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Tuve un mal presentimiento cuando aparqué en su camino de entrada y vi que la casa se hallaba completamente a oscuras. La sensación empeoró cuando así el pomo de la puerta y descubrí que no estaba cerrada con llave.

—¿Al?

Nada.

Encontré un interruptor y lo accioné. La sala de estar principal poseía la estéril pulcritud de las habitaciones limpiadas con regularidad pero que ya no se utilizan con frecuencia. Las paredes estaban cubiertas de fotografías enmarcadas. Casi todas eran de personas desconocidas para mí —familiares de Al, supuse—, pero reconocí a la pareja de la foto que colgaba encima del sofá: John y Jacqueline Kennedy. Estaban en la orilla del mar —probablemente en Hyannisport— y se rodeaban mutuamente con los brazos. Se percibía en el aire cierto aroma a ambientador Glade que no llegaba a enmascarar del todo el olor a enfermedad que procedía de las entrañas de la casa. En algún lugar, a bajo volumen, los Temptations cantaban «My Girl». Un rayo de sol en un día nublado y todo eso.

—¿Al? ¿Estás aquí?

¿Dónde si no? ¿En el Estudio Nueve de Portland bailando música disco y tratando de ligarse a una auxiliar de vuelo? Yo sabía la respuesta. Había pedido un deseo, y a veces los deseos se conceden.

Tanteé en busca de los interruptores de la cocina, los encontré, e inundé la habitación de luz fluorescente suficiente como para extirpar un apéndice. Sobre la mesa había un pastillero de plástico de esos donde se guardan las píldoras prescritas para una semana. La mayoría de estas cajitas son tan pequeñas que caben en un bolsillo o una cartera, pero aquella casi tenía el tamaño de una enciclopedia. A su lado vi un mensaje garabateado en una hoja de papel de carta: Como se olvide de las medicinas de las 8, ¡¡¡LE MATARÉ!!! Doris.

Terminó «My Girl» y empezó «Just My Imagination». Seguí el sonido de la música hasta el origen del hedor a enfermedad. Al estaba acostado en la cama de su dormitorio. Parecía hallarse relativamente en paz. Al final, una única lágrima se había escurrido de cada extremo de los ojos cerrados. La estela aún seguía lo bastante húmeda para relucir. El reproductor de cedés múltiple descansaba sobre la mesilla a su izquierda. También había una nota en la mesa, con un frasco de pastillas encima para sujetarla. Como pisapapeles no habría servido de mucho ni siquiera con una leve corriente de aire, porque se hallaba vacío. Leí la etiqueta: OxyContina, veinte miligramos. Cogí la nota.

Lo siento, socio, ya no aguantaba. Demasiado dolor. Tienes la llave del restaurante y sabes qué hacer. Tampoco te engañes diciéndote que podrás volver a intentarlo, porque pueden pasar muchas cosas. Hazlo bien a la primera. Quizá estés cabreado conmigo por haberte metido en esto. Si fuera tú, yo lo estaría. Pero ahora no te eches atrás. Por favor, no lo hagas. La caja de metal está bajo la cama. Dentro hay unos quinientos dólares más que reservé.

Depende de ti, socio. Unas dos horas después de que Doris me encuentre por la mañana, el arrendador seguramente cerrará con candado el restaurante, así que ha de ser esta noche. Sálvalo, ¿vale? Salva a Kennedy y todo cambiará.

Por favor.

Al

Cabrón, pensé. Sabías que podría tener dudas, y esta es tu forma de solucionarlas, ¿cierto?

Claro que había dudado, pero las dudas no implicaban que tuviera elección. Si se le había ocurrido que me echaría atrás, se equivocó. ¿Detener a Oswald? Claro. Pero Oswald era un asunto estrictamente secundario en ese momento, formaba parte de un futuro nebuloso. Una forma curiosa de expresarlo cuando uno se refería a 1963, pero completamente acertada. Era la familia Dunning la que ocupaba mi mente.

Arthur, también conocido como Tugga: aún podía salvarlo. Y también a Harry.

«Kennedy podría haber cambiado de idea», había dicho Al. Hablaba de Vietnam.

Aunque Kennedy no cambiara de idea y se retirara, ¿el 6 de febrero de 1968 Harry estaría exactamente en el mismo lugar en el mismo momento? Lo dudaba.

—Vale —dije—. Vale. —Me incliné sobre Al y le di un beso en la mejilla. Pude saborear la ligera salinidad de aquella última lágrima—. Que duermas bien, socio.