George de Mohrenschildt hizo su aparición estelar la tarde del 15 de septiembre, un sábado oscuro y lluvioso. Iba al volante de un Cadillac color café como salido de una canción de Chuck Berry. Lo acompañaba un hombre al que conocía, George Bouhe, y otro al que no, un tipo seco y delgado con una mata de pelo blanco y la espalda tiesa de quien ha pasado mucho tiempo en las fuerzas armadas y sigue contento de haberlo hecho. De Mohrenschildt fue a la parte de atrás del coche y abrió el maletero. Salí disparado a por el micrófono parabólico.
Cuando volví con mi equipo, Bouhe llevaba un parque para niños plegable bajo el brazo, y el tipo de aspecto militar cargaba con una brazada de juguetes. De Mohrenschildt iba con las manos vacías, y subió la escalera por delante de los otros dos con la cabeza alta y el pecho fuera. Era alto y de constitución fuerte. Llevaba el pelo canoso peinado hacia atrás en diagonal desde su ancha frente, de un modo que proclamaba, por lo menos para mí: «Contemplad mis obras, oh poderosos, y desesperad. Pues yo soy GEORGE».
Enchufé la grabadora, me puse los auriculares y apunté la antena con el micrófono acoplado hacia el otro lado de la calle.
No había ni rastro de Marina. Lee estaba sentado en el sofá, leyendo un grueso libro en rústica a la luz de la lámpara del bufete. Cuando oyó pasos en el porche, alzó la vista con la frente arrugada y tiró el libro sobre la mesa baja. «Más expatriados de los cojones», podría haber estado pensando.
No obstante, se levantó a abrir la puerta. Tendió la mano al extraño de cabello plateado plantado en su porche, pero De Mohrenschildt le sorprendió —y a mí también— atrayendo a Lee a sus brazos y estampándole un beso en cada mejilla. Tenía una voz grave y con acento, más alemán que ruso, me pareció.
—¡Deja que eche un vistazo al hombre que ha viajado tan lejos y ha regresado con sus ideales intactos! —Después dio otro abrazo a Lee. La cabeza de Oswald apenas asomaba por encima del hombro del tipo, y vi algo más sorprendente todavía: Lee Harvey Oswald estaba sonriendo.