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Ese jueves por la tarde tomé la Autovía Milla Por Minuto en dirección norte. Ya en Derry, esta vez no necesité comprar un buen sombrero de paja veraniego, pues había recordado añadir uno a mis adquisiciones en Mason’s. Me registré en el Derry Town House y cené en el comedor. Al terminar, entré en el bar y pedí una cerveza a Fred Toomey. En esta ocasión no hice ningún esfuerzo por entablar conversación.

Al día siguiente alquilé mi antiguo apartamento en Harris Avenue y, lejos de mantenerme despierto, el ruido de los aviones que descendían me arrulló. El día después, bajé hasta la tienda de Artículos Deportivos Machen’s y expliqué al dependiente que estaba interesado en adquirir una pistola porque me dedicaba al negocio inmobiliario y blablablá. El dependiente me enseñó mi .38 Especial de la policía y una vez más aseguró que se trataba de un arma excelente para protegerse. La compré y la guardé en el maletín. Pensé en ir andando por Kansas Street hasta la pequeña área de picnic para ver a Richie-el-del-nichi y a Bevvie-la-del-ferry practicar sus pasos de swing, y entonces me di cuenta de que me los había perdido por un día. Pensé que ojalá se me hubiera ocurrido echar un vistazo a los números del Daily News de finales de noviembre durante mi breve retorno a 2011; podría haber averiguado si ganaron aquel concurso de talentos.

Convertí en un hábito el dejarme caer por El Farolero para tomar una cerveza a última hora de la tarde, antes de que el local empezara a llenarse. A veces pedía Migas de Langosta. Nunca vi a Frank Dunning allí, ni ganas que tenía. Existía una razón para mis visitas regulares a El Farolero. Si todo salía bien, pronto estaría de camino a Texas, y quería erigir mi propia tesorería personal antes de partir. Me hice amigo del barman Jeff, y una noche hacia finales de septiembre él sacó un tema que yo mismo había planeado mencionar.

—¿Con quién vas en la Serie Mundial de béisbol, George?

—Con los Yankees, por supuesto —respondí.

—¿Lo dices en serio? ¿Un tío de Wisconsin?

—El orgullo por mi estado natal no tiene nada que ver. Este año, los Yankees son el equipo del destino.

—Imposible. Los lanzadores son viejos; la defensa hace aguas.

Mantle está bajo de forma. La dinastía de los Bombarderos del Bronx está acabada. Milwaukee podría hasta arrasar.

Me reí.

—Has tocado algunos puntos interesantes, Jeff, veo que eres un estudioso del juego, pero confiésalo: odias a los Yanks igual que el resto de la gente de Nueva Inglaterra, y eso ha destruido tu objetividad.

—Aplícate el cuento. ¿Apostamos?

—Claro. Cinco pavos. Tengo el compromiso de no robarles más que esa cantidad a los esclavos asalariados. ¿Estamos de acuerdo?

—De acuerdo. —Y nos dimos la mano.

—Vale —dije entonces—, y ahora que hemos concluido este asunto, y como estamos con el tema del béisbol y las apuestas (los dos grandes pasatiempos americanos), me pregunto si podrías indicarme dónde encontrar algo de acción seria en esta ciudad. Si me permites la metáfora, quiero jugar en las ligas mayores. Sírveme otra cerveza y trae otra para ti.

Pronuncié «ligas mayores» al estilo de Maine y se rio como si se hubiera tomado un par de Narragansetts (la marca de cerveza que había aprendido a llamar Nasty Gansett; allá donde fueres, en la medida de lo posible, haz lo que vieres).

Entrechocamos los vasos, y Jeff me preguntó a qué me refería con «acción seria». Fingí meditarlo y luego se lo dije.

—¿Quinientos machacantes? ¿Por los Yankees? ¿Cuando los Bravos tienen a Spahn y Burdette, por no mencionar a Aaron y a Steady Eddie Matthews? Estás chalado.

—Quizá sí, quizá no. Lo veremos a principios de octubre, ¿no es cierto? ¿Hay alguien en Derry que cubra una apuesta de esa envergadura?

¿Sabía yo lo que él iba a decir a continuación? No. No poseo esa clase de presciencia. ¿Me sorprendió? Nuevamente no. Porque el pasado no solo es obstinado; está en armonía consigo mismo y con el futuro, y yo experimentaba dicha armonía una y otra vez.

—Chaz Frati. Seguro que lo has visto por aquí. Es dueño de varias casas de empeño. Yo no diría que es exactamente un corredor de apuestas, pero se mantiene muy ocupado durante la Serie Mundial y las temporadas de fútbol y baloncesto a nivel de instituto.

—Y crees que me aceptará el envite.

—Claro. Te informará de las probabilidades, ventajas y todo eso. Lo único… —Miró en derredor y vio que aún disponíamos del bar para nosotros solos, pero de todas formas redujo la voz a un susurro—. No le times, George. Conoce a gente. Gente fuerte.

—Tomo nota —dije—. Gracias por el consejo. De hecho, voy a hacerte un favor y no te obligaré a pagarme esos cinco cuando los Yankees ganen la Serie.