Después, se encendió un cigarrillo. Yo me quedé tumbado observando el humo que ascendía y azuleaba cuando se colaba algún rayo de luna entre las cortinas entreabiertas. Nunca dejaría así las cortinas en Neely, pensé. En Neely Street, en mi otra vida, siempre estoy solo pero aun así voy con cuidado de cerrarlas del todo. Menos cuando me asomo, claro. Cuando curioseo.
En ese preciso instante no me gustaba mucho a mí mismo.
—¿George?
Suspiré.
—Ése no es mi nombre.
—Lo sé.
La miré. Ella inhaló a fondo, disfrutando de su pitillo sin remordimientos, como hace la gente en la Tierra de Antaño.
—No tengo información privilegiada, si es lo que estás pensando; pero es de cajón. El resto de tu pasado es inventado, al fin y al cabo. Y me alegro. George no me gusta mucho. Es un poco… ¿cómo es esa palabra que usas a veces? Un poco cutre.
—¿Qué te parece Jake?
—¿De Jacob?
—Sí.
—Me gusta. —Se volvió hacia mí—. En la Biblia, Jacob luchó con un ángel. Y tú también estás luchando. ¿O no?
—Supongo que sí, pero no con un ángel. —Aunque Lee Oswald tampoco era lo que se dice un demonio. Para ese papel me gustaba más George de Mohrenschildt. En la Biblia, Satanás es un tentador que hace su oferta y después se echa a un lado. Yo esperaba que De Mohrenschildt fuera así.
Sadie apagó el cigarrillo. Tenía la voz tranquila pero los ojos oscuros.
—¿Te van a hacer daño?
—No lo sé.
—¿Vas a irte? Porque si tienes que irte, no estoy segura de que pueda soportarlo. Me hubiese muerto antes que reconocerlo cuando estaba allí, pero Reno fue una pesadilla. Perderte para siempre… —Negó despacio con la cabeza—. No, no estoy segura de que pudiera soportarlo.
—Quiero casarme contigo —dije.
—Dios mío —musitó ella—. Justo cuando estoy lista para decir que nunca pasará, Jake alias George dice que ahora mismo.
—Ahora mismo, no, pero si la semana que viene sale como espero… ¿aceptarás?
—Por supuesto. Pero tengo que hacer una preguntilla de nada.
—¿Estoy soltero? ¿Legalmente soltero? ¿Es eso lo que quieres saber?
Sadie asintió.
—Lo estoy —dije.
Emitió un cómico suspiro y sonrió como una niña. Luego se serenó.
—¿Puedo ayudarte? Deja que te ayude.
La idea me provocó un escalofrío, y ella debió de notarlo. Su labio inferior se coló dentro de su boca. Lo mordió con los dientes.
—Tan malo es, ¿eh?
—Pongámoslo así: ahora mismo estoy cerca de una gran máquina llena de dientes afilados que funciona a toda velocidad. No consentiré que estés cerca de mí mientras la toqueteo.
—¿Cuándo es? —preguntó—. Tu… no sé… ¿tu cita con el destino?
—Aún está por ver. —Tenía la sensación de que ya había hablado demasiado pero, ya que había llegado tan lejos, decidí ir un poco más allá—. Este miércoles por la noche pasará algo. Algo que tengo que presenciar. Después decidiré.
—¿No puedo ayudarte de ninguna manera?
—No lo creo, cariño.
—Si resulta que puedo…
—Gracias —dije—. Lo agradezco. ¿De verdad te casarás conmigo?
—¿Ahora que sé que te llamas Jake? Pues claro.