermera mayor dijo:

—Buen progreso. No se exceda.

—De ninguna manera.

—¿Los pillaron?

—¿Cómo dice?

—A los cabrones que le pegaron.

—Uh… todavía no.

—¿Haciendo algo que no debía?

Le dediqué una sonrisa de oreja a oreja, la que Christy decía que me hacía parecer un presentador de concursos que iba hasta arriba de crack.

—No me acuerdo.