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El 22 de septiembre finalmente encontré un lugar que parecía habitable. Estaba en Blackwell Street, en la zona norte de Dallas. Era un garaje independiente que había sido reconvertido en un bonito apartamento dúplex. La mayor ventaja: el aire acondicionado. La mayor desventaja: el propietario-casero. Ray Mack Johnson era un racista que me aconsejó lo prudente que sería no acercarme a las inmediaciones de Greenville Avenue si me quedaba con la vivienda, pues había un montón de tugurios mestizos y negros con navajas de resorte.

—No tengo absolutamente nada contra los negros —me dijo—. No, señor. Fue Dios quien los maldijo a ocupar la posición que tienen, no yo. Usted sabe eso, ¿verdad?

—Me habré saltado esa parte de la Biblia.

Entrecerró los ojos con recelo.

—¿Qué es usted, metodista?

—Sí. —Me parecía mucho más seguro que decir que, confesionalmente hablando, no era nada.

—Necesita introducirse en las prácticas de los baptistas, hijo. Los recién llegados son bien recibidos en nuestra iglesia. Quédese con este apartamento, y tal vez algún domingo pueda acompañarnos a mí y a mi mujer.

—A lo mejor sí —asentí, recordándome estar en coma ese domingo. O incluso muerto.

El señor Johnson, entretanto, había retornado a sus originales Sagradas Escrituras.

—Verá, Noé se emborrachó una sola vez en el Arca y se echó a dormir en su cama, desnudo como un arrendajo. Dos de sus hijos no miraron, volvieron la vista hacia otro lado y le taparon con una manta. No sé, o a lo mejor fue con una sábana. Pero Cam, que era el negro de la familia, miró a su padre en su desnudez, y Dios maldijo a él y a toda su raza a talar árboles y sacar agua. Ahí la tiene, la historia que está detrás de todo. Génesis, capítulo nueve. Vaya y búsquela, señor Amberson.

—Ajá —asentí de nuevo, diciéndome a mí mismo que necesitaba un sitio para vivir, que no podía permitirme alojarme en el Adolphus indefinidamente. Diciéndome a mí mismo que podría vivir con un poco de racismo, que no me derretiría. Diciéndome a mí mismo que se trataba del carácter de la época, que era probablemente el mismo en casi todas partes. Solo que no llegaba a creérmelo por completo—. Voy a pensármelo y en un par de días le daré una respuesta, señor Johnson.

—No debería esperar demasiado, hijo. Este sitio va a volar. Hasta pronto y que Dios le bendiga.