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El restaurante se veía extraño sin Al, porque daba la sensación de que él seguía allí; su fantasma, quiero decir. Los rostros en el Muro de los Famosos parecían mirarme de hito en hito, preguntándome qué hacía allí, acusándome de que ese no era mi sitio, exhortándome a abandonar antes de que quebrara los resortes del universo. Existía algo especialmente perturbador en la foto de Al y Mike Michaud, colgada en el lugar que nos correspondía a Harry y a mí.

Entré en la despensa y empecé a avanzar, con pasos cortos, arrastrando los pies. «Haz como si estuvieras buscando una escalera con las luces apagadas», había dicho Al, y eso hacía. «Cierra los ojos, socio, así es más fácil».

Seguí el consejo. Dos pasos más abajo, percibí aquel estallido de presión en el interior de mis oídos. La sensación de calidez me golpeó la piel; la luz del sol brilló a través de los párpados cerrados; oí el shat-HOOSH, shat-HOOSH de las planchas de los telares. Era el 9 de septiembre de 1958, dos minutos antes del mediodía. Tugga Dunning volvía a estar vivo, y el brazo de la señora Dunning nunca había sufrido ninguna fractura. No lejos de allí, en Titus Chevron, un sensacional Ford Sunliner descapotable de color rojo me estaba esperando.

Pero primero habría de lidiar con el otrora Míster Tarjeta Amarilla. Esta vez él iba a recibir el dólar que pedía, porque había olvidado traer conmigo una moneda de cincuenta centavos. Me agaché bajo la cadena y me detuve el tiempo justo para meter un billete de dólar en el bolsillo derecho del pantalón.

Allí fue donde permaneció, pues al doblar la esquina del secadero encontré a Míster Tarjeta Amarilla tirado en el suelo de cemento con los ojos abiertos y un charco de sangre que se expandía alrededor de su cabeza. Tenía la garganta degollada de oreja a oreja. En una mano asía el trozo dentado de cristal verde de una botella de vino que había utilizado para ejecutar el trabajo. En la otra sujetaba su tarjeta, la que supuestamente guardaba relación con que hoy se pagara doble en el frente verde. La tarjeta que en cierta ocasión fuera amarilla, luego naranja, ahora era negra como la muerte.