Ellen Dockerty me abordó en febrero y me preguntó dos cosas: primero, si por favor recapacitaría y firmaría un contrato para el curso escolar 62/63, y segundo, si por favor dirigiría otra vez la obra juvenil, pues la del año anterior había sido un bombazo. Me negué a ambas peticiones, no sin una punzada de dolor.
—Si es por tu libro, tendrías todo el verano para trabajar en él —intentó persuadirme.
—No sería suficiente —objeté, aunque a esas alturas El lugar del crimen me importaba una mierda.
—Sadie Dunhill cree que esa novela te trae sin cuidado.
Ésa era una percepción que ella no había compartido conmigo. Me dejó desconcertado, pero intenté no exteriorizarlo.
—Él, Sadie no lo sabe todo.
—La obra de teatro, entonces. Haz la obra, por lo menos. Mientras no haya desnudos, respaldaré cualquiera que elijas. Considerando la composición actual del consejo y el hecho de que yo misma solo tengo un contrato de dos años como directora, es una promesa enorme. Si quieres, puedes dedicársela a Vince Knowles.
—Vince ya tiene una temporada de fútbol dedicada a su memoria, Ellie. Creo que es suficiente.
Se marchó, derrotada.
La segunda petición provino de Mike Coslaw, que iba a graduarse en junio y, según me contó, tenía intención de declararse estudiante de teatro en la universidad.
—Pero me gustaría mucho hacer una obra más aquí. Con usted, señor Amberson, porque me enseñó el camino.
A diferencia de Ellie Dockerty, él aceptó la excusa de mi falsa novela sin cuestionarme, lo que me hizo sentir mal. Terriblemente mal, de hecho. Para un hombre que detestaba mentir —y que había presenciado el derrumbe de su matrimonio a causa de todas las mentiras que escuchó de su esposa «puedo-dejarlo-cuando-quiera»—, no cabía duda de que estaba contando una buena carretada de ellas, como decíamos en mis días de Jodie.
Acompañé a Mike hasta el aparcamiento estudiantil donde tenía estacionada su posesión más preciada (un viejo sedán Buick con guardabarros) y le pregunté cómo sentía el brazo ahora que le habían retirado la escayola. Respondió que bien y aseguró que estaría en condiciones de entrenar para ese mismo verano.
—Aunque si no lo logro —añadió—, tampoco me rompería el corazón. Así a lo mejor podría hacer algo de teatro en la comunidad además de los estudios. Quiero aprenderlo todo, diseño de decorados, iluminación, hasta vestuario. —Rio—. La gente empezará a llamarme marica.
—Concéntrate en el fútbol, saca buenas notas y no añores demasiado tu casa el primer semestre —le rogué—. Por favor. No la cagues.
Puso una voz de Frankenstein zombi.
—Sí…, maestro…
—¿Cómo se encuentra Bobbi Jill?
—Mejor —dijo—. Allí está.
Bobbi Jill esperaba junto al Buick de Mike. Lo saludó con la mano, pero entonces me vio y se dio la vuelta de inmediato, como interesada en el campo de fútbol vacío y en la dehesa más allá. Se trataba de un gesto al que todo el instituto se había acostumbrado ya. La cicatriz del accidente había sanado dejando una gruesa hebra roja. Ella intentaba disimularla con maquillaje, lo cual solo conseguía hacerla más visible.
—Le digo que ya no se ponga más polvos, que así parece un anuncio de la Funeraria de Soame, pero no me escucha —comentó Mike—. También le digo que no salgo con ella por lástima, o para que no se trague más pastillas. Dice que me cree, y a lo mejor es verdad. Cuando tiene un día bueno.
Observé a Mike correr hacia Bobbi Jill, agarrarla por la cintura y girarla en el aire. Lancé un suspiro; me sentía un poco estúpido y muy testarudo. Una parte de mí quería hacer la maldita obra, aunque no sirviera para otra cosa que para llenar el tiempo mientras esperaba a que empezara mi propia función, Lee y Jake en Dallas. Sin embargo, no quería engancharme a la vida de Jodie de ninguna otra manera. Al igual que mi posible futuro a largo plazo con Sadie, mi relación con Jodie necesitaba un compás de espera.
Si todo salía bien, cabía la posibilidad de que acabara llevándome a la chica, el reloj de oro y todo lo demás. Pero no podía contar con ello por muy cuidadosamente que lo planeara. Aunque tuviera éxito, quizá me viera obligado a huir, y si no escapaba, existían muchas posibilidades de que mi buena acción en nombre del mundo fuera recompensada con la cadena perpetua. O la silla eléctrica en Huntsville.