9

Ver a las niñas sin que ellas me vieran me hizo pensar en aquella vieja película de Jimmy Stewart, La ventana indiscreta. Un persona podía ver mucho sin siquiera abandonar su propia sala de estar. Especialmente si contaba con las herramientas adecuadas.

Al día siguiente fui a una tienda de artículos deportivos y compré un par de prismáticos Bausch & Lomb, recordándome que debía ser precavido con los reflejos del sol en las lentes. Dado que el 2703 se encontraba en el lado oriental de Mercedes Street, pensé que cualquier hora después del mediodía sería bastante segura en ese aspecto. Introduje los binoculares por el resquicio entre las cortinas, y cuando regulé la rueda de enfoque, el cutre salón-cocina al otro lado se hizo tan luminoso y detallado que era como si me encontrara allí.

La Lámpara Inclinada de Pisa aún continuaba en el viejo bufete-aparador donde se guardaban los utensilios de cocina, esperando a que alguien la encendiera y activara el micro. Sin embargo, de nada me serviría si no conectaba el diminuto magnetófono japonés, capaz de grabar hasta doce horas a su velocidad más baja. Lo había probado, hablando de verdad a la lámpara de repuesto (lo cual me hizo sentir como un personaje de una comedia de Woody Allen), y aunque la grabación sonaba como arrastrándose, las palabras eran comprensibles. Todo lo cual significaba que estaba en condiciones de entrar en acción.

Si me atrevía.