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Al caminó a paso lento hasta detrás de la barra, donde abrió un armario y sacó una caja de plástico con una cruz roja en la tapa. Me senté en un taburete y miré el reloj. Marcaba las ocho menos cuarto cuando Al descorrió el cerrojo de la puerta y me guió al interior del restaurante. Serían quizá las ocho menos cinco cuando descendí por la madriguera de conejo y emergí en el País de las Maravillas hacia 1958. Al afirmaba que cada viaje duraba exactamente dos minutos, y el reloj de la pared parecía corroborarlo. Había pasado cincuenta y dos días en 1958, pero aquí eran las 7.59 de la mañana.

Al estaba reuniendo gasas, esparadrapo y un frasco de peróxido de hidrógeno.

—Agacha la cabeza para que pueda verlo —dijo—. Apoya la barbilla sobre la barra.

—Puedes prescindir del agua oxigenada. Sucedió hace cuatro horas y ya se ha coagulado. ¿Ves?

—Más vale prevenir que curar —recitó, y entonces me ardió la coronilla.

—¡Aaahhh!

—Duele, ¿eh? Porque sigue abierta. ¿Preferirías que un matasanos de 1958 te curara esa brecha infectada antes de partir hacia la Gran Dallas? Fíate de mí, socio, no querrías eso. No te muevas. Tengo que pasarte la tijera o el esparadrapo no aguantará. Gracias a Dios que te cortaste el pelo.

Clip, clip, clip. Después añadió presión al escozor —para colmo de males, como se suele decir— apretando la gasa sobre la herida y fijándola con esparadrapo.

—Podrás quitarte la gasa dentro de un día o dos, pero te conviene llevar puesto el sombrero hasta entonces. Va a parecer como si tuvieras sarna en esa zona, pero si el pelo no vuelve a crecer ahí, siempre puedes peinarte de modo que la cubra. ¿Quieres una aspirina?

—Sí. Y una taza de café. ¿Puedes prepararme una? —No obstante, el café solo ayudaría un rato. Lo que necesitaba era dormir.

—Sí, claro. —Accionó el interruptor de la cafetera y luego empezó a hurgar otra vez en el botiquín de primeros auxilios—. Parece que has perdido peso.

Mira quién habla, pensé.

—He estado enfermo. Pillé un virus… —Ahí fue donde me interrumpí.

—Jake, ¿algo va mal?

Estaba mirando las fotografías enmarcadas de Al. Cuando descendí por la madriguera de conejo, en la pared colgaba una foto donde Harry Dunning y yo posábamos sonriendo y exhibiendo para la cámara su Diploma de Equivalencia de Secundaria.

Había desaparecido.