La calle de detrás de la casa de Doris Dunning había sido Wyemore Lane. La de detrás de Sadie era Apple Blossom Way. El 202 de Wyemore había estado en venta. El 140 de Apple Blossom Way no tenía cartel de SE VENDE en el jardín, pero estaba a oscuras y la hierba parecía descuidada, salpicada de dientes de león. Aparqué delante y miré mi reloj. Las seis cincuenta.
Dos minutos más tarde, la ranchera de Deke aparcó detrás de mi Chevy. Llevaba vaqueros, camisa a cuadros y corbata de cordón. En las manos sostenía una cacerola con una flor dibujada en el costado. Llevaba tapa de cristal, y parecía contener dos o tres kilos de chop suey.
—Deke, no sé cómo agradece…
—No merezco ningún agradecimiento, sino una patada rápida en el culo. El día en que lo vi salía de Western Auto justo cuando yo entraba en la tienda. Tenía que ser Clayton. Hacía viento; una ráfaga de aire le echó el pelo hacia atrás y vi por un segundo esas sienes hundidas que tiene. Pero el pelo… largo y de distinto color… e iba vestido con ropa de vaquero…, cojones. —Sacudió la cabeza—. Me hago viejo. Si Sadie está herida, no me lo perdonaré nunca.
—¿Te encuentras bien? ¿No notas punzadas en el pecho ni nada parecido?
Me miró como si me hubiera vuelto loco.
—¿Nos vamos a quedar aquí charlando de mi salud, o vamos a intentar sacar a Sadie del problema en el que está metida?
—Vamos a hacer algo más que intentarlo. Rodea la manzana hacia su casa. Mientras lo haces, yo atajaré por este patio de atrás y luego atravesaré el seto para colarme en el patio de Sadie. —Estaba pensando en la casa de los Dunning en Kossuth Street, por supuesto, pero al mismo tiempo que lo decía recordé que, en efecto, había un seto al fondo del minúsculo patio trasero de Sadie. Lo había visto muchas veces—. Tú llama a la puerta y di algo alegre. Lo bastante alto para que yo lo oiga. Para entonces estaré en la cocina.
—¿Y si la puerta de atrás está cerrada?
—Sadie guarda una llave debajo del escalón.
—Vale. —Deke pensó un momento, con el ceño fruncido, y luego alzó la cabeza—. Diré: «Avon llama a su puerta, entrega especial de estofado». Y levantaré la fuente para que me vea por la ventana del salón si mira. ¿Eso valdrá?
—Sí. Lo único que quiero es que lo distraigas unos segundos.
—No dispares si hay alguna posibilidad de que puedas dar a Sadie. Tumba a ese cabrón. Te bastarás. El tipo al que vi estaba delgado como un alambre.
Nos miramos con expresión torva. Un plan como ese funcionaría en una serie estilo La ley del revólver o Maverick, pero aquello era la vida real. Y en la vida real los buenos —y las buenas— a veces mueren.