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Sadie entró en la cocina mientras yo estaba metiendo cosas en la nevera.

—Has estado fuera mucho tiempo. Empezaba a preocuparme.

—Me he enredado hablando. Ya sabes cómo es Jodie. Siempre hay alguien con quien charlar un ratillo.

Sonrió. El gesto empezaba a salirle cada vez con más facilidad.

—Eres un buen chico.

Le di las gracias y le dije que ella era una buena chica. Me pregunté si Caltrop hablaría con Fred Miller, el otro miembro del consejo escolar que se consideraba un guardián de la moralidad del pueblo. No lo creía. No era solo que supiera lo de su desliz de juventud; me había propuesto asustarla. Con De Mohrenschildt había funcionado, y con ella también. Asustar a la gente es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo.

Sadie cruzó la cocina y me envolvió con un brazo.

—¿Qué te parecería un fin de semana en los Bungalows Candlewood antes de que empiece el curso? Como en los viejos tiempos… Supongo que es mucho descaro por parte de Sadie, ¿no?

—Bueno, eso depende. —La estreché en mis brazos—. ¿Estamos hablando de un fin de semana guarrillo?

Se ruborizó, salvo por la zona que rodeaba la cicatriz, que se mantuvo blanca y reluciente.

—Guarrísimo, señor mío.

—Entonces, cuanto antes mejor.