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Fue un junio extraño. Por un lado, me encantó ensayar con la compañía que había representado el Jamboree original. Fue un déjà vu de los buenos. Por otro lado, me descubría preguntándome, cada vez con mayor frecuencia, si alguna vez había tenido la intención de eliminar a Lee Harvey Oswald de la ecuación de la historia. No podía creer que me faltaran agallas para ello, porque ya había matado a un hombre malo, y a sangre fría, pero era un hecho innegable que había tenido a Oswald a tiro y lo había dejado escapar. Me decía que era por el principio de incertidumbre, y no a causa de su familia, pero no paraba de aparecérseme Marina sonriendo y extendiendo las manos por encima de su barriga. No paraba de preguntarme si no podría haber sido un chivo expiatorio, a fin de cuentas. Me recordaba que volvería en octubre. Y luego, por supuesto, me preguntaba en qué cambiaría eso las cosas. Su mujer seguiría embarazada y la ventana de la incertidumbre seguiría abierta.

Entretanto, estaban la lenta recuperación de Sadie que había que supervisar, las facturas que había que pagar, los formularios del seguro que había que rellenar (una burocracia ni un ápice menos irritante en 1963 que en 2011) y esos ensayos. El doctor Ellerton solo pudo asistir a uno de ellos, pero aprendió rápido y caracoleó su mitad de Bertha la Poni Bailarina con un brío encantador. Después del ensayo, me dijo que quería que otro cirujano, un especialista facial del Hospital General de Massachusetts, se uniese a su equipo. Le dije —con el alma en los pies— que otro cirujano me parecía una gran idea.

—¿Se lo pueden permitir? —preguntó—. Mark Anderson no es barato.

—Nos las apañaremos —respondí.

Invité a Sadie a los ensayos cuando se acercaban las fechas del estreno. Se negó sin rabia pero con firmeza, a pesar de su promesa anterior de que acudiría por lo menos a un ensayo general. Rara vez salía de la casa y, cuando lo hacía, era solo para pasear por el jardín de atrás. No había ido al instituto —ni al pueblo— desde la noche en que John Clayton le cortó la cara y luego se rajó la garganta.