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Me dieron permiso para sacar a Sadie del hospital la mañana del 7 de agosto. Durante el trayecto de vuelta a Jodie estuvo callada. Yo notaba que seguía sintiendo bastante dolor, pero la mayor parte del camino tuvo una mano amigable sobre mi muslo. Cuando salimos de la Autopista 77 a la altura del gran cartel de los Leones de Denholm, dijo:

—Vuelvo al instituto en septiembre.

—¿Seguro?

—Sí. Si pude plantarme delante del pueblo entero en la Alquería, supongo que me las apañaré con unos cuantos chavales en la biblioteca del instituto. Además, tengo la sensación de que necesitaremos el dinero. A menos que dispongas de una fuente de ingresos que desconozco, tienes que estar casi arruinado. Gracias a mí.

—A finales de mes tendría que entrarme algo de dinero.

—¿El combate?

Asentí.

—Bien. Y en cualquier caso solo tendré que escuchar los susurros y las risillas durante una temporada corta. Porque, cuando te vayas, me iré contigo. —Hizo una pausa—. Si eso sigue siendo lo que quieres.

—Sadie, eso es todo lo que quiero.

Enfilamos la calle principal. Jem Needham terminaba en ese momento la ronda con su camioneta de la leche. Bill Gavery colocaba hogazas de pan recién hecho bajo una tela delante de la panadería. Dentro de un coche con el que nos cruzamos, Jan y Dean cantaban que en la Ciudad del Surf había dos chicas para cada chico.

—¿Me gustará, Jake? Tu tierra, digo.

—Eso espero, cariño.

—¿Es muy diferente?

Sonreí.

—La gente paga más por la gasolina y tiene que pulsar más botones. Por lo demás, viene a ser lo mismo.