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La tarde siguiente repetí visita al establecimiento de Silent Mike. El letrero en la puerta estaba girado en la posición de CERRADO y el lugar parecía desierto, pero cuando llamé, mi colega electrónico me dejó entrar.

—Justo a tiempo, señor Nadie, justo a tiempo —saludó—. Veamos qué opina. Por mi parte, creo que me he superado a mí mismo.

Me quedé esperando al lado de la vitrina repleta de transistores mientras él desaparecía en la trastienda. Regresó portando una lámpara en cada mano. Las pantallas estaban roñosas, como si hubieran sido toqueteadas por incontables dedos llenos de mugre. La base de una estaba astillada, de modo que se aguantaba ladeada sobre el mostrador: la Lámpara Inclinada de Pisa. Eran perfectas, y así se lo comenté. Sonrió de oreja a oreja y puso dos gramófonos embalados junto a las lámparas. Añadió una bolsa fruncida con un cordón que contenía varios fragmentos de cable tan fino que parecía casi invisible.

—¿Quiere un breve tutorial?

—Creo que lo tengo dominado —respondí, y deposité cinco billetes de veinte en el mostrador. Me sentí ligeramente conmovido cuando intentó devolverme uno.

—El precio acordado fue de ciento ochenta.

—Los otros veinte son para que olvide que alguna vez he estado aquí.

Lo meditó durante un instante y a continuación situó el pulgar sobre el billete descarriado y lo atrajo hacia el grupo con sus otros amiguitos verdes.

—Ya está olvidado. ¿Por qué no lo considero una propina?

Mientras metía el material en una bolsa de papel marrón, me asaltó una mera curiosidad y le planteé una pregunta.

—¿Kennedy? Yo no voté por él, pero mientras no reciba órdenes del Papa, creo que lo conseguirá. El país necesita sangre joven. Estamos en una nueva era, ¿sabe?

—Si viniera a Dallas, ¿cree que le iría bien?

—Puede, aunque es difícil de asegurar. En conjunto, si yo fuera él, me quedaría al norte de la línea Mason-Dixon.

Sonreí burlonamente.

—¿Donde todo duerme en derredor entre astros que esparcen su luz?

Silent Mike (Holy Mike) dijo:

—No empiece.