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La mañana del 5 de agosto me quedé con Sadie hasta que la subieron a una camilla y se la llevaron al quirófano. Allí la esperaba el doctor Ellerton, acompañado de médicos suficientes para formar un equipo de baloncesto. A Sadie le brillaban los ojos por la anestesia.

—Deséame suerte.

Me incliné y la besé.

—Toda la suerte del mundo.

Pasaron tres horas antes de que la llevaran de vuelta a la habitación —la misma, con el mismo cuadro en la pared y el mismo retrete canijo—, dormida como un tronco y roncando, con el lado izquierdo de la cara cubierto por un vendaje nuevo. La llevaba Rhonda McGinley, la enfermera de los hombros de jugador de fútbol americano. Me dejó quedarme con ella hasta que recuperó un poco la conciencia, lo que suponía una gran infracción de las normas. Los horarios de visitas son más estrictos en la Tierra de Antaño. A menos que le hayas caído en gracia a la enfermera jefe, se entiende.

—¿Cómo estás? —pregunté mientras le asía la mano.

—Me duele. Y tengo sueño.

—Pues duérmete, cariño.

—A lo mejor la próxima vez… —Sus palabras se difuminaron en un aterciopelado siseo. Se le cerraron los ojos, pero les obligó a abrirse con un esfuerzo— irá mejor. En tu tierra.

Luego se quedó dormida, y me dejó algo en lo que pensar.

Cuando volví al mostrador de las enfermeras, Rhonda me dijo que el doctor Ellerton me esperaba abajo, en la cafetería.

—La tendremos ingresada esta noche y es probable que también mañana —explicó—. Lo último que queremos es que desarrolle cualquier clase de infección. —(Más tarde recordaría eso, por supuesto; uno de esos detalles que resulta divertido, pero no mucho).

—¿Cómo ha ido?

—Todo lo bien que cabía esperar, pero los daños que causó Clayton fueron muy graves. Dependiendo de la recuperación, programaré la segunda tanda para noviembre o diciembre. —Encendió un cigarrillo, exhaló humo y añadió—: Éste es un equipo quirúrgico magnífico, y haremos todo lo que podamos… pero hay límites.

—Sí. Lo sé. —Estaba bastante seguro de saber otra cosa, además: no habría más operaciones. Por lo menos allí. La siguiente ocasión en que Sadie se las viera con el bisturí, no sería un bisturí, sino un láser.

En mi tierra.