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Había una persona en Jodie que tal vez sabría cómo podía sacar partido a la última entrada en las apuestas de Al. Se trataba de Freddy Quinlan, el agente inmobiliario. Cada semana organizaba en su casa una timba de póquer de a cuarto de dólar la apuesta, y yo había asistido un par de veces. Durante varias de esas partidas fanfarroneó sobre sus hazañas en materia de apuestas en dos ámbitos: el fútbol americano profesional y el Torneo Estatal de Baloncesto de Texas. Me recibió en su despacho solo porque, según dijo, hacía demasiado calor para jugar al golf.

—¿De qué estamos hablando, George? ¿Una apuesta mediana o tiramos la casa por la ventana?

—Estaba pensando en quinientos dólares.

Silbó y después se recostó en su silla y entrelazó las manos sobre su incipiente barriga. Solo eran las nueve de la mañana, pero el aire acondicionado estaba a tope. Las pilas de folletos de promociones inmobiliarias ondeaban bajo su gélida corriente.

—Eso es mucha pasta. ¿Puedo apuntarme a una buena jugada?

Como me estaba haciendo el favor —por lo menos eso esperaba— se lo conté. Alzó tanto las cejas que corrieron el peligro de juntarse con su pelo a pesar de las entradas.

—¡Madre mía! ¿Por qué no tiras el dinero por la alcantarilla y listos?

—Tengo un presentimiento, nada más.

—George, hazme caso, sé lo que digo. El combate Case-Tiger no es un encuentro deportivo, sino un globo sonda para ese nuevo invento de la televisión de circuito cerrado. Tal vez haya un par de peleas decentes entre los segundones, pero el combate principal es un chiste. Tiger tendrá instrucciones de aguantar al pobre abuelo durante siete u ocho asaltos y luego ya podrá mandarlo a dormir. A menos…

Se inclinó hacia delante. Su silla emitió un desagradable ruido sordo desde algún lugar de la parte de abajo.

—A menos que sepas algo. —Volvió a recostarse y apretó los labios—. Pero ¿cómo ibas a saberlo? Vives en Jodie, por los clavos de Cristo. Pero si lo supieras, se lo contarías a un colega, ¿verdad?

—No sé nada —dije, mintiéndole a la cara (y con mucho gusto)—. Es solo un presentimiento, pero la última vez que tuve uno tan fuerte aposté a que los Piratas vencían a los Yankees en la Serie Mundial, y me gané un pastón.

—Muy bonito, pero ya sabes lo que dicen: hasta un reloj parado da bien la hora dos veces al día.

—¿Me puedes ayudar o no, Freddy?

Me dedicó una sonrisa reconfortante que decía que el tonto y su dinero bien pronto se dirían adiós.

—Hay un tipo en Dallas que estaría encantado de aceptar una apuesta de ese calibre. Se llama Akiva Roth. Lo encontrarás en la Financiera Faith de Greenville Avenue. Heredó el negocio de su padre hará unos cinco o seis años. —Bajó la voz—. Se dice que está en tratos con la mafia. —Bajó la voz más aun—. Carlos Marcello.

Eso era exactamente lo que me temía, porque eso mismo se había dicho de Eduardo Gutiérrez. Volví a pensar en el Lincoln con matrícula de Florida aparcado delante de la casa de apuestas.

—No estoy seguro de querer que me vean entrar en un sitio como ése. Es posible que quiera volver a enseñar, y al menos dos miembros del consejo escolar ya me tienen atravesado.

—Podrías probar con Frank Frati, en Fort Worth. Tiene una casa de empeños. —La silla volvió a hacer ese ruido cuando se inclinó hacia delante para verme mejor la cara—. ¿He dicho algo malo? ¿O es que te has tragado una mosca?

—No, nada. Es solo que conocí a un Frati una vez. Que también tenía una casa de empeños y llevaba apuestas.

—Probablemente procedan del mismo clan de prestamistas de Rumania. En cualquier caso, él podría absorber esos quinientos, sobre todo para una apuesta de primo como es ésta. Pero no te dará los beneficios que mereces. Claro que de Roth tampoco los conseguirías, pero se estiraría algo más que Frank Frati.

—Pero con Frank me libro de la relación con la mafia, ¿verdad?

—Supongo, pero ¿quién puede estar seguro? Los corredores de apuestas, hasta los que trabajan a tiempo parcial, no son conocidos por sus contactos comerciales de altos vuelos.

—Probablemente debería aceptar tu consejo y quedarme con mi dinero.

Quinlan parecía horrorizado.

—No, no, no, no lo hagas. Apuesta a que los Osos ganan la NFC. Así te forrarás. Prácticamente te lo garantizo.