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De vuelta en casa, hice inventario del contenido de mi maletín Lord Buxton y mi elegante cartera de piel de avestruz. Tenía las exhaustivas notas de Al sobre las andanzas de Oswald después de que se licenciara voluntariamente de los Marines el 11 de septiembre de 1959. Toda mi documentación seguía allí, lista para ser usada. Mi situación económica era mejor de la que había esperado; con el dinero extra que había reservado Al sumado a lo que yo ya tenía, mi saldo neto superaba los cinco mil dólares.

Había carne picada en el frigorífico. Cociné una parte y la eché en el plato de Elmore. Lo acaricié mientras la devoraba.

—Si no vuelvo, vete a la casa de al lado, donde los Ritters —le indiqué—. Cuidarán de ti.

Elmore no prestó atención, por supuesto, pero sabía que lo haría si yo no estuviera allí para alimentarle. Los gatos son supervivientes. Recogí el maletín, caminé hasta la puerta y allí combatí un breve pero fuerte impulso de correr a mi dormitorio y ocultarme bajo las sábanas. ¿Mi gato y mi casa seguirían aquí cuando regresara, si tenía éxito en la empresa que iba a acometer? No existía forma de saberlo. ¿Queréis saber algo curioso? Ni siquiera la gente capaz de vivir en el pasado conoce realmente lo que depara el futuro.

—Eh, Ozzy —dije en voz baja—. Voy a por ti, cabrón.

Cerré la puerta y me marché.