9

No estaba muy sensible. Yo hubiese preferido eso. Si existe algo que pueda calificarse de serena depresión, allí estaba su cabeza esa tarde de Pascua. La encontré sentada en su silla, al menos eso, con un plato intacto de chop suey delante. Había perdido peso; su largo cuerpo parecía flotar en la bata blanca de hospital que se ajustó al verme.

Sonrió, pese a todo —con el lado de su cara que aún podía—, y me ofreció su mejilla buena para que la besara.

—Hola, George; vale más que te llame así, ¿no crees?

—Puede que sí. ¿Cómo estás, cariño?

—Dicen que estoy mejor, pero siento la cara como si me la hubieran empapado en queroseno y le hubiesen pegado fuego. Es porque me están quitando la medicación contra el dolor. No sea que me enganche a la droga.

—Si necesitas más, puedo hablar con alguien.

Sacudió la cabeza.

—Me deja atontada, y necesito pensar. Además, hace que me cueste controlar mis emociones. Ayer monté un escándalo con mis padres.

Solo había una silla —a menos que contaras como tal el inodoro bajo de la esquina— de modo que me senté en la cama.

—La enfermera jefe me ha puesto al día. Por lo que ella oyó, tenías todo el derecho del mundo a ponerte hecha una furia.

—Puede, pero ¿de qué sirve? Mamá no cambiará nunca. Puede hablar durante horas sobre que darme a luz casi la mata, pero tiene muy pocos sentimientos hacia nadie más. Es falta de tacto, pero también es falta de algo más. Hay una palabra, pero no la recuerdo.

—¿Empatia?

—Sí. Eso es. Y tiene la lengua muy larga. Con el paso de los años, mi padre se ha convertido en un pelele. Ya casi nunca dice nada.

—No tienes por qué volver a verlos.

—Yo creo que sí. —Su voz tranquila y desapegada me gustaba cada vez menos—. Mamá dice que me arreglará mi antigua habitación, y la verdad es que no tengo ningún otro sitio adonde ir.

—Tu casa está en Jodie. Y tu trabajo.

—Me parece que ya hablamos de eso. Voy a presentar mi dimisión.

—No, Sadie, no. Es muy mala idea.

Sonrió lo mejor que pudo.

—Hablas como la señorita Ellie. Que no te creyó cuando dijiste que Johnny era un peligro. —Pensó en eso y añadió—: Claro que yo tampoco te creí. Nunca dejé de ser una boba con él, ¿verdad?

—Tienes una casa.

—Eso es verdad. Y unas letras de hipoteca que no puedo pagar. Tendré que renunciar a ella.

—Yo me ocuparé de los pagos. Eso le llegó. Parecía asombrada.

—¡No puedes permitírtelo!

—En realidad, sí puedo. —Lo cual era cierto… durante un tiempo por lo menos. Y siempre me quedaba el Derbi de Kentucky y Chateaugay—. Me voy a mudar a casa de Deke desde Dallas. No me cobrará alquiler, así que quedará un buen pellizco para los pagos de la casa.

Una lágrima asomó a la comisura de su ojo derecho y tembló allí.

—No acabas de entenderlo. No puedo cuidar de mí misma, todavía no. Y no iré de «recogida» a ninguna parte si no es a mi casa, donde mi madre contratará a una enfermera para que ayude con los detalles desagradables. Me queda un poco de orgullo. No mucho, pero un poco sí.

—Yo cuidaré de ti.

Me miró con los ojos como platos.

—¿Qué?

—Ya me has oído. Y por lo que a mí respecta, Sadie, puedes meterte el orgullo por donde te quepa. Resulta que te quiero. Y, si tú me quieres, dejarás de decir gilipolleces sobre irte a casa de ese cocodrilo que tienes por madre.

Eso logró arrancarle una tenue sonrisa, y luego se quedó quieta, pensando, con las manos en el regazo de su fina bata.

—Viniste a Texas para algo, y no fue para hacer de niñera de una bibliotecaria de instituto que fue demasiado tonta para saber que estaba en peligro.

—Mi asunto en Dallas tendrá que esperar.

—¿Puede?

—Sí. —Y así de sencillo, quedó decidido. Lee se iba a Nueva Orleans y yo volvía a Jodie—. Necesitas tiempo, Sadie, y yo lo tengo. Ya que estamos, podemos pasarlo juntos.

—No puedes querer estar conmigo. —Lo dijo con una voz que apenas superaba el susurro—. No puede ser, no tal y como he quedado.

—Pues sí que quiero.

Me miró con ojos que temían esperar y pese a todo esperaban.

—¿Cómo es posible?

—Porque eres lo mejor que me ha pasado nunca.

El lado bueno de su boca empezó a temblar. La lágrima se derramó sobre su mejilla y fue seguida por otras.

—Si no tuviera que volver a Savannah…, si no tuviera que vivir con ellos…, con ella…, a lo mejor entonces podría estar, no sé, solo un poquito bien.

La estreché en mis brazos.

—Vas a estar mucho mejor que eso.

—¿Jake? —Las lágrimas ahogaban su voz—. ¿Me harás un favor antes de irte?

—¿Qué, cariño?

—Llévate ese puñetero chop suey. El olor me está poniendo mala.