Ese año Nochevieja cayó en lunes. Lee, Marina y June fueron a casa de los De Mohrenschildt para recibir el año nuevo. Me quedé solo y sin nada que hacer, pero cuando Sadie llamó y me preguntó si la acompañaría al baile de Nochevieja en la Alquería Bountiful de Jodie, vacilé.
—Sé lo que estás pensando —dijo ella—, pero será mejor que el año pasado. Nosotros lo haremos mejor, George.
De modo que allí estábamos a las ocho en punto, bailando una vez más entre las flácidas redes de globos. La banda de ese año se llamaba The Dominoes. Tenían una sección de viento de cuatro músicos en vez de las guitarras surferas a lo Dick Dale que habían dominado el baile del año anterior, pero ellos también sabían meterle caña. Había los mismos dos cuencos de limonada rosa y ginger ale, uno sin y otro con. Había los mismos fumadores apiñados bajo la escalera de incendios en el aire helado. El mundo había pasado bajo una sombra nuclear en octubre… pero luego la había dejado atrás. Oí varios comentarios que aprobaban cómo Kennedy había hecho retroceder al oso malo ruso.
Alrededor de las nueve, durante un baile lento, Sadie de repente gritó y se separó de mí. Estaba seguro de que había avistado a John Clayton, y me dio un vuelco el corazón. Pero había sido un chillido de pura felicidad, porque los dos recién llegados a los que había visto eran Mike Coslaw —que estaba de lo más apuesto con su abrigo de tweed— y Bobbi Jill Allnut. Sadie corrió hacia ellos… y tropezó con el pie de alguien. Mike la atrapó y la hizo girar sobre sus talones. Bobbi Jill me saludó con un gesto algo tímido.
Estreché la mano de Mike y besé en la mejilla a Bobbi Jill. La cicatriz ya solo era una leve línea rosa.
—El médico dice que para el verano que viene habrá desaparecido del todo —explicó—. Dijo que era su paciente que más rápido curaba. Gracias a usted.
—Tengo un papel en Muerte de un viajante, señor A. —dijo Mike—. Hago de Biff.
—Estás encasillado —repliqué—. Cuidado con las tartas voladoras.
Vi a Mike hablar con el cantante principal de la banda en una de las pausas y supe a la perfección lo que me esperaba. Cuando volvieron al escenario, el cantante dijo:
—Tengo una petición especial. ¿Están George Amberson y Sadie Dunhill entre el público? ¿George y Sadie? Subid aquí, George y Sadie, arriba de vuestras sillas y a mover las cinturillas.
Caminamos hasta el escenario en mitad de una estruendosa ovación. Sadie, ruborizada, se reía como una loca. Sacudió un puño en dirección a Mike, que sonrió. El chico estaba abandonando sus facciones; llegaba el hombre. Tímidamente, pero llegaba. El cantante hizo una cuenta atrás y la sección de viento se arrancó con el compás que todavía oigo en mis sueños.
Bah-dah-dah… bah-dah-da-dee-dum.
Le tendí las manos. Sadie sacudió la cabeza pero empezó a contonear un poco las caderas.
—¡A por él, señorita Sadie! —gritó Bobbi Jill—. ¡Que se note!
El público se sumó al coro.
—¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!
Sadie cedió y me cogió las manos. Bailamos.