Una hora más tarde vi que estaba adormilada. Le di un beso en la frente y otro en la nariz para despertarla.
—Tengo que irme, aunque solo sea para sacar mi coche de tu entrada antes de que tus vecinos empiecen a llamar a sus amigos.
—Supongo que sí. Los Sanford viven al lado, y Lila Sanford es la bibliotecaria estudiante del mes.
Y no me cabía duda de que el padre de Lila pertenecía al consejo escolar, pero no lo mencioné. Sadie resplandecía y no había necesidad de estropearlo. Por cuanto los Sanford sabían, nosotros estábamos sentados en el sofá, rodilla contra rodilla, esperando a que terminara Daniel el Travieso y diera comienzo el show de Ed Sullivan. Si a las once de la noche mi coche continuaba en la entrada de la casa de Sadie, su percepción podría cambiar.
Ella me observó mientras me vestía.
—¿Qué va a suceder ahora, George? Con nosotros.
—Yo quiero estar contigo si tú quieres estar conmigo. ¿Es eso lo que deseas?
Se sentó, con la sábana formando un charco alrededor de su cintura, y alargó el brazo en busca de sus cigarrillos.
—Muchísimo, pero estoy casada, y eso no cambiará hasta el próximo verano en Reno. Si intentara conseguir una anulación, Johnny batallaría. Demonios, sus padres batallarían.
—Si somos discretos, todo saldrá bien. Pero tenemos que ser discretos. Lo sabes, ¿cierto?
Ella rio y encendió el cigarrillo.
—Oh, sí. Lo sé.
—Sadie, ¿has tenido problemas de disciplina en la biblioteca?
—¿Eh? Algunos, claro. Los normales. —Se encogió de hombros; sus pechos se balancearon y deseé no haberme vestido tan rápido. Aunque, por otra parte, ¿a quién pretendía engañar? Puede que James Bond hubiera estado listo para una tercera ronda, pero Jake/George había sido eliminado de la competición.
—Soy la chica nueva de la escuela. Me están poniendo a prueba. Son como un grano en el culo, pero ya me lo esperaba. ¿Por qué?
—Creo que tus problemas están a punto de resolverse. A los estudiantes les encanta que los profesores se enamoren. Incluso a los chicos. Para ellos es como un programa de la tele.
—Entonces, ¿sabrán que nosotros…?
Lo medité.
—Algunas de las chicas sí. Las que tengan más experiencia. Echó el humo con un bufido.
—Genial. —Sin embargo, no parecía disgustada del todo.
—¿Qué tal si algún día vamos a cenar al Saddle en Round Hill? Así la gente se acostumbrará a vernos como pareja.
—De acuerdo. ¿Mañana?
—No, mañana tengo algo que hacer en Dallas.
—¿Investigar para tu libro?
—En efecto. —Henos aquí, recién salidos de fábrica, y ya estaba mintiendo. No me gustaba, pero no vi forma de sortearlo. En cuanto al futuro…, en ese momento me negaba a pensar en ello. Tenía mi propia aureola que proteger—. ¿El martes?
—Sí. Y… George…
—¿Qué?
—Tenemos que encontrar una manera de seguir haciéndolo.
Sonreí.
—El amor encontrará el camino.
—Me parece que esta parte es más lujuria.
—Ambas cosas, quizá.
—Eres un hombre dulce, George Amberson. Joder, hasta el nombre era falso.
—Te contaré lo mío con Johnny cuando pueda. Y si quieres oírlo.
—Quiero. —Lo consideraba necesario. Para que aquello funcionara, tenía que comprender. A ella. A él. El asunto de la escoba—. Cuando estés preparada.
—Como a nuestra estimada directora le gusta decir: «Estudiantes, esto supondrá un desafío pero merecerá la pena».
Me eché a reír.
Aplastó la colilla del cigarrillo.
—Hay algo que me pregunto. ¿La señorita Mimi aprobaría lo nuestro?
—Estoy convencido.
—Yo también lo creo. Conduce con cuidado, cariño. Y será mejor que te lleves esto. —Señalaba la bolsa de papel de la farmacia Kileen, encima de la cómoda—. Si vienen visitas entrometidas de las que fisgan en el armario de las medicinas después de hacer pipí, tendría que dar unas cuantas explicaciones.
—Buena idea.
—Pero tenlos a mano, cariño.
Y me guiñó un ojo.