Mi versión revisada de 12 hombres sin piedad se canceló. Su lugar lo ocupó Muerte de un estudiante, una obra en tres actos: el duelo en la funeraria, el servicio en la Iglesia Metodista de Gracia, el servicio junto a la tumba en el cementerio de West Hill. A esta triste función asistió la ciudad entera, o un número tan próximo que no supone ninguna diferencia.
Los padres y la aturdida hermana pequeña de Vince protagonizaron las honras fúnebres sentados en sillas plegables junto al ataúd. Cuando me acerqué a ellos con Sadie a mi lado, la señora Knowles se levantó y me rodeó con los brazos. Me vi casi superado por el olor a perfume White Shoulders y a antitranspirante Yodora.
—Usted cambió su vida —me susurró al oído—. Me lo dijo él. Por primera vez estaba logrando buenas notas, porque quería actuar.
—Señora Knowles, lo siento tanto… —dije. De pronto, un horrible pensamiento me cruzó la mente y la abracé con fuerza, como si con ello pudiera ahuyentarlo: Quizá sea el efecto mariposa. Quizá Vince esté muerto porque yo vine a Jodie.
El ataúd estaba flanqueado por montajes fotográficos de la breve vida de Vince. Delante se erguía un caballete destinado por entero a una imagen suya con la vestimenta que había llevado en De ratones y hombres y aquel viejo sombrero maltrecho de fieltro, por debajo del cual asomaba su rostro malhumorado e inteligente. Vince no había sido precisamente un buen actor, pero esa foto lo capturaba luciendo una sonrisa de sabiondo absolutamente perfecta. Sadie empezó a sollozar y supe por qué. La vida cambia en un instante. A veces gira en nuestra dirección, pero con más frecuencia rueda lejos de nosotros, flirteando y haciendo señas mientras se marcha: Hasta la vista, cariño, fue bonito mientras duró, ¿verdad?
Y Jodie era bonito, un buen sitio para mí. En Derry me sentía como un intruso, pero Jodie se había convertido en mi casa. He aquí lo que conforma un hogar: el aroma de la salvia y el modo en que las colinas se coloreaban de naranja en verano al cubrirse de gallardías. El sabor velado del tabaco en la lengua de Sadie y las tablas de madera tratadas con aceite de mi sala de estar. Ellie Dockerty preocupándose de enviarnos un mensaje en mitad de la noche, quizá para que pudiéramos regresar a la ciudad sin ser descubiertos, probablemente solo para informarnos. La casi asfixiante mezcla de perfume y desodorante cuando la señora Knowles me abrazó. Mike echándome un brazo alrededor —el que no estaba encerrado en una escayola— en el cementerio y luego apretando la cara contra mi hombro hasta recuperar el control de sí mismo. El feo corte rojo en la mejilla de Bobbi Jill también representa el hogar, y el pensar que, a menos que se sometiera a cirugía plástica (un lujo que su familia no podía permitirse), le dejaría una cicatriz que le recordaría el resto de su vida que una vez vio al chico que vivía calle abajo muerto en la cuneta de una carretera, con la cabeza casi arrancada de los hombros. Hogar es el brazalete negro que Sadie llevó, que yo llevé, que el profesorado entero llevó durante la semana siguiente. Y Al Stevens fijando una foto de Vince en el ventanal de su restaurante. Y las lágrimas de Jimmy LaDue al plantarse delante de la escuela entera y dedicar la temporada, que terminaron imbatidos, a Vince Knowles.
Y también otras cosas. La gente saludando con un «¿cómo va eso?» en la calle o agitando la mano desde sus coches; Al Stevens conduciéndonos a la mesa del fondo, a la que ya se refería como «nuestra mesa»; jugar al cribbage los viernes por la tarde en la sala de profesores con Danny Laverty a penique el punto; discutir con la anciana señorita Mayer sobre quién presentaba mejor las noticias, si Chet Huntley y David Brinkley, o Walter Cronkite. Mi calle, mi casa estrecha y alargada, la renacida costumbre de escribir a máquina. Tener una amiga íntima y recibir cupones de regalo con las compras y comer palomitas en el cine con mantequilla auténtica.
Hogar es contemplar la luna elevarse sobre la durmiente tierra baldía y tener a alguien a quien llamar para que se acerque a la ventana y te acompañe. Hogar es donde bailas con otros y el baile es vida.