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La asamblea in memóriam se celebró al final del primer día del nuevo curso escolar, y si el éxito puede medirse en pañuelos húmedos, la exposición que Sadie y yo preparamos se salió de la escala. Estoy seguro de que resultó catártica para los chicos y creo que a la propia señorita Mimi le habría encantado.

«Las personas sarcásticas tienden a ser malvaviscos bajo la armadura —me contó en una ocasión—. Yo no soy distinta».

Los profesores se mantuvieron enteros durante la mayor parte de los panegíricos. Fue Mike quien primero les llegó al corazón, con su tranquila y sentida recitación del Proverbio 31. Después, durante la presentación de las fotografías, con la sensiblería de West Side Story como acompañamiento, el profesorado también se derrumbó. Encontré particularmente gracioso al entrenador Borman. Con las lágrimas derramándose por las enrojecidas mejillas y los prolongados sollozos que le brotaban de su pecho macizo, el gurú futbolero de Denholm me recordaba al segundo pato de dibujos animados favorito de todo el mundo, Baby Huey.

De pie a un lado de la pantalla por la que desfilaban las imágenes de la señorita Mimi, le susurré esta observación a Sadie. Ella también lloraba, pero tuvo que retroceder del escenario hacia los bastidores cuando la risa primero luchó contra las lágrimas y luego las dominó. En la seguridad de las sombras, me miró con aire de reproche… y entonces me enseñó el dedo medio. Decidí que me lo merecía. Me pregunté si la señorita Mimi aún seguiría pensando que Sadie y yo nos llevábamos a las mil maravillas. Intuía que probablemente sí.

Escogí 12 hombres sin piedad para la obra de otoño, olvidando a propósito notificar a la Compañía Samuel French que pretendía retitular nuestra versión como El jurado a fin de poder incluir a varias chicas. Las audiciones se celebrarían a finales de octubre y empezaría los ensayos el 13 de noviembre, después del último partido de la temporada regular de los Leones. Había puesto el ojo en Vince Knowles para el Jurado número 8 —el arquitecto discrepante que Henry Fonda encarnó en la película— y en Mike Coslaw para el que consideraba el mejor papel de la obra: el intimidador y desabrido Jurado número 3.

Pero, además, había empezado a concentrarme en una obra más importante, una que en comparación convertía el asunto de Frank Dunning en una parodia vodevilesca. Llamadla Jake y Lee en Dallas. Si las cosas iban bien, sería una tragedia de un acto. Debía prepararme para saltar al escenario cuando sonara la hora, y eso implicaba empezar temprano.