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Dos días más tarde, entré en Electrónica Satélite y esperé mientras mi anfitrión vendía un transistor del tamaño de un iPod a un chaval que mascaba chicle. Cuando salió por la puerta (colocándose ya el auricular de la radio), Silent Mike se dirigió a mí:

—Vaya, si es mi viejo colega Nadie. ¿En qué puedo ayudarle? —Después, bajando la voz a un susurro conspiratorio—: ¿Más lámparas con micros ocultos?

—Hoy no —respondí—. Dígame, ¿ha oído hablar alguna vez de un dispositivo llamado micrófono omnidireccional?

Los labios se retrajeron sobre los dientes en una sonrisa.

—Amigo mío —dijo—, una vez más ha venido al sitio indicado.