—¿Qué le has hecho? —grité—. ¿Qué has hecho, cabrón?
—Silencio, señor Amberson. —Por su voz parecía que se lo estaba pasando bien. Sadie ya no chillaba, pero la oía sollozar—. Está bien. Sangra bastante, pero ya se le pasará. —Hizo una pausa y luego habló en un tono de cavilosa reflexión—. Claro que ya nunca más será guapa. Ahora parece lo que es, una puta barata de cuatro dólares. Mi madre dijo que lo era, y tenía razón.
—Déjala, Clayton —dije—. Por favor.
—Quiero dejarla. Ahora que la he marcado, es lo que quiero. Pero pasa una cosa que ya le he explicado a ella, señor Amberson. Voy a matar a uno de los dos. Por culpa de ella perdí mi trabajo, ¿sabe?; tuve que dejarlo e ingresar en un hospital para someterme a tratamiento, si no me habrían arrestado. —Hizo una pausa—. Empujé a una chica por las escaleras. Intentó tocarme. Todo culpa de esta sucia ramera, esta que está aquí sangrando en su regazo. También me ha manchado de sangre las manos. Necesitaré desinfectante. —Y se rio.
—Clayton…
—Le doy tres horas y media. Hasta las siete y media. Después le meteré dos balazos. Uno en la barriga y otro en su asqueroso coño.
De fondo, oí que Sadie gritaba:
—¡No lo hagas, Jacob!
—¡CALLA!—le gritó Clayton—. ¡CÁLLATE!—Después, a mí, con un escalofriante tono desenfadado—: ¿Quién es Jacob?
—Yo —respondí—. Es mi segundo nombre.
—¿Te llama así en la cama cuando te chupa la polla, pichabrava?
—Clayton —dije—. Johnny. Piensa en lo que estás haciendo.
—Llevo pensándolo más de un año. Pensando y soñando con ello. En el hospital me administraron tratamientos de electroshock, no sé si lo sabes. Dijeron que acabarían con los sueños, pero no fue así. Los empeoraron.
—¿El corte es grave? Déjame hablar con ella.
—No.
—Si me dejas hablar con ella, a lo mejor hago lo que me pides. Si no, de ninguna manera. ¿Tus tratamientos de electroshock te han dejado demasiado alelado para entender eso?
Al parecer, no. Oí unos roces y luego se puso Sadie. Hablaba con un hilo de voz temblorosa.
—Es profundo, pero no me matará. —Bajó la voz—. No me ha dado en el ojo por…
Entonces volvió a ponerse Clayton.
—¿Lo ves? Tu zorrita está bien. Y ahora sube corriendo a tu Chevrolet trucado y vente para acá todo lo rápido que den tus ruedas, si te parece. Pero escucha con atención, señor George Jacob Amberson Pichabrava: si llamas a la policía, si veo una sola luz roja o azul, mataré a esta zorra y después me suicidaré. ¿Lo crees?
—Sí.
—Bien. Voy viendo una ecuación en la que los valores se equilibran: el pichabrava y la puta. Yo estoy en medio. Soy el igual, Amberson, pero tú decides. ¿Qué valores se cancelan? De ti depende.
—¡No! —gritó Sadie—. ¡No le hagas caso! Si vienes nos matará a los d…
El teléfono chasqueó en mi oído.