Sadie comió mejor de lo que había comido desde la noche en que Clayton se coló en su casa, y yo no me quedé muy a la zaga. Juntos dimos buena cuenta de media docena de huevos, con sus tostadas y su beicon. Cuando los platos estuvieron en el fregadero y ella se fumaba un cigarrillo con su segunda taza de café, le dije que quería pedirle una cosa.
—Si es que vaya al espectáculo esta noche, no creo que pueda pasar por eso dos veces.
—Es otra cosa. Pero ya que lo mencionas, ¿qué te dijo Ellie exactamente?
—Que ya iba siendo hora de que dejara de compadecerme de mí misma y volviera al desfile.
—No se anduvo con rodeos.
Sadie se acarició el pelo contra el lado herido de la cara, ese gesto automático.
—La señorita Ellie no es famosa por su delicadeza y su tacto. ¿Si fue un golpe que entrara aquí hecha una fiera para decirme que ya iba siendo hora de que dejara de holgazanear? Lo fue. ¿Tenía razón ella? La tenía. —Dejó de acariciarse el pelo y se lo retiró de repente con el canto de la mano—. Éste es el aspecto que voy a tener a partir de ahora, con algunas mejoras, o sea que más vale que me vaya acostumbrando. Sadie va a descubrir si es cierto el viejo dicho de que la belleza es solo superficial.
—De eso quería hablarte.
—Vale. —Expulsó el humo por la nariz.
—Supon que pudiera llevarte a un sitio donde los médicos serían capaces de arreglar los daños de tu cara… no a la perfección pero mucho mejor de lo que jamás podrían el doctor Ellerton y su equipo. ¿Irías? ¿Aunque supieras que nunca podríamos volver aquí?
Arrugó el entrecejo.
—¿Estamos hablando hipotéticamente?
—En realidad, no.
Aplastó su colilla con lentitud y parsimonia, reflexionando.
—¿Esto es como lo de la señorita Mimi cuando fue a México buscando tratamientos experimentales para el cáncer? Porque no creo…
—Hablo de Estados Unidos, cariño.
—Bueno, si es en Estados Unidos, no entiendo por qué no podríamos…
—Ahí va el resto: puede que yo tenga que ir. Con o sin ti.
—¿Y no volver nunca? —Parecía alarmada.
—Nunca. Ninguno de los dos podríamos volver, por motivos que son difíciles de explicar. Imagino que creerás que estoy loco.
—Sé que no. —Había inquietud en sus ojos, pero habló sin vacilar.
—Tal vez deba hacer algo que me dejará en muy mal lugar ante las fuerzas del orden. No es algo malo, pero nadie lo creería nunca.
—Eso es… Jake, ¿esto tiene algo que ver con lo que me contaste de Adlai Stevenson? ¿Lo que dijo sobre que se helaría el infierno?
—En cierto modo. La cuestión es que, aunque pueda hacer lo que tengo que hacer sin que me pillen, y creo que puedo, eso no cambia tu situación. Seguirás teniendo cicatrices en la cara en mayor o menor grado. En ese sitio al que puedo llevarte, hay recursos médicos con los que Ellerton solo podría soñar.
—Pero no podríamos regresar jamás. —No hablaba conmigo, intentaba aclararse.
—No. —Entre otras cosas, si volvíamos al 9 de septiembre de 1958, la versión original de Sadie Dunhill ya existiría. Ése era un rompecabezas que no quería ni siquiera plantearme.
Sadie se levantó y fue a la ventana. Estuvo allí de espaldas a mí durante mucho rato. Esperé.
—¿Jake?
—Sí, cariño.
—¿Puedes predecir el futuro? Puedes, ¿verdad?
No dije nada.
Con un hilo de voz, me preguntó:
—¿Vienes del futuro?
No dije nada.
Se volvió hacia mí. Tenía la cara muy pálida.
—Jake, responde.
—Sí. —Fue como quitarme una piedra de treinta y cinco kilos de encima del pecho. Al mismo tiempo estaba aterrorizado. Por los dos, pero sobre todo por ella.
—¿De… de cuándo?
—Cariño, ¿estás segura de…?
—Sí. ¿De cuándo?
—De dentro de casi cuarenta y ocho años.
—¿Yo estoy… muerta?
—No lo sé. No quiero saberlo. Esto es ahora. Y esto somos nosotros.
Sadie reflexionó. La piel que rodeaba las marcas rojas de sus heridas se había puesto muy blanca y me daban ganas de acercarme y reconfortarla, pero tenía miedo de moverme. ¿Y si gritaba y se iba corriendo?
—¿Por qué has venido?
—Para impedir que un hombre haga algo. Lo mataré si hace falta. Eso, si puedo asegurarme sin sombra de duda de que merece morir. Hasta la fecha no he podido.
—¿Qué es ese algo?
—Dentro de cuatro meses, estoy bastante seguro de que matará al presidente. Va a matar a John Ken…
Vi que sus rodillas empezaban a ceder, pero logró aguantar de pie justo lo suficiente para permitirme que la atrapara antes de caer.