De camino a casa, me sorprendí pensando en esos condones. Marca Troyano… y con estrías para proporcionarle placer a ella, según la caja. La dama en cuestión ya no tenía un diafragma (aunque supuse que podría conseguir uno en su próximo viaje a Dallas), y las píldoras anticonceptivas no serían un producto muy extendido hasta dentro de un año o dos. Incluso entonces, si recordaba correctamente mi curso de sociología moderna, los médicos las recetarían con precaución. De modo que por ahora no quedaba otra alternativa que los Troyano. No me los ponía por el placer de ella, sino para no hacerle un bebé. Lo cual resultaba asombroso si uno consideraba que yo no nacería hasta quince años después.
Pensar en el futuro es confuso en todos los sentidos.