Y aún no acabó ahí.
Deke y Ellen salieron al centro del escenario, hallando casi milagrosamente un camino entre las vetas, las salpicaduras y los coágulos de crema. Nadie habría osado arrojarles una tarta de crema a ninguno de ellos.
Deke alzó las manos solicitando silencio, y cuando Ellen Dockerty se adelantó, habló con una voz entrenada en las aulas, potente y nítida, que se transmitió con facilidad sobre los murmullos y las risas residuales.
—Damas y caballeros, la función de esta noche de Jodie Jamboree se representará tres veces más.
La noticia provocó otra salva de aplausos.
—Se trata de funciones benéficas —prosiguió Ellen cuando la ovación se extinguió—, y me complace, sí, me siento sumamente complacida de anunciar el beneficiario de la recaudación. El pasado otoño perdimos a uno de nuestros valiosos alumnos y todos nosotros lloramos el fallecimiento de Vincent Knowles, que se produjo muy, muy pronto. Demasiado pronto.
Un silencio sepulcral se apoderó del público.
—Una chica que todos conocéis, una figura destacada de nuestro cuerpo estudiantil, quedó terriblemente marcada por el accidente. El señor Amberson y la señorita Dunhill han realizado las gestiones pertinentes para que Roberta Jillian Allnut sea sometida a una cirugía de reconstrucción facial este mes de junio, en Dallas. No supondrá ningún coste para la familia Allnut; me confirma el señor Sylvester, que se ha encargado de las cuentas del Jodie Jamboree, que los compañeros de clase de Bobbi Jill (y esta ciudad) han garantizado que todos los costos de la cirugía se cubran en su totalidad.
Hubo un momento de silencio mientras procesaban aquella información y entonces todo el mundo se puso en pie de un salto. El aplauso resonó como un trueno de verano. Divisé a Bobbi Jill en las gradas. Lloraba con las manos en el rostro. Sus padres la rodeaban con los brazos.
No se trataba más que de una noche en una ciudad pequeña, uno de aquellos burgos apartados de las carreteras principales por los que nadie se preocupa a excepción de los que viven allí. Y eso está bien, porque ellos sí se preocupan. Miré a Bobbi Jill, sollozando con el rostro enterrado entre las manos. Miré a Sadie. Tenía el pelo embadurnado de crema. Ella sonrió. Yo hice lo propio.
—Te quiero, George —musitó.
Moví mudamente los labios en respuesta. Yo también te quiero.
Aquella noche los quise a todos ellos, me quise a mí mismo por hallarme entre ellos. Jamás me sentí tan vivo ni tan feliz de estar vivo. ¿Cómo podría abandonar todo aquello?
La pelea estalló dos semanas después.