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El teléfono sonó poco antes de las nueve y media. Sadie había llegado bien a casa.

—Supongo que no has recordado nada. Soy una pesada, ya lo sé.

—Nada. Y estás muy lejos de ser una pesada. —También iba a estar muy lejos de Oswald Conejo, si de mí dependía. Por no hablar de su mujer, cuyo nombre podía o no ser Mary, y su hija pequeña, de la que estaba seguro que se llamaba April.

—Me tomaste el pelo con lo de que habría un negro en la Casa Blanca, ¿verdad?

Sonreí.

—Espera un poco y lo verás por ti misma.